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lunes 17 de septiembre de 2007

La muerte como experiencia de vida

El dolor ante la muerte de un ser querido puede ser la oportunidad para revalorizar las vivencias compartidas y el aprendizaje que toda relación humana produce.

La muerte es una experiencia vital inexorable por la que nadie quiere pasar, aunque –paradójicamente– todos transitaremos por ella.

Es muy extraño reflexionar sobre esta vivencia y entender en ella el sentido de la vida. Desde nuestra noción del tiempo, perder un ser querido siempre es un sin sentido.

Considero que todas las familias debemos prepararnos para vivir unidos esta experiencia, que por la fuerza del amor filial puede ayudarnos a ser mejores.

¿Cómo prepararnos? ¿Cómo decir que es posible aprender algo después de tanto dolor? Estas preguntas sólo encuentran respuesta en la vida compartida y en los recuerdos.

Es un profundo misterio caminar junto a quienes uno ama, una senda en la que no se pidió transitar y sobre la cual tampoco uno puede decidir cuándo dejar de recorrerla. Simplemente, se recorre y se administra con poca conciencia del fin. Esto vuelve a traer el eterno y profundísimo dilema humano sobre el valor del tiempo.

Una pérdida nos cuestiona sobre cuánto hemos aprovechado nuestro aprendizaje y los recuerdos afirman lo que hemos aprendido. Pasado y presente juegan un rol esencial, uno para ver qué hemos hecho, y el otro para pensar qué queremos de aquí en más. Esta es la experiencia vital de la muerte: no desesperar estáticamente en el dolor, sino que al rememorar las vivencias podamos sentir que estamos vivos.

Siento la vida de un modo especial cuando puedo acudir a lo aprendido: la música, el fútbol, el mar y la montaña, la admiración por los que cumplieron sus sueños, el interés por saberlo todo, la poesía y el afán de devorarse a la vida, lo que debo y no debo hacer, lo que debo y no debo imitar; todo me lleva a mi padre, aunque él ya no esté conmigo y el dolor de su ausencia me acompañe siempre. Sin embargo, a través de esta experiencia me siento más cerca de él.

“La peor pavada que podés hacer en esta vida es morirte”, decía mi padre, señalando el valor que le daba a estar vivo. Prometo ser fiel a esta enseñanza y transmitirla a todos los que me rodean, especialmente a mis hijos.

Entre tanto, en este don de eternidad que plantea la vida, estoy seguro de que cuando nos volvamos a ver, sonreiremos. © www.economiaparatodos.com.ar

El licenciado Adrián Dall’Asta es director ejecutivo de la Fundación Proyecto Padres.

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