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jueves 20 de abril de 2006

El policía

El flamante secretario de Coordinación Técnica, Guillermo Moreno, es un “duro” que viene a ejercer el poder de policía del Estado para poner en caja a los rebeldes responsables de que el precio de la carne no baje. Hoy, son perseguidos los precios. ¿Mañana serán perseguidas las opiniones?

El presidente Kirchner ha urgido a Julio De Vido para domar los precios. El rebenque debe sentirse hasta que el número anual sea 10%. El príncipe –o el “Chancellor” en el argumento de la película “V de Venganza”- ha dispuesto eso. A cumplir entonces. (A propósito, ¿por qué no disponer el 5%? ¿No sería mejor?)

El superministro produjo, entonces, un enroque en su elenco. Pasó a la Secretaría de Coordinación Técnica a Guillermo Moreno en reemplazo de Lisandro Salas.

¿Cómo se ha descrito a Moreno? Como un “duro” que viene a “ejercer el poder de policía” del Estado para poner en caja a los rebeldes responsables de que el precio de la carne no baje.

Dicen que en su despacho se pueden ver una foto del general Perón a caballo, otra de Evita y una más del Padre Mujica. ¡Vivan los Iluminados!

Dicen que Moreno “se enoja con los que no piensan como él” y que “es impredecible”. No veo la sorpresa. Moreno encarna al típico funcionario de una nomenclatura que cree que puede doblegar la realidad a los palazos. Nada existe por encima de ellos. Sólo hay que dar órdenes, organizar un equipo de aduladores, saber golpear donde corresponda y el mundo se hincará a sus pies.

El campo de preocupación que ha traído a Moreno al centro de la atención pública es la economía. Es el alza de los precios y el berretín presidencial de un número mágico de inflación anual. Kirchner lanzó al aire su proclama como el hijo único con su capricho: “Quiero el 10%”. Muy bien. Todos atrás de eso.

¿Pero qué pasaría si el berretín presidencial no comprendiera el índice de precios sino el campo de las opiniones? ¿Y qué diferencia hay, en todo caso, entre el índice de precios y las opiniones?

La libertad es molesta para el poder. Se esparce indomable por las venas de la sociedad y se pone irreverente frente a los berretines. Cae en la pretensión sistemática de no hacer diferencias entre los precios y las opiniones y cree que, con ella, los individuos son soberanos para decir lo que quieran decir y cobrar lo que quieran ser pagados. Tiene la mala costumbre de suponer que las personas, cuando son libres, disponen de la capacidad para distinguir la verdad de la mentira y lo barato de lo caro.

Pero la libertad también es incómoda para quien debería ser su principal beneficiario. Para disfrutar de ella hay que tener criterio propio, sentido de la responsabilidad, capacidad para hacerse cargo de los errores propios. Hay que ser una persona.

Es más sencillo contar con iluminados. Los iluminados nos dirán lo que está bien y lo que está mal, lo que es caro y barato, lo que podemos escuchar y lo que podemos comprar, a quien debemos seguir y a quien debemos reprobar. Los iluminados nos suministraran todo: nuestra palabra y nuestro pan.

Ya no deberemos preocuparnos por ejercitar nuestro pensamiento para distinguir a quien nos miente. Pero tampoco deberemos caminar o averiguar para distinguir a quien nos cobra demás. Habrá un solo precio… y una sola voz.

No hay razones para suponer que no habrá un Moreno en la Secretaría de Comunicaciones. Es más, la sola existencia de una Secretaría de Comunicaciones hace posible la existencia de un Moreno. ¿Cuál será, a esa hora, la orden del príncipe –o del Chancellor? ¿Sólo el 10% de inflación de “opiniones”? ¿O el 5%? ¿O nada?

La libertad es indivisible. ¿Por qué es posible un “Moreno, policía de precios” y no un “Moreno, policía de pensamientos”? En todo caso, ¿qué poder que verificara su capacidad para establecer los precios que se le antojen renunciaría a su poder para imponer las opiniones que le plazcan? ¿Por qué deberíamos dar por descontado que el príncipe distinguirá entre precios y opiniones?

Del mismo modo que el mundo ha demostrado la inoperancia de los sistemas policiales de pensamiento porque, tarde o temprano, la fuerza de las opiniones libres rompen los muros del totalitarismo, la experiencia ha dejado muestras suficientes de que los sistemas policiales para controlar los precios son inútiles.

El crecimiento de los precios es un fenómeno monetario. La emisión produce inflación. Los acuerdos de precios son una especie de pretensión estúpida de las píldoras frente a la necesidad del bisturí. Pero el príncipe necesita de enemigos. La emisión es propia y el enemigo no puede ser uno mismo. Hay que identificarlo y mandar al policía a que lo someta enfrente de todos. El que ose desafiar el mágico número que la voluntad imperial le ha impuesto a la inflación anual debe ser expuesto como uno no-argentino. Es la horca de los tiempos modernos.

¿Cuándo aprenderemos a ser libres? ¿Cuándo nos desembarazaremos de los mesiánicos y de sus policías? ¿Dónde estarán los verdaderos duendes del absolutismo? ¿En el príncipe o en los súbditos? © www.economiaparatodos.com.ar




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