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lunes 20 de febrero de 2006

¡Que no destruyan a nuestros hijos!

La ventaja competitiva de las naciones se basa en la educación de sus habitantes y no en los recursos naturales con los que cuentan. Por eso, la importancia de educar a los ciudadanos en forma adecuada –no sólo en profesiones específicas sino también en valores– es la clave para que un país salga adelante y prospere económicamente.

¿Quién pude dudar de que hoy más que nunca la ventaja competitiva de las naciones está en la educación de su pueblo y no en los recursos naturales? Podría dar cantidad de ejemplos de países que sin contar con recursos naturales han logrado crecimientos económicos impresionantes, pero como simple ejemplo basta ver a nuestro país, que teniendo la pampa húmeda, caudalosos ríos, petróleo, gas, etcétera, no logra salir de su constante decadencia. ¿Qué nos falta? Un pueblo con un grado de educación que nos haga competitivos. ¿En qué influye esa falta de educación adecuada? En que sin la educación del soberano carecemos de ciertos valores que son necesarios para que determinadas instituciones o reglas de juego sean carne en la gente. Esas instituciones que son las que hacen que un país sea atractivo para las inversiones.

Me estoy refiriendo a la convicción de que competir es bueno, de que desplegar nuestra capacidad de innovación es la mejor manera de progresar, de aceptar el riesgo como parte de nuestra vida económica, de no vivir envidiando malamente al que logró ser exitoso, de no esperar que el Estado le saque a otro para mantenerme a mí o de vivir echándole la culpa a otros de nuestros fracasos. En definitiva, la primera condición para que un país pueda prosperar es que su pueblo tenga la íntima y profunda convicción de que la libertad es la mejor manera de vivir. Que tenga la certeza de que el ciudadano no debe ser un esclavo del Estado, sino que el Estado tiene que estar al servicio de los ciudadanos. Si las personas tienen estas convicciones, los políticos no tendrán más alternativa que dejar de lado los espejitos de colores del populismo y empezar a ser serios en sus propuestas.

Ahora bien, si aceptamos que la ventaja competitiva de las naciones está en sus, digamos, recursos humanos y no en el petróleo o la pampa húmeda, la “producción” de educación pasa a ser un factor clave en el desarrollo de las naciones.

¿Quién tiene actualmente el monopolio en la producción de la educación en la Argentina? El Estado. Esa institución ineficiente, plagada de burócratas inescrupulosos cuya única función pasa por esquilmar al contribuyente para financiar su negocio y comprar voluntades. Esos mismos burócratas ineptos son los que definen qué tienen que estudiar nuestros hijos, qué cantidad de horas le corresponde a cada materia, cuántos días de clase van a tener y cómo se los va a evaluar. La pregunta es: ¿por qué el burócrata va a saber mejor que los padres qué y cómo deben estudiar sus hijos?

Basta ver los manuales de historia que estudian nuestros hijos para advertir que no sólo se desvirtúa la historia, intentando destruir los valores que mencionaba anteriormente, sino que, además, están mal redactados. Las cargas horarias de las materias son antojadizas y los chicos ven un montón de materias y muy poco de cada una de ellas. En definitiva, no profundizan nada en ninguna disciplina. Es más, todos los años se discute la misma cuestión: cuántos días de clase tienen que tener los chicos, como si cantidad fuera sinónimo de calidad.

Al igual que en varios sectores de la economía, lo que le falta a nuestro sistema educativo es competencia. Y ya no me estoy refiriendo a la escuela estatal, sino a la educación privada. Los padres no pueden elegir entre diferentes calidades de educación porque los colegios privados están limitados por el burócrata a la hora de definir la cantidad de horas, días de clase y contenidos de las materias que tienen que dar. Y ese sistema educativo que establece el burócrata se ha transformado en una carga para los padres.

Pertenezco a una generación en la que nuestros padres no vivían en el colegio. A lo largo de todo el colegio secundario, los padres de mi generación pisaban el colegio un par de veces en los 5 años. Ni qué hablar de maestra particular o la larga y cara lista de materiales que a principio de año hay que comprar. ¿Repetir de grado o de año? Eran casos muy especiales y fuera de lo común. Hoy en día uno puede hacer una encuesta entre sus amigos y confirmará que llevarse 6 o 7 materias es el promedio.

Inmediatamente viene la respuesta: es que los padres no saben ponerles límites a sus hijos, como si la mayoría de los actuales padres fuera una generación de tarados que no saben como educarlos. Aceptémoslo, si tantos chicos tienen problemas en los colegios es porque el sistema educativo argentino es un fracaso. Y ese fracaso es fruto de los burócratas que se adueñaron de la educación de nuestros hijos. Nos quitaron la libertad de elegir cómo, cuánto y qué tienen que estudiar.

Es cierto que más de un padre se sentirá incapacitado para elegir qué debe estudiar su hijo. Para esos casos existe la escuela pública o bien se puede contratar a alguien que lo asesore al respecto. Pero no hay razón para que los padres que se sienten capacitados para definir qué tipo de educación deben tener sus hijos vean cercenada su libertad. ¿Quién es el burócrata para adueñarse de la mente de nuestros hijos? Eso pasaba en la Unión Soviética y pasa actualmente en Cuba, cuyos regímenes totalitarios se apropian de la mente de los chicos para transformarlos en sumisos esclavos del dictador de turno.

Para decirlo bien clarito. En lo que estoy pensando es en construir un sistema educativo que forme ciudadanos capaces de construir su futuro y que los padres puedan empezar a ejercer su libertad de educar a sus hijos, para sentar las bases de nuestro crecimiento. En ese sistema educativo el Estado debe dejar de meterse en la educación privada en todos sus niveles. El Estado se quedará con los colegios públicos y las universidades estatales y definirá sus contenidos, cargas horarias y demás cuestiones, pero en el sector privado cada colegio tendrá la libertad de definir la cantidad de horas y días de clase, las materias que se dictarán, la carga horaria de cada materia, la forma de evaluar, etcétera. Las universidades harán lo mismo al igual que las instituciones que dictan cursos de posgrado. Bajo este esquema, cada padre elegirá cuál oferta educativa le resulta más atractiva.

Claro, alguien me dirá: ¿cómo el Estado no va a intervenir al momento de otorgar el título de médico?, ¿no se da cuenta de que un tipo mal preparado puede matar a la gente? Pregunta: ¿hoy, con toda la tecnología disponible en materia de diagnósticos, muchos médicos no son unas bestias a pesar de tener el título refrendado por el Estado y de la tecnología disponible? ¿Alguien puede sostener seriamente que un burócrata puede ejercer el control de calidad de los médicos que salen al mercado?

Terminemos con esta fantasía de que los burócratas son seres iluminados que nos tiene que indicar qué deben estudiar nuestros hijos. Ya bastante destrozo han hecho con la economía, la justicia, la seguridad y el país todo, como para que, además, destruyan a nuestros hijos. © www.economiaparatodos.com.ar




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