Lo que sucede a nuestro alrededor nos impacta necesariamente porque estamos inmersos en esta circunstancia. Sin embargo, la lectura de los acontecimientos y la reacción ante los mismos dependerá de aquellos pilares que deberían formar nuestra personalidad nutrida por los valores que sustentan nuestra existencia.

Tal vez un período de crisis económica mundial sea una buena oportunidad para replantearse la importancia del tener y la del ser.

Si bien hasta hoy el progreso económico es el termómetro que determina el mundo en que vivimos, conviene tener presente que la verdadera civilización se mide también por el grado de desarrollo humano, moral y espiritual de un pueblo.

Es aquí cuando la parte conforma el todo; puesto que si los propios proyectos individuales, si la misión personal –aquella que debe enfocarse día a día para no caer en el olvido– está sustentada en valores efímeros, podemos sumar al empobrecimiento económico el empobrecimiento personal. Si dentro de nuestras motivaciones personales no sólo está el bienestar, sino también el “bienser” –aquel que edifica la persona como propio proyecto construido por la razón a través del conocimiento de la realidad, y también con el corazón, integrando la afectividad en nuestras vidas– seremos verdaderamente libres y capaces de superar los embates externos, por fuerte que sean.

Esta integración de áreas como la familia, el trabajo y también la sociedad en un propio proyecto habla de la verdadera madurez de la persona humana. Y es ese proyecto el que va a mantener firme nuestro timón para no permitir que lo que nos influye no nos determine y terminemos llevados por lo que nos rodea.

Pero bien dice el refrán que “envejecer es inevitable, madurar es opcional…”, aunque eso sería motivo de algún otro artículo. © www.economiaparatodos.com.ar

Amelia Livi de Segura es orientadora familiar con un máster IEEA y miembro del equipo de profesionales de la Fundación Proyecto Padres.