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jueves 6 de septiembre de 2007

La flotación administrada

Comprender las bases y características del sistema cambiario de flotación administrada vigente en el mundo civilizado permite comprender las enormes diferencias que lo separan del actual modelo cambiario que rige en la Argentina.

Tras largas discusiones, que incluyeron fuertes enfrentamientos, el sistema cambiario que finalmente comenzó a regir a partir de mediados de los `70 en los principales cinco países del mundo (Estados Unidos, Inglaterra, Alemania, Francia y Japón) fue el de la flotación del tipo de cambio.

Ese sistema, que fue denominado de “flotación administrada” surgió de un acuerdo multinacional, distinguiéndose por sus cuatro características fundamentales:
1. Libre acción de la oferta y la demanda.
2. El valor de las diferentes monedas es un asunto de interés internacional porque son consecuencia de las decisiones tomadas libremente por los operadores, según sus expectativas, y de las políticas, directas e indirectas, aplicadas por los países para influir en las tendencias de los mercados de divisas.
3. Marcada volatilidad de los tipos de cambio.
4. Intervención de los bancos centrales para morigerar movimientos exagerados o cambiar tendencias que pudieran afectar normas monetarias internas.

Las intervenciones, si bien tenían fundamentos políticos y económicos, siempre y durante años se realizaron teniendo en cuenta criterios e intereses únicamente nacionales. Si bien esa acción en aquel entonces era aceptada en general, la experiencia permitió diferenciar entre países que la ponían en práctica sólo ocasionalmente, como era el caso de los Estados Unidos, y algunos otros que lo hacían casi cotidianamente, como Francia y España.

Durante unos doce años la flotación administrada unilateralmente se caracterizó por una muy marcada volatilidad, con largos períodos en los que las diversas monedas se mantuvieron subvaluadas o sobrevaluadas. El caso más notorio fue el del dólar estadounidense, que hasta 1979 sufrió una fuerte devaluación y seguidamente, hasta 1985, una exagerada apreciación.

Precisamente, durante ese año, la sobrevaluación del dólar provocó presiones proteccionistas por parte de importantes grupos industriales, ante la falta de competitividad de sus productos por el desproporcionado valor de su moneda. Y la crisis no tardó en llegar.

Así fue como las grandes potencias arribaron luego a la conclusión de que la única manera de influir con éxito en la orientación de los mercados era discutir y consensuar líneas de acción conjuntas y coordinadas, que fueran contundentes y eficaces, coordinándolas para lograr el equilibrio perdido.

Un primer paso en ese sentido se dio en el otoño de 1985, obligado por una fuerte apreciación del dólar y su consiguiente efecto sobre el déficit comercial norteamericano. El Grupo de los Cinco (G-5: Estados Unidos, Inglaterra, Alemania, Francia y Japón), reunido en el hotel Plaza de New York, el 22 de Septiembre de ese año, acordó intervenir conjuntamente en los mercados de divisas para provocar la depreciación del dólar. Al mismo tiempo, la Reserva Federal aplicó una política monetaria expansiva y la reducción de las tasas de interés. Esta medida, agregada a las intervenciones concertadas provocaron una fuerte caída del valor de la divisa estadounidense.

El 22 de Febrero de 1987 los integrantes del G-5 más Canadá se reunieron en París, en el Louvre, para tratar de estabilizar las cotizaciones en el nivel que mostraban ese momento, considerado de equilibrio. Según el acuerdo suscripto en la oportunidad los bancos centrales de Estados Unidos, Alemania y Japón se comprometían a intervenir activamente en los mercados de divisas para estabilizar el dólar en torno a un nivel de referencia.

Los objetivos del denominado Acuerdo de Louvre tendían a estabilizar la paridad del dólar y reducir, consiguientemente, la incertidumbre en los mercados internacionales. Pero la posterior lenta corrección del déficit público norteamericano y la excesiva disciplina presupuestaria de Japón y Alemania hicieron fracasar el convenio.

No obstante, quedó vigente la decisión del G-5 de establecer, para el futuro, zonas objetivo (target zones) para las cotizaciones de las principales monedas, con el compromiso de actuar cuando los niveles establecidos fueran traspasados. Por supuesto, esos parámetros siempre se mantuvieron bajo estricta reserva.

Desde entonces, se realizaron varias intervenciones siempre concertadas entre los principales bancos centrales del mundo para impedir movimientos no deseados de los tipos de cambio y lograr un nuevo equilibrio de las paridades.

Sin embargo, la intervención directa de los bancos centrales en los mercados de divisas fue perdiendo importancia, debido a las crecientes dificultades a partir del enorme crecimiento que experimentaron los volúmenes transados en los principales mercados cambiarios del mundo. Simultáneamente, comenzaron a aparecer renovadas críticas al sistema de intervenciones oficiales directas en los mercados de cambios, las que para un número creciente de analistas y economistas no tenían ningún efecto distinto del que podían originar las contrapartidas monetarias que originaban. De acuerdo con este criterio, la nueva modalidad que propiciaban se basaba en que las políticas monetarias eran las más efectivas para influir en el nivel de los tipos de cambio.

Los defensores de esta nueva modalidad, que finalmente se impuso, fundamentaban su posición en que la intervención con simultánea esterilización del dinero emitido, ya no tenía efecto sustancial ni duradero sobre los tipos de cambio y que por eso había que cambiar.

Así, durante la segunda mitad de los 80’, pronto ganó terreno esa teoría y, entonces, los bancos centrales comenzaron a utilizar instrumentos indirectos con dicho objetivo, eligiéndose la fijación de las tasas de interés referenciales como la principal arma para lograrlo.

Durante los 90’ y en los principios del siglo XXI se afianzó la idea de que los niveles de los tipos de cambio tenían un valor relativo y que su equilibrio dependía de la disciplina y la coordinación de las políticas macroeconómicas. Por eso, se puso mayor énfasis en lograr que los países promovieran políticas monetarias y fiscales internas que fueran estables y equilibrantes.

Fue determinante, al respecto, el convencimiento de los integrantes del Grupo de los Siete (G-7) que la coordinación en materia monetaria, como en otros campos, era imprescindible, a pesar de que los acuerdos se hacían más difíciles por los profundos cambios registrados en los sistemas monetarios nacionales e internacionales y, particularmente, por los avances de la innovación financiera, las desregulaciones y la liberalización, junto con los progresos tecnológicos en informática y comunicaciones.

Cualquier similitud de lo narrado con el actual sistema cambiario vigente en la Argentina, pese a la opinión y afirmaciones de sus más altas autoridades, es pura casualidad. © www.economiaparatodos.com.ar

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