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lunes 19 de mayo de 2014

Goethe y el relato de la inflación

Goethe y el relato de la inflación

Hace dos siglos y medio, el  gran escritor alemán Goethe, relató de manera incomparable la esencia del fenómeno de la inflación, fruto de la mentira y de la clara intención de engañar al pueblo haciéndole creer lo que no es

UN HOMBRE EGREGIO.

Johann Wolfgang von Goethe (17491832) fue “el más grande hombre de letras alemán y el último verdadero hombre universal que caminó sobre la tierra”. Así definía la escritora británica George Eliot a este poeta que dejó tan profunda huella en la cultura y la filosofía alemana, por lo que su apellido dio nombre al Goethe-Institut, para difundir la cultura germana en todo el mundo. Hace 240 años Goethe  escribía su más famosa novela romántica, dividida en dos partes: Fausto.

En el primer Fausto, el drama termina de modo emocionante,  porque el Tribunal del Cielo ponderando las virtudes de Margarita le otorga la salvación eterna.  En cambio Mefistófeles se dirige al ambicioso Dr. Fausto diciéndole: “¡Sígueme, se terminó tu tiempo,  ven conmigo a mis dominios!”.

El segundo Fausto,  más complejo que el primero,  está repleto de finas intuiciones y alegorías geniales que son un símbolo del destino de nuestras vidas.  Aquí relata de manera incomparable la esencia del fenómeno de la inflación, fruto de la mentira y la clara intención de engañar al pueblo haciéndole creer lo que no es.

INCENDIO EN MEDIO DE LA FIESTA.

Después de una “walpurgisnacht” (noche de brujas) la escena del segundo Fausto se desplaza raudamente y nos presenta la imagen pavorosa del incendio en el palacio del Emperador,  en medio del jolgorio y la fiesta de carnaval.  El fuego voraz, arrasa con  todas las riquezas:  los deslumbrantes decorados, las costosas  cortinas,  las arañas doradas,  los tronos cargados  de  oropeles, todo es  consumido por las llamas.

El  fuego  se había ocasionado  por la imprudencia de algunos trogloditas invitados a la fiesta  y se  extendió  por los desvaríos de los gnomos que habitualmente vivían allí.

Se inicia en las propias barbas de algunos invitados. De ella pasó a sus disfraces y luego  a las  coronas de pacotilla de otros participantes. Después al pecho de quienes quisieron apagar las llamas,  extendiendo el incendio a todo el palacio. Las risotadas de los  invitados, que festejaban con fingida aprobación cualquier cursilería,  se convirtió de pronto en aguda pena y desesperación. Corrían para apagar las llamas pero el incendio se propagaba  a todo el palacio. Cuando más chapoteaban en el agua más se avivaban y multiplicaban las llamas hasta amenazar al propio Emperador y su corte. Frente a ese  espectáculo de ruina y desolación el Emperador se deprimió y quedó sin consuelo.

Pero entonces aparece Fausto acompañado  por el  inseparable  Mefistófeles,  a quien le había vendido su alma en búsqueda  de dinero, placeres y buena vida.

En versión libre actualizada, éste es el diálogo donde Goethe describe el fenómeno de la inflación, con extraordinario arte de anticipación. Sus palabras, vertidas al español, son de antología y tienen mayor actualidad que muchas de las más novedosas teorías económicas.  Entremos ahora respetuosamente en la segunda parte del Fausto.

DIALOGOS IMPERDIBLES

MEFISTÓFELES: Majestad, yo puedo hacer que,  nuevamente, el poder sea  todo tuyo, y vuelvas a ser Dueño supremo del reino.

EMPERADOR : ¿Qué feliz destino te ha traído aquí, Mefistófeles? … Te prometo los más  altos favores del reino  si te dispones a complacerme y  consigues que el deplorable mundo de mi palacio  en ruinas  no se me haga insoportable.

JEFE DE GABINETE: ¡Oh gracioso soberano!   Nunca pude creer que iba a ser  portador de tan buenas noticias. Con la propuesta que te haremos, podremos reconstruir el palacio,  quedará  saldada nuestra deuda, todas las cuentas del reino serán pagadas y cortaremos las uñas a los empresarios usureros. Ni en el cielo o en la tierra  será posible hallar tanta alegría como en tu reino.

JEFE DEL EJÉRCITO: ¿Podremos  pagar puntualmente a toda la soldadesca? Entonces Señor,  alistaremos  detrás de ti al ejército  entero. La tropa estará  contenta de poder divertirse con las   muchachas  que estarán muy a gusto con ellos.

EMPERADOR: ¡Veo cómo se hincha vuestro pecho al contarme estas cosas!  Pero… podrían explicarme esta excitación

TESORERO: Preguntad mi Señor a los que hicieron posible el milagro.

 FAUSTO: es el Jefe de Gabinete quien debe exponer el asunto.

JEFE DE GABINETE: ¡Cuánta dicha, Señor! Ahora sí que puedo retirarme y morir tranquilo. Escuchadme con atención. Contemplad este billete de nuevo diseño, con la efigie de tu rostro. Con  él vamos a convertir todo mal en bien. Aquí dice, con letra gótica, “Se hace saber a todos lo que lo deseen,  que este papel de colores vale mil coronas”.  Damos como garantía un número infinito de riquezas escondidas en el subsuelo de las provincias. Hemos tomado las medidas para que este rico tesoro se extraído de las profundidades y nos permita  continuar la fiesta del consumo.

EMPERADOR: Espera mi Jefe de Gabinete. Sospecho que en esto hay un delito, que aquí se esconde una monstruosa estafa. ¿Quién ha imitado la firma de la corona?  ¿Cómo han podido quedar impunes de un delito semejante?

TESORERO: ¡Tened memoria, mi gran Señor! Tú mismo  firmaste el real decreto pensando  que estos papeles pintados de colores consagrarían la alegría de un festín popular y,  a la vez,  lograrían  la salvación  nacional con la simple rúbrica de tu firma.  En seguida las imprentas del reino  multiplicaron millones de veces este mismo diseño gráfico. Para que el beneficio llegase a todos, hicimos sellar otros papeles por valores menores.  ¡No os imagináis Señor, lo bien que han sido recibidos los billetes!  Ved nuestra ciudad, antes descompuesta en brazos de la muerte  que ahora renace a la vida y se estremece de placer. Tu firma en estos papeles pintados sirve por sí sola para hacer feliz a todos los súbditos.

EMPERADOR: Pero, ¿reconocen mis súbditos que estos papeles valen tanto como las divisas o el oro y las perlas?  ¿Están conformes de utilizarlo y guardarlo en sus cofres?  En tal caso, dejaré que las cosas sigan su curso y ordenaré que se impriman muchos  más.

JEFE DE GABINETE: Majestad, es imposible detener el papel en su vuelo, porque se propaga por todos lados  con la rapidez del relámpago. Las tiendas de los cambistas están abiertas de par en par y sustituyen cada billete  por  oro y  plata con una rebaja, como es propio.  Desde allí se van todos a la casa del carnicero, a la del panadero y a la del mesonero. La mitad del pueblo  sueña con el festín del consumo,  mientras la otra mitad se jacta con sus vestidos y calzados nuevos. El mercero corta y los sastres  cosen prendas para todos y todas. Entre tanto salta el vino en las tabernas a los gritos de “Viva el Emperador”, humean las ollas, giran los asadores y suenan los platos de las fondas.

FAUSTO: Señor, habéis puesto en marcha una inmensa riqueza escondida en el subsuelo del reino, que antes no aprovechaba a nadie. Nunca  en la historia del reino,  supo qué hacer con esa riqueza. Ni aún la fantasía en su vuelo más sublime,  habría podido medirlo. Ahora las mediciones las hacemos nosotros, no los enemigos. Y nuestros estudiosos  contemplan lo profundo de tus decisiones generando una infinita alegría.

MEFISTÓFELES: Majestad, no temáis. Es muy cómodo imprimir estos papeles de colores en lugar de utilizar el oro o la plata.  Porque enseguida todos saben lo que tienen, sin necesidad de pesar ni de cambiar y así pueden procurarse alegrías con el vino y las muchachas. Si te  faltasen divisas, pues  se cava el suelo y se vende en pública subasta lo extraído de las entrañas provinciales.  Puedes amortizar el papel e imprimir más billetes ante la vergüenza de los incrédulos y de los insolentes que nos criticaban. En adelante habrá papeles pintados para todos y todas en el reino del bienestar.

EMPERADOR:  Estoy convencido. Habéis merecido el bien de nuestro reino y tendréis una enorme recompensa por este consejo. Vosotros  sois los más dignos guardianes de ese tesoro nacional, porque conocéis  las bóvedas donde van a estar guardados y los  escondrijos más profundos para esconderlos.  Uníos y organizaos todos, porque sois los dueños de mis riquezas y cumplid con ardor los deberes de vuestro  ministerio, dichosos de estar juntos con nosotros.

UN PAJE:  Señor, yo viviré siempre gozoso,  contento y de buen humor, sin desanimarme nunca.

OTRO PAJE: Y yo, hoy mismo me compraré anillos, relojes valiosos  y collares  de oro  para mi amada.

CAMARERO DE PALACIO: Yo beberé el doble de vino y del mejor.

SECRETARIO PRIVADO:  Ya estoy  viendo saltar los dados y la ruleta  delante de mis ojos.

UN MESNADERO: Yo rescataré la hipoteca que pesa sobre mi heredad y compraré mayores estancias con esos billetes.

EMPERADOR: ¡Ya esperaba  esto de vosotros! Necesitamos coraje y ardor para encarar nuevas acciones,  a toda prisa y sin pausa. Pero en medio del esplendor de estos tesoros, me temo que al cabo de cierto tiempo todos seréis como fuisteis, lo mismo luego que antes,  y vuelvan a ser pobres mendigos.

UN  SÚBDITO LOCO:  Majestad, si repartís, dejad que yo participe.  ¿Acaso vuestros billetes  son mágicos? No  comprendo. Yo no sé qué hacer con esos papeles de colores.

EMPERADOR:  Lo creo puesto que les das un mal empleo. ¡Pero, espera, éste  es tu lote,  tómalo!

El LOCO:  Señor ¡Has puesto cinco mil coronas en mis manos!  Esto me hace sentir muy feliz, tan bien como nunca.

MEFISTÓFELES: Cuidado, que la alegría te ha empapado de sudor.

EL LOCO: Pero decidme  Majestad ¿Es verdad todo esto? ¿Será cierto que este papel pintado vale tanto como las divisas?  ¿Podré comprarme campos, una casa y algunos animales?

MEFISTÓFELES: Claro, que sí,  no tienes más que pedirlo y nada te faltará.

EL LOCO:  Entonces esta noche me instalaré en un nuevo terreno que será mi dominio.

EMPERADOR: Sin embargo….  Mefistófeles, sigo teniendo un gran temor. ¿Qué pasará cuando todos se den cuenta del engaño y vean que las joyas y las perlas se convierten en inmundos abejorros,  los vestidos se deshilachen y reduzcan a harapos?   Me acusarán de ser culpable  de que se acabó el  festín.

MEFISTÓFELES: No te preocupes,  todos estarán tan confundidos que se echarán las culpas unos a otros  Vuestra Majestad me perdone, pero en ese momento vos también podrás unirte al populacho y  echar la culpa al mesonero, al sastre, al carnicero, al panadero y al cambista. La gente te creerá persiguiéndolos con palos y a los gritos de “Viva el EMPERADOR”.

Luego….como un presagio,  la escena sigue en una galería oscura de un corredor sombrío.