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jueves 15 de marzo de 2007

No hay que jugar con el tipo de cambio

La libre flotación del tipo de cambio contribuye al desarrollo y aumenta la eficiencia de los mercados financieros. Por el contrario, su manipulación tiene serios riesgos para el país.

En los dos meses transcurridos de 2007, el futuro de la política cambiaria del Gobierno ha sido un tema que acaparó la atención de no pocos analistas.

Fue motivo de numerosos comentarios y opiniones diversas el informe publicado recientemente por Merrill Lynch & Co., relacionado con las once monedas de países emergentes que están subvaluadas, según se ha calculado, en un promedio de 19% frente al dólar estadounidense. Esto causa ciertos desequilibrios en los tipos de cambio. El conocido banco de inversión afirma que las monedas depreciadas artificialmente son las de Argentina, Brasil, Chile, China, Hungría, Corea del Sur, Malasia, México, Polonia, Rusia y Singapur. Por su parte, el BBVA Banco Francés plantea en su último informe cambiario la continuidad del elevado superávit comercial en 2007 y prevé que la cotización del dólar a fines de año debería ubicarse en torno de $ 3,13, aunque el consenso del mercado que releva el Banco Central (BCRA) ubica el tipo de cambio, a fin de año, en $ 3,17 por dólar.

Una nota aparecida en El Cronista, cuyo autor es su flamante director, el periodista Guillermo Kohan, nos da una buena pista sobre la política cambiaria del Gobierno para este año. En la misma, Kohan afirma que “el Gobierno decidió que este año tampoco se indexará el tipo de cambio, o al menos lo hará a un ritmo mucho menor al que recomiendan los técnicos heterodoxos que se identifican con la administración Kirchner”. Y agrega: “La idea acordada entre el Banco Central y el Presidente es mantener un dólar quieto en torno a los $ 3,10 hasta las elecciones, que no caiga por debajo de los $ 3,05 pero que tampoco se dispare por encima de $ 3,15”.

Llama la atención, y preocupa, que quienes conducen la economía de nuestro país y muchos economistas sigan pecando por un voluntarismo que exacerba cuando opinan y pontifican sobre el tipo de cambio. Seguramente ignoran, y deberían informarse al respecto, que en el mercado de divisas se realizan diariamente operaciones por un total de dos billones de dólares y que sólo el 10% de esa cifra descomunal correspondería a transacciones relacionadas con el comercio de bienes y servicios y su financiamiento.

Por eso, quienes conocen las reglas del juego de ese mercado globalizado, el más grande del mundo y que funciona utilizando una tecnología fantástica, saben que los movimientos de los tipos de cambio poco tienen que ver con el comercio y fantasías autoritarias y mucho con la actividad puramente especulativa de los capitales que van de un lugar a otro buscando las mayores rentas.

Hoy, ya nadie debe dudar de que el tipo de cambio ha dejado de ser un fin en sí mismo –como parecen creer muchos de nuestros funcionarios– para ser, simplemente, la consecuencia de una serie de factores, entre los que se incluyen, con decisiva influencia, los aciertos y errores de quienes conducen y orientan la economía de los países o los aciertos y errores de los políticos encargados de manejar los gobiernos de cada nación.

Es cierto que la fuerte volatilidad de los precios de las divisas que caracteriza al sistema de flotación vigente en el mundo civilizado es motivo de preocupación en foros políticos y económicos y algunos teóricos en la materia hasta han propuesto establecer áreas objetivo para las fluctuaciones y obligar a los países líderes a coordinar sus políticas macroeconómicas.

Sin bien ha habido algunas exitosas experiencias en ese sentido, como el ALCA en América del Norte y el Mercado Común Europeo, la imposibilidad de lograr que 147 países acuerden una política común ha dado paso, durante los años recientes, a una homogeneización de facto de las políticas económicas de las naciones, que libremente se han ido incorporando al actual proceso de globalización.

Y esas políticas, basadas en la imperiosa necesidad de competir, han llevado a aquellos países a coincidir en la implementación de las siguientes medidas: bajar la inflación, equilibrar las finanzas públicas, eliminar las barreras comerciales, otorgar autonomía a sus bancos centrales, reducir el gasto público, bajar los impuestos, desregular sus economías, privatizar las empresas estatales y paraestatales, impulsar la competencia, fomentar el ahorro y la inversión e invertir en estructura física y capital humano.

Nadie, en esas democracias modernas, ha osado meterse con el tipo de cambio, porque la libre flotación, por sí sola, contribuye al desarrollo y aumenta la eficiencia de los mercados financieros. El riesgo cambiario implícito obliga a las empresas a medir con exactitud su nivel de exposición y a tomar las medidas necesarias para evitar o reducir el riesgo de cambio a niveles aceptables. Paralelamente, hay menos presiones restrictivas sobre los flujos de capitales internacionales que, al buscar constantemente mayores utilidades, permiten una asignación más eficiente de los recursos productivos a nivel mundial y ayudan a maximizar los beneficios del comercio.

Con la libre flotación, la disciplina del mercado no permite que se acumulen desequilibrios y su ajuste se realiza, pero en forma gradual. Cada noticia sobre datos de la economía que no esté dentro de las previsiones provoca el inmediato acomodamiento de las expectativas y el consiguiente movimiento de los tipos de cambio. Por eso, la libre flotación obliga a los gobiernos a no cometer errores en su accionar y también desalienta los movimientos de capitales a muy corto plazo, sin necesidad de prohibirlos y condenarlos.

No debemos seguir dándole al Estado el poder de declarar ganadores y perdedores. Y, menos aún, otorgarle también el poder omnímodo que, lamentablemente, tiene hoy sobre el tipo de cambio.

Así nos fue y nos va. © www.economiaparatodos.com.ar

José Alfredo Nogueira es corredor de cambio. Para comunicarse con él: josenogueira@fibertel.com.ar

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