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jueves 26 de abril de 2007

La inconsistencia del cortoplacismo

La política del cortoplacismo socava la gestión pública porque las decisiones discrecionales del día a día van a la zaga de los acontecimientos y, como resultado, no hay metas, ni objetivos, ni finalidades y todo se convierte en improvisación, azar e incertidumbre.

Cuando un individuo carece del sentido de su propia vida, adopta el más necio de los criterios para actuar y se preocupa sólo de lo que va a ocurrirle en los próximos minutos.

Este criterio hedonista, de actuar a medida que las cosas surgen sin asumir una conducta ética, parece pragmático y astuto, pero resulta demoledor y caótico porque dicho individuo no sabe adónde va, ni tampoco lo que pretende hacer de su vida. Se convierte en marioneta de los acontecimientos en lugar de construirse un entorno más armonioso para vivir mejor.

Exactamente de la misma manera se comporta el Gobierno cuando toma decisiones políticas sólo en función de “aquello que pueda salir mañana en la tapa de los diarios”.

Esta extraña forma de gobernar deja la impresión de una enorme torpeza, como si se actuara a tontas y a locas, sin discernimiento ni reflexión, aderezado todo ello con el desprecio por las reglas de la cortesía y la puntualidad.

Medidas incoherentes

En casi todos los campos de la acción del Gobierno puede apreciarse hoy un cortoplacismo sin horizontes. Nadie sabe adónde vamos y sólo predomina la obsesión de hacer lo imposible para ganar las próximas elecciones de octubre. Por eso actúan de la manera en que lo hacen, torpemente y sin discernimiento ni reflexión.

Muchas y variadas son las percepciones de esta incoherencia cortoplacista que anida en las acciones del Gobierno:

• Para dominar a los jueces, se desarmó el Consejo de la Magistratura y se lo reemplazó por una mayoría gubernamental que permite nombrar jueces adictos y despedir a los no sumisos.

• Para manipular la moneda, preparan un proyecto que elimina la autonomía del Banco Central, que no sólo convertirá a esa institución en un chinchorro del Poder Ejecutivo para sus políticas distributistas, sino que le permitirá echar mano a las reservas tal como se hizo en Santa Cruz.

• Para contener la demanda de aumentos salariales, planteada por trabajadores que ven disminuida su capacidad de compra, utiliza a dos o tres sindicalistas venales y anuncia topes de aumentos uniformes para todos, sin tener en cuenta la rentabilidad de cada empresa, ni su productividad y tampoco la particular situación de cada localidad.

• Para frenar las protestas por aumentos generalizados de precios, no encontró mejor receta que manipular los índices a su antojo y destruir así la delicada trama del INDEC, lo que ultraja a su personal y altera irracionalmente la metodología de cálculo.

• Para seguir apoderándose de la tajada de dinero que brindan las retenciones a las exportaciones, sobrevalúa el dólar comprando divisas con emisión monetaria que luego debe absorber mediante un endeudamiento a tasas disparatadas.

• Para reducir la ola de inseguridad, se esfuerza por definirla como una mera sensación alentada por los medios de comunicación y procede a dibujar estadísticas que muestran la baja de los delitos más denigrantes.

• Para parar los justos reclamos de justicia y seguridad, descalifican a quienes reclaman mayor protección policial acusándolos de ser represores encubiertos, mientras que el propio presidente se jacta de ser el paladín de la tolerancia.

• Para eludir las leyes laborales que imponen cargas excesivas, adulteran los conceptos salariales en el sector público de médicos y docentes, creando absurdas calificaciones: aumentos no remunerativos, adicional por título, antigüedad ocupacional, compensación por zona desfavorable, suma fija no bonificable, bonificación por presentismo, incremento no bonificable, recupero salarial y desarraigo.

En el fondo, esta clase de medidas de la “nueva política” señalan una real enajenación de sus autores, quienes, por otra parte, no demuestran tener criterios normales porque odian todo lo que huela a principios morales, aborrecen a quienes mantienen firmes convicciones, sienten desprecio por la policía y aversión por las Fuerzas Armadas, se enfurecen con las exigencias de la disciplina, muestran su fobia al sentido del deber y se encolerizan cuando alguien habla de obediencia o de respeto a los mayores. En sus corazones parece reinar el desamor y en sus conciencias dominar el resentimiento.

Causas de la inconsistencia

Cuando se adopta la política del cortoplacismo, automáticamente se crea una inconsistencia que socava la propia gestión pública, porque las decisiones discrecionales del día a día van a la zaga de los acontecimientos. El resultado es la pérdida total del rumbo y entonces van a la deriva.

En el cortoplacismo no hay idea alguna sobre el futuro y no hay manera de saber cuál es la estrategia adoptada porque no hay metas, ni objetivos, ni finalidades y todo se convierte en improvisación, azar e incertidumbre.

Dos son las causas profundas de esta inconsistencia. La primera es la repudiable regla de la reelección, que despierta en el gobernante una ilimitada codicia y condiciona todos sus actos, sus gestos y decisiones en aras de la ambición de ser reelegido para permanecer en el cargo. Desde que apareció este espurio principio constitucional, por confabulación de Carlos Menem y Raúl Alfonsín, nuestros gobernantes dejaron de pensar y actuar en función del largo plazo. Se involucraron en una campaña electoral permanente, autoconvenciéndose de que, si no lo hacen, comenzarían a perder poder desde el primer día de su mandato. Por eso, en la Argentina el poder dejó de ser servicio para transformarse en egoísmo autista, donde el gobernante se encierra en sí mismo, pierde contacto con la realidad y deja de comunicarse con la gente.

La segunda causa es la ignorancia supina que caracteriza a nuestros gobernantes. No tienen conocimiento de que las medidas económicas que ellos adoptan producen dos clases de efectos: los efectos primarios o impactos y los efectos secundarios o inducidos.

Los efectos primarios generan consecuencias inmediatas, son exitistas y aptos para la propaganda oficial. Los efectos secundarios, en cambio, provocan resultados inducidos después de un tiempo y no resultan ser tan favorables.

Todo el mundo puede contemplar los efectos primarios, porque sus frutos se ven pronto e ingenuamente son atribuidos a la bondad de quienes gobiernan. Pero los efectos secundarios, por el contrario, no se pueden apreciar con inmediatez, se producen después de un lapso desvinculado de las circunstancias que promovieron la medida y tienen una prolongada duración.

Cuando se actúa con criterios del cortoplacismo, los efectos secundarios casi siempre neutralizan el efecto de las medidas-impacto y, en muchos casos, esas consecuencias derivadas provocan resultados contrarios al impulso inicial, que lo desbaratan por completo. Sin embargo, como transcurren después de un tiempo y muy pocos tienen la suficiente inteligencia para relacionarlos, casi siempre terminan atribuyéndose a secretas conspiraciones de individuos con intenciones perversas.

Recomendaciones del pasado

Las cosas se están complicando demasiado para el gobierno. El propio presidente hace ya bastante tiempo que no puede entrar en su casa de Río Gallegos y pasa largos fines de semana en El Calafate. Este sosiego patagónico debiera aprovecharlo reflexionando sobre su propia vida. Para encontrar algún sentido a su papel de primer magistrado de la Nación, quizás debiera leer un pequeño librito que escribió uno de los grandes sabios que en el mundo han sido.

Se trata de Lucio Anneo Séneca (2 AC – 65 DC), gran filósofo latino, hijo del anterior senador durante el reinado de Calígula, uno de los más preclaros maestros estoicos y preceptor de emperadores romanos. En sus obras “Sobre la brevedad de la vida” y “De la tranquilidad del alma”, se dirigía a sus excelsos alumnos enseñándoles a tener fortaleza de ánimo y austeridad de vida con estas emocionantes palabras:

“Adopta tus decisiones como si fueras a vivir para siempre y no trates de actuar como si la vida fuera breve, porque perderás el tiempo ocupándote de cosas fútiles que te distraerán.
El ansia de proveerte de fama y dinero te disipará, impidiéndote descubrir la ley moral que habita en tu interior.
Si no tienes el indispensable recogimiento, perderás el sentido de tu existencia con una vida descontrolada. Para encontrar ese sentido te será necesario cultivar la paciencia y la templanza.
La vida adquiere sentido cuando las preocupaciones más importantes no son las de tus intereses particulares sino: la práctica de las virtudes, el afecto a los demás, el olvido de los odios y resentimientos, la práctica del arte de vivir y también… la del saber morir, pero ante todo, el logro de una profunda paz interior en tu alma.”
© www.economiaparatodos.com.ar

Antonio Margariti es economista y autor del libro “Impuestos y pobreza. Un cambio copernicano en el sistema impositivo para que todos podamos vivir dignamente”, editado por la Fundación Libertad de Rosario.

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