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jueves 7 de octubre de 2004

Jorge Vanossi: “Hay que rediseñar el Estado”

¿Cómo salir de la crisis institucional en la que el respeto por la ley se ha perdido y en la que no hay ningún tipo de seguridad para los ciudadanos? ¿Cómo encontrar una salida hacia un futuro mejor? En esta charla, el abogado y diputado nacional Jorge Vanossi ensaya algunas respuestas.

– Después de aquella “maravillosa decisión” de la devaluación, el país no puede encontrar rumbo. ¿Nadie advierte que, entonces, tal vez, esa decisión no fue tan correcta?

– La experiencia retrospectiva es bastante clara. El problema es qué hacemos de aquí en adelante con todo esto que ya se hizo, mal, pero se hizo. Ahora tenemos que ver cómo salimos de este desastre. Lo otro lo tendremos que dejar para los historiadores. Ellos analizarán y juzgarán las consecuencias de no haber apostado a las instituciones y haber elegido esta salida de la devaluación.

– ¿Pero no cree que de la historia debería aprenderse también?

– Por supuesto.

– Muchos economistas y políticos creen que con medidas monetarias y cambiarias pueden sustituir el orden jurídico necesario para que haya inversiones. Es decir, reemplazar con ese tipo de políticas económicas el proceso de construcción y fortalecimiento de las instituciones básicas que precisa un país para salir adelante.

– Ortega y Gasset decía que si no había una idea bien enraizada, bien clara de un futuro y una esperanza, había poca posibilidad de creencia y de voluntad y que, por lo tanto, la gente necesita visualizar un futuro porque eso la motiva, la incentiva y la moviliza. Y yo creo que la juventud lo siente más particularmente. Porque si a nosotros, los que estamos ya en la edad madura, nos preocupa el porvenir, ese futuro -que puede referirse a mañana o al mes que viene, o cuando sea- imagínese cómo lo deben sentir aquellos que tienen veinte o treinta años que tienen que tomar decisiones con respecto a qué camino van a elegir para crecer, para poder desarrollarse, que tienen que definir qué y cómo hacer para progresar. Aquello que se llama el derecho a la autorrealización de la persona. Y, realmente, el panorama no les ofrece ni las mejores ni demasiadas perspectivas.

– La verdad es que, si nos queda algo de resto, el panorama para ellos lo vamos a tener que tratar de construir nosotros…

– Pero eso no ocurrirá sin un concepto clave, en el que siempre insistimos nosotros, y que es la seguridad jurídica.

– El problema es que esto pareciera no ser tan claro para algunos sectores.

– Es cierto, pero creo que la sociedad en general sí ya lo ha entendido. A golpes, claro, pero está instalado, se ha comprendido que es algo vital, fundamental. Ahora lo que debemos hacer es puntualizar, más concretamente, los distintos aspectos de la seguridad jurídica que tenemos que ajustar e instalar en el país.

– Lo que pasa es que acá, una y otra vez, el Estado reniega de las leyes que se hacen. Por ejemplo, el Congreso votó en 2001 la intangibilidad de los depósitos. Ese mismo Congreso, 6 meses después, le pasó por encima a esa ley. Entonces, ¿cómo se hace en un país para reconstituir el respeto a la ley? Porque podemos sacar una ley excelente pero no hay ninguna seguridad de que dentro de tres días se vaya a seguir cumpliendo. Y así es muy difícil instaurar seguridad…

– Sí. Hoy en día los sistemas políticos de los regímenes de cada Estado se miden, sobre todo, por el nivel de credibilidad y confiabilidad que ofrecen. Pero, en primer lugar, por la credibilidad interna que merecen por parte de sus propios ciudadanos. Si los propios ciudadanos tienen miedo de arriesgarse, de invertir, de actuar, de tomar nuevos emprendimientos, de hacer cosas en su país, algo está pasando. Los de afuera verán esto y con mucha razón guiarán sus acciones en consecuencia. Sería ilógico que funcionara de otro modo. ¿Cómo van a venir los de afuera si los de adentro se retraen? Entonces, recuperar los niveles de credibilidad y de confianza, cuando se han perdido totalmente, es una tarea compleja pero necesaria. Inevitablemente requiere, en primer término, contar con instituciones.

– Pero no sólo con instituciones de cualquier tipo, sino con reglas claras.

– Tener instituciones significa algo más que la norma jurídica. Significa toda una organización particular del Estado y de la relación entre el Estado y los ciudadanos. Donde la representación sea representativa. Es decir, donde haya realmente representatividad, si me disculpa la redundancia.
Y para esto hacen falta partidos políticos genuinos, auténticos, que no tengan simplemente un numerario de afiliados o de membresías, sino que tengan estructuras en condiciones de ejercer la contención y de asumir la alternativa cuando llegue el momento oportuno. Nosotros nos hemos desentendido mucho de eso.
Cuando se instala un gobierno, de entrada nomás, de movida, hay que cubrir 2.000 o 3.000 cargos fundamentales para que funcione un país. Si nos preguntáramos sobre qué sabemos acerca de la capacitación que han recibido dentro o alrededor de los partidos políticos aquellos que desde el primer momento van a tener que empezar a actuar, la verdad es que nuestra respuesta sería que no sabemos nada, no la conocemos y –peor aún- no tenemos idea siquiera si la tienen.

– Pero esto no siempre fue así, antes los dirigentes eran intelectuales.

– En otras épocas existían muchas generaciones y fundaciones internacionales, incluso, que se ocupaban y preocupaban porque se dieran cursos y se preparara y capacitara a la gente que luego iba a gobernar. Pero después eso se abandonó.
Yo tengo la sensación, y lo digo con dolor ya a mi edad y cuando uno empieza a dar por cruzado el Ecuador de la vida hace tiempo, que hemos fabricado grandes oradores, grandes polemistas. Tenemos para la barricada, tenemos para la tribuna, tenemos para la mesa redonda, tenemos para el análisis, para el debate, pero no tenemos a nadie que ejecute. El tema del emprendimiento concreto es aquí un conjunto vacío.

– No hay quien lleve a cabo los proyectos.

– A eso ahora lo llaman “gestión”. De todas maneras, hay que tener cuidado con las palabras que uno utiliza. Pienso que las palabras hay que tratar de no gastarlas porque sino después toman una connotación peyorativa. Por ejemplo, ahora “represión” significa cualquier cosa menos lo que es: un monopolio del Estado que debe ejercer cuando es necesario defender los derechos de los ciudadanos. “Judicializar” también es otro término que se ha demonizado, cuando es algo tan simple como poner en manos de un juez un tema para que él decida imparcialmente algo. Ahora resulta que judicializar es darse derechos.

– Aquí todo es un cambalache.

– Estamos, como predijo Orwell en su famosa novela “1984”, que escribió en 1948. Allí dijo que para la inversión de las decenas de esa cifra, 84 años después, todo iba a significar al revés. Lo bueno iba a ser malo, lo blanco iba a ser negro… Se quedó corto.

– Usted presentó varios proyectos de ley, entre los cuales hay uno que tiene que ver con la pacificación. ¿Cuál es el contenido de esa iniciativa?

– Yo creo que todo lo que se ha experimentado en la Argentina en las últimas décadas a fin de alcanzar ese fin supremo que es la paz -y que está presente en el Preámbulo de nuestra Constitución, al igual que la justicia, la libertad y la unión nacional- no ha sido suficiente. La paz interior es lo que más se ha descuidado. Es lo más abandonado y olvidado. Entonces, hace falta, a mi criterio, una norma de pacificación. Porque en todo lo que se ha se ha ensayado hasta ahora por un motivo o por otro, y no es por juzgar, sino que es a modo de fotografía, se ha fracasado. Se dictaron amnistías parciales que estaban destinadas nada más que a un sector, después vino el Punto Final, la Obediencia Debida, indultos de un presidente, indultos de otro presidente, nada sirvió en definitiva, porque cada vez tenemos más agitación interior y no mayor paz interior.

– Cada vez hay más resentimiento…

– Sí. En cambio, por ejemplo, en el gobierno de Frondizi sí hubo una ley de amnistía propiamente dicha, bien hecha, muy amplia, muy generosa. Y ahora haría falta algo equivalente. Pero no para crear la sensación de impunidad ni de querer borrar la historia, sino con la finalidad de que realmente dejemos de dedicar el 90% de las energías a debatir aspectos tremendamente dolorosos del pasado y volquemos esas fuerzas a construir un futuro. Para que nos dediquemos, sobre todo, a crear las condiciones para ese futuro. Porque el futuro no se crea con una varita mágica que con un abracadabra reconstruye todo y listo.

– ¿Pero cree que con la pacificación basta?

– No, no basta sólo con la pacificación. Hay que crear, luego, seguridad fiscal que es una materia en la que Argentina tiene un gran déficit, hay que ponerse de acuerdo entre la Nación y las provincias respecto a qué servicio, cargas, deberes, obligaciones y funciones cumple el Estado central y qué cargas, servicios, deberes, obligaciones y funciones cumplen los Estados y municipios provinciales. Y después de ponerse de acuerdo sobre eso, distribuir los recursos y ver cómo se generan. Porque es muy fácil tirar todo para arriba. Es fácil que el ogro sea el de arriba y el gobernador o el municipio sean los buenos porque no persiguen a nadie, porque no recaudan de nadie, sino que sólo se sientan a esperar la coparticipación.

– Tienen el beneficio político de gastar sin el costo político de tener que recaudar…

– La coparticipación es una ley leyenda. Fíjese usted que le han incrustado a la Constitución una ley que requiere que después que la sancione el Congreso, la aprueben las provincias. Eso es propio de las confederaciones y no de los Estados federales. Y nosotros somos un Estado federal.
Y en todo caso, si nos fijamos en las confederaciones -si como decía usted antes, tratamos de aprender de la historia- todas han fracasado. Estados Unidos empezó como una confederación y porque ésta fracasó pasó a inventar el Estado federal.
Pero, cuidado, porque un Estado federal requiere viabilidad, es decir, que funcionen las unidades que lo componen. Y nosotros con 24 provincias totalmente desparejas en cuanto a población, riqueza, territorio, capacidad contributiva, etcétera, no podemos crear un Estado de total equidad. Hay que reconsiderar ese trazado. Aquí hay que rediseñar el Estado.

– El problema es que, como decía usted antes, no tenemos grandes “diseñadores”, ya no hay estadistas.

– Fíjese qué claro lo tenían los que escribieron la Constitución en el ’53. Aquellos que representaban a los gobernadores de las provincias y a los viejos caudillos federales que le dieron la espalda a Rosas y siguieron a Urquiza en el gran emprendimiento de Caseros, ellos previeron la regionalización en el artículo 13. Esto que estamos discutiendo hoy.

– ¿A qué se refiere con “regionalización”?

– Que de varias provincias se podría formar una. Crear menos unidades, pero que tengan autosustentación. ¿Qué sentido tiene que tengamos 24 provincias, 24 reparticiones en cada materia para hacer lo mismo y que todas ellas funcionen relativamente mal o insatisfactoriamente cuando podríamos tener menos, pero que, abarcando regionalmente, hicieran algo que redunde en mejor calidad de vida, que es finalmente el meollo de la cuestión, lo que la gente quiere, reclama y necesita?

– Simplemente, vivir en condiciones dignas.

– Empezando por la calidad de vida institucional, que la tenemos muy pero muy baja. Recuperar la calidad de la credibilidad y la confianza, también para que internacionalmente podamos competir.
Finlandia tiene, por ejemplo, el nivel de transparencia más alto del mundo. ¿Y lo consiguieron cómo? Con hechos, con pruebas concretas, con actitudes, con educación. Tienen el nivel más alto de lectura entre los niños y los jóvenes. Los chicos no se quedan todo el día mirando televisión, sino que leen, estudian.
Han alcanzado un estándar de tecnología de punta y de avanzada a pesar de su poca población y el mal clima que tienen. Nosotros, con nuestras ventajas, deberíamos haber logrado mucho más aún. Somos el paraíso: tenemos todos los climas, todas las riquezas… Pero todo potencialmente, esperando que algún día hagamos algo bueno con eso. © www.economiaparatodos.com.ar




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