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jueves 14 de diciembre de 2006

Crece la tensión entre shiítas y sunníes

Después del derrocamiento de Saddam Hussein en Irak, el enfrentamiento entre shiítas y sunníes se extiende a la región y hace pie en el Parlamento de Bahrain, donde podría abrirse una puerta a la sana convivencia.

La consecuencia quizás más desequilibrante del violento “cambio de régimen” en Irak, que fue provocado por la caída de Saddam Hussein como resultado de la invasión militar norteamericana a ese país, parece haber sido el fuerte resurgimiento de los shiítas en el mundo musulmán. De la mano, ciertamente, de la oligarquía clerical shiíta que gobierna férreamente la teocracia iraní y financia y organiza (con Siria) el andar del movimiento denominado Hezbollah, en el Líbano, y de Hamas, en Palestina.

Por ello, Irán, la nación persa que es curiosamente la “aliada estratégica” de Venezuela, pretende ser hoy la potencia regional más importante del Golfo Pérsico.

Cabe recordar que en la zona hay, asimismo, dos países árabes en los que también la población mayoritaria es la shiíta. Todos los demás tienen una población que, en cambio, es en su mayoría sunní.

El desequilibrio político aludido –que modificó la situación regional– provocó en Irak una cruenta guerra civil –claramente sectaria– que, guste o no, se ha apoderado particularmente del centro del país, en la que se enfrentan –encarnizada y salvajemente– sunníes contra shiítas, sin respetar vidas, ni santuarios religiosos. Esto es peligrosísimo, por el posible “efecto contagio” sobre otros países de la región.

Uno de los países del Golfo en los que la tensión intra-musulmana parece haber crecido más es Bahrein. Se trata de un riquísimo reino árabe sunní, donde el sesenta por ciento de los habitantes son, sin embargo, shiítas. El país aloja a la quinta flota norteamericana y está considerado como uno de los más “liberales” del mundo árabe.

Visiblemente postergados en la sociedad local, los shiítas alegan ser discriminados cuando de ingresos, o acceso a la función pública o a la tierra se trata. De allí que tengan fuertes resentimientos contra la comunidad sunní local, que se aglutina en derredor de la familia real, también sunní.

Bahrein es gobernado por la familia sunní al-Khalifa, a la que pertenece el actual monarca, el rey Hamad bin Issa, cuyo reinado comenzó en 1999.

Los shiítas actúan políticamente a través de un movimiento que los aglutina: me refiero al llamado “Sociedad Islámica Nacional Wefaq”, liderado por un joven, pero moderado y activo, clérigo: el Sheik Ali Salman, que responde no a Irán, sino al más bien moderado líder shiíta iraquí, el Ayatollah Ali al-Sistani.

Hasta ahora, el rey, que anunció la puesta en marcha de un proceso de democratización paulatina de Bahrein, se ha limitado a estructurar un poder legislativo bicameral, con facultades limitadas, compuesto por dos cámaras: la alta, denominada “Consejo del Shura”, cuyos miembros son designados –a dedo– por el propio monarca; y la baja, cuyos cuarenta representantes son, en cambio, electos a través de las urnas.

A diferencia de lo ocurrido en las primeras elecciones, las de 2002, esta vez el movimiento shiíta “Wefaq” no boicoteó los comicios, sino que participó en ellos.

La campaña fue tensa. Pero sin mayores incidentes. Los shiítas están ciertamente envalentonados por el fortalecimiento de Hezbollah, en el Líbano, de la mano de Sayyed Hassan Nasrallah. Los sunníes, en cambio, se sienten amenazados por el visible reacomodamiento regional de poder.

Un setenta y dos por ciento de los ciudadanos concurrieron a votar. El resultado de las urnas será que habrá, en adelante, una significativa presencia del islamismo en el parlamento local. Tanto de sunníes como de shiítas, con un leve predominio de los segundos.

Del total de las dieciocho mujeres que fueron candidatas, solamente una triunfó, curiosamente en un distrito en el que no tuvo oposición alguna. Pese a ello, una profesora universitaria, Munira Fakhro, estuvo al borde mismo de derrotar al líder de la influyente Hermandad Musulmana local, que era su contrario, lo que hubiera provocado toda una hecatombe.

A partir de ahora, el diálogo interreligioso llegará al parlamento local en un ejercicio democrático que debiera suponer el comienzo de un camino en el que el diálogo maduro reemplace, paso a paso, a las imposiciones o al autoritarismo. Se abre así una oportunidad. El tiempo dirá si ella es aprovechada, o no. © www.economiaparatodos.com.ar

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