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jueves 12 de julio de 2007

Mayoritarismo y democracia

Los gobernantes que utilizan la excusa de haber accedido al poder mediante el voto de las mayorías para violar los derechos de las minorías traicionan el verdadero espíritu de la democracia y de los principios republicanos.

Claudio Fantini, el inteligente analista internacional de la Argentina, inventó un término magistral para referirse a regímenes como el de Hugo Chávez que, bajo el argumento de haber sido elegidos por una mayoría determinada en elecciones no impugnadas, avasallan los derechos de los que no piensan como ellos en su camino hacia el silencio total.

El “mayoritarismo” engaña a propios y extraños machacando sobre la idea de su elección “libre”, haciéndoles creer que por ello han sido envestidos con el poder de desconocer todo lo que no sea igual a su pensamiento: “nos han votado a nosotros, así que lo que decimos es la verdad revelada, lo demás deben recluirse en el silencio o morir”. No hay alternativas: ellos son la patria, la razón, la verdad y la única voz; los demás son el enemigo, no de ellos, sino de la patria.

El “mayoritarismo” o la “mayoricracia” distan mucho, obviamente, de tener algún parentesco con la democracia. Ésta, además de ser un sistema de gobierno por el cual una mayoría circunstancial asume la responsabilidad temporal de la administración, es un sistema de derechos, un régimen de garantías y, en el fondo, un esquema de protección a las minorías. Nada de todo esto ocurre en una “mayoricracia”.

La democracia entregó al mundo, justamente, el valor agregado del reconocimiento de los derechos individuales y la libertad de expresión como elementos distintivos de su esencia. Que una mayoría ejerciera el gobierno no era, después de todo, un aporte nada “genial” a la historia de las ideas: eso era algo esperable. Pero que, de una vez por todas, las minorías estuvieran protegidas contra los gobiernos despóticos, cualquiera sea su origen, ése era el verdadero avance filosófico, la verdadera diferencia con el sojuzgamiento que el mundo había conocido como norma hasta que la democracia apareció como sistema de garantías y libertad.

Que la Argentina aparezca como socia y defensora del Duce Chávez, mediando con Brasil por la defensa que hizo éste (y no lamentablemente la Argentina) de la libertad de expresión y de prensa en Venezuela en ocasión del cierre de Radio Caracas Televisión (RCTV), es francamente lamentable para el país. Que un personaje de segunda categoría como el camarada Eduardo Sigal, miembro del Partido Comunista Argentino e inexplicablemente secretario de Integración Económica de la Cancillería, salga a justificar y defender el cierre de una emisora opositora en Venezuela bajo el manoseado argumento de no inmiscuirse en los asuntos internos de otro estado constituye una vergüenza para la Argentina, que no tiene lo que hay que tener para condenar lo que hay que condenar.

El MERCOSUR es una unión económica, pero también una asociación de valores políticos. De hecho, el Tratado de Asunción impide que un estado no democrático sea miembro del bloque. Que el Duce de Caracas blandee un argumento “democrático” para decir que su gobierno fue elegido por una mayoría de votantes, no lo inviste del derecho a desconocer las libertades y garantías de los opositores y de las minorías, porque precisamente eso es ir en contra de la democracia. Lo demás, lo que personajes como Chávez representan, son regímenes “mayoritaristas” o “mayoricracias”, esto es, despotismos que usan los votos de masas clientelistas como escudo de su propio autoritarismo.

Si bien es triste para un nación que nació al mundo defendiendo la libertad, es entendible que un personaje como Sigal comprometa la palabra del gobierno argentino en la defensa de un totalitario como Chávez: después de todo, las ideas en las que cree se han basado –y se basan– en el desconocimiento de todas las libertades individuales, en la concentración del poder en una nomenclatura de privilegiados burócratas y en una maquinaria preparada para silenciar, por el medio que sea, a todo aquel que se atreva a enfrentarla. El único misterio es cómo un país que nació como lo hizo el nuestro ha llegado al punto de permitir que personajes como ése ocupen puestos en el gobierno y hablen en nombre de un pueblo que consideró sagrado el grito de libertad.

¿Cuán lejos estamos del “mayoritarismo”? ¿Qué diferencia tenemos con Chávez y con su bolivarismo socialista? Desde el punto de vista de la consideración de una mayoría circunstancial como sinónimo del pueblo todo, no tenemos ninguna diferencia. Cuando esa mayoría nos resulta adversa la tildamos de fascista y de no-pensante, como lo hicieron el oráculo filosófico (¿?) del kirchnerismo, José Pablo Feinmann, y Daniel Filmus después de las elecciones porteñas. ¿Significa Cristina Kirchner algo distinto respecto de estas pantomimas de la democracia? No pareciera serlo, a juzgar por el cambio copernicano que experimentó desde que encarnaba la oposición a Carlos Menem y a Fernando De la Rúa hasta ahora, especialmente en lo que se refiere a la supresión de los controles del gobierno por las minorías parlamentarias, la independencia de la justicia y el respeto a la división de poderes.

Es la sociedad argentina la que debería tomar urgente cuenta acerca de cómo es utilizada como carne de cañón para legitimar con su número (porque por respeto a la verdadera democracia ni siquiera se puede hablar de voto) regímenes que desconocen los derechos y ponen la libertad en serio riesgo. Su participación no respalda la llegada de personas que profesan ideologías totalitarias a las cercanías del Estado y, sin embargo, allí están opinando en nuestro nombre y respaldando distintos fascismos alrededor del mundo. Es la sociedad la que debe exigir terminar con el “mayoritarismo” y pedir que se instale, sin más trámite, un verdadero gobierno democrático dispuesto a respetar los principios fundacionales de la República. © www.economiaparatodos.com.ar

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