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lunes 31 de marzo de 2008

Más retenciones a la cordura y a la legitimidad

En un país donde todos pretenden ser dueños de la verdad y defienden sus posturas a los golpes, los diálogos no son más que monólogos entre sordos.

“Cuando advierta que para producir necesita
obtener autorización de quienes no producen nada;
cuando compruebe que el dinero fluye
hacia quienes trafican no bienes, sino favores;
cuando perciba que muchos se hacen ricos
por el soborno y por influencias más que por el trabajo,
y que las leyes no lo protegen contra ellos sino,
por el contrario, son ellos los que están protegidos contra usted;
cuando repare que la corrupción es recompensada
y la honradez se convierte en un autosacrificio,
entonces podrá afirmar, sin temor a equivocarse,
que su sociedad está condenada.”
Ayn Rand, La Rebelión de Atlas, 1957.

Algo se alteró subrepticiamente en el escenario político. Había y hay demasiado disgusto por la institucionalización de la mentira y la soberbia oficial que, de repente, tuvo que menguar. ¿Durará? La suba de las retenciones apenas fue el detonante de un estado de cosas que andan mal, sobre todo los precios, que suben aunque bajen en los índices que se proclaman desde el Ejecutivo nacional.

Reacciones populares –espontáneas o no, lo mismo da a la hora de hacer un análisis general–, unos contra otros, y todos contra todos. Nada muy nuevo, sólo que esta vez las imágenes no se pudieron ocultar y las fuerzas piqueteras a las que hicimos alusión en el artículo de la semana anterior irrumpieron sin disimulo como lo que verdaderamente son: fuerzas de choque dispuestas a contrarrestar cualquier reclamo a un Gobierno que para ello las ha venido aglutinando. Así, frente a una marcha del pueblo –que tampoco tiene claras las normas con las que se debe actuar a la hora de los reclamos– hay contramarcha oficial. Metodología ya vivida cuando la convocatoria fue en pro de la seguridad. Para ese fin está Luis D’Elía, pero no vale la pena dedicarle ni una línea.

Lo razonable sería que todos los ciudadanos transitáramos libremente por la vía pública. No obstante, ante el conflicto por la pastera con Uruguay, el Ejecutivo terminó legitimizando los cortes de ruta y anulando la letra misma de la Constitución Nacional. Sólo se mandó la Gendarmería a Santa Cruz cuando por el conflicto con los petroleros se coartó la libertad de circular.

Antes o después, de una forma u otra, el campo y el Gobierno encontrarán el modo de convivir y concertar. No está ahí el verdadero núcleo del problema, el conflicto real va más allá de la rentabilidad del sector agropecuario y posiblemente exceda a la inflación que golpea. Hay odio, resentimiento y un afán por reabrir heridas y cercenar a la ciudadanía que parece producir un goce enfermizo en la dirigencia local. Hay fastidio social. Aunque también es cierto que éste puede mantenerse en stand by por meses y meses. ¿Cuántas veces ha pasado ya? Sin embargo, en un clima de rencores y animadversiones, ante el primer obstáculo, el malestar general encuentra espacio propicio para aflorar, si bien sólo dura una o dos semanas, no más.

Que las clases medias urbanas no son santo de devoción del kirchnerismo no es noticia a esta altura de las circunstancias. La pérdida de estos sectores llevó a Néstor Kirchner a retomar las fauces del PJ tradicional, a sumar el poder sindical y a entender la importancia de la “generosidad” para con los intendentes del conurbano bonaerense. Aun así, el matrimonio presidencial advirtió que las cosas van mal y que no hay muchos más adversarios a quién culpar: se han enfrentado ya contra todos los sectores. Les queda, de todas maneras, un resto, un aparato dispuesto a respaldarlos. Eso es lo que invalida, paradójicamente, la posibilidad de solucionar conflictos que sólo requieren políticas públicas claras y reglas de juego estables. Nada menos, nada más.

No hay, hasta ahora, ningún tipo de cambio: el kirchnerismo no está dispuesto a dar marcha atrás, si bien quizás termine aflojando con exceso de disimulo para no mostrar debilidad. Creer que un discurso puede modificar el escenario es tan ingenuo como pensar que los problemas surgen porque hay una mujer al frente de Ejecutivo nacional. Nada tiene que ver el uso de pollera o pantalón en el siglo XXI, donde el rol femenino prácticamente no se discute y el protagonismo femenino es comprobable, a nivel mundial, en todas las áreas de la sociedad.

Ahora bien, hay un enigma que ha surgido de este conflicto con el campo: ¿realmente el pueblo argentino está madurando o meramente reacciona ante lo coyuntural? Hay optimismos entendibles que surgen por ese repentino despertar de un pueblo sumido en la apatía y arraigado a un individualismo muy peculiar. También es cierto que, en la Argentina, el vértigo de un estilo de vida violento y hostil, donde el tiempo avanza sin que se pueda definir qué pasó, qué pasa o qué ha de pasar hace que todo sea materia de olvido y deje, finalmente, de ser un asunto crucial… Todo se torna efímero y furtivo, hasta el interés social.

Pasamos de debatir una supuesta inminente guerra entre Venezuela, Ecuador y Colombia, a una crisis energética que desconocemos si se ha solucionado o postergado, temblamos ante las crónicas incesantes de accidentes viales y, de ahí, saltamos a una huelga de productores agropecuarios sin que exista, en apariencia, un hilo conductor entre estas cuestiones que se superponen con excesiva velocidad.

Entretanto, los argentinos volvimos a experimentar el estar todos contra todos por capricho gubernamental, porque siempre, incluso desde mucho antes que Maquiavelo expusiera sobre el asunto, se supo que dividiendo se puede reinar con mayor facilidad. Todo queda siempre en formalidades: diálogos que no son tales y resentimientos que se mantienen por diferencias irreconciliables en cuestión de principios, y no solamente en materia económica, donde no hay mucho más para inventar. En vez de soluciones, se apela a status quo poniendo paños fríos sin resolver los conflictos, que siguen subyaciendo. Ante la primera de cambio, entonces, todo vuelve a empezar, a ser confusión, locura, violación constitucional, patoteadas, aprietes y malos humores que terminan mostrando que los argentinos hemos sido diezmados no sólo en lo político y económico, sino en lo ético, por lo que tristemente hemos adoptado un maléfico relativismo moral. Así, nadie termina, finalmente, de diferenciar lo que está bien de lo que está mal. Y parece que todo vale, que todos son los dueños de la verdad. En ese marco, las mesas de diálogo son monólogos entre sordos, nada más… © www.economiaparatodos.com.ar

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