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lunes 26 de octubre de 2009

Predestinados

Vivimos en un país donde la estrategia de largo plazo escasea, el proyecto de país es una utopía, la corrupción es el pan nuestro de cada día y la impunidad está a la vuelta de cada esquina.

“Los hombres y pueblos en decadencia
viven acordándose de dónde vienen;
los hombres geniales y pueblos fuertes
sólo necesitan saber adónde van.”
José Ingenieros

Una vez más, se confirma que los temas devenidos en noticia están inexorablemente ligados a los imponderables que caracterizan a la política. Esto sucede, en primera instancia, porque vivimos en un país donde la estrategia de largo plazo escasea, el proyecto de país es una utopía y la improvisación es la herramienta por antonomasia para la supervivencia de la dirigencia.

Por eso, hay que situarse en otra perspectiva para definir qué es lo que está realmente pasando más allá de las fotos y dónde se completa la película. Se verá, pues, que lo sobresaliente y escandaloso no es sino un emergente de una subyacente conflictividad mayor.

Los últimos acontecimientos muestran que la constante es la corrupción enquistada en el seno mismo del Gobierno. Pese a este dato de la realidad, si hay que sintetizar la causal de los hechos el término más preciso es otro: impunidad. Sin impunidad, la corrupción no sería una obviedad.

A esta altura de las circunstancias, hay que admitir que lo corrupto, para la mayoría de la sociedad y a fuerza de reiteraciones sin pausa, se ha transformado en algo inherente al quehacer político y hasta es considerado con naturalidad como una característica intrínseca del gobierno nacional.

Hasta el mismísimo periodismo ha caído en la rutina de la conformidad. No se ha llegado al fondo ni se han seguido de cerca temas de una gravedad extrema como lo han sido, sin ir más lejos, el caso Skanska, la bolsa de Felisa Miceli, el atropello de Daniel Varizat, los viajes de Claudio Uberti, los sobreprecios de Julio De Vido o el incremento del patrimonio de los Kirchner que supera los 40 millones de pesos, por ejemplo.

Sin embargo, y sin intención de defender ninguna gestión que estuvo viciada de errores varios, cuando a fines de 1997 se dio a conocer la construcción de la pista de Anillaco el grado de indignación y el interés periodístico derivaron en el principio del fin de la administración menemista. A su vez, la oposición denunció el hecho a punto tal que éste fue mencionado en un informe del Fondo Monetario Internacional: “El presidente de un país que hace construir un aeropuerto en su pequeña ciudad natal también se involucra en un acto de corrupción, aunque no implique pagos de sobornos”.

Hoy, frente a lo que tenemos, ese hecho es irrisorio. Imposible es comparar la magnitud de aquella pista con las construcciones realizadas por los Kirchner y su séquito. ¿Implica esto el final de la era K? La respuesta se hace desear. Las opiniones son difusas. Plasman desde íntimas esperanzas sustentadas en la lógica -que justamente no comulga con nuestra idiosincrasia-, hasta datos aparentemente fácticos como ser la caída del superávit, la falta de inversiones y el déficit provincial, entre otros dato de la realidad.

Lo cierto es que no hay parangón cualitativo ni cuantitativo entre el modo de proceder del oficialismo y otros gobiernos que le precedieron, y aun así hay signos de insólita vitalidad reforzados incluso tras la derrota electoral. ¿Cómo se explica esta situación? Una de las respuestas puede que apunte al hartazgo que ha alcanzado la población, pero sin duda también hay un acostumbramiento que se ha generado gracias a la implementación de un aparato comunicacional oficial capaz de barrer las noticias adversas con una velocidad extrema.

Ninguno de los escándalos que involucraran al matrimonio presidencial tuvo un seguimiento consecuente con la gravedad de los mismos. Pareciera que la mafia de los medicamentos sucedió allá lejos y hace tiempo, lo mismo que la publicación de la foto del fiscal encargado de investigar el patrimonio K tomando un café con el juez de la causa. Todo se esfuma de las portadas y, consecuentemente, de la mente del ciudadano común abocado a la supervivencia en un clima de tensión no resuelta.

Asimismo, esto pone de manifiesto hasta qué punto el “darse cuenta” de muchos medios ha sido –voluntaria o involuntariamente– tardío. No en vano ahora Kirchner va por la televisión, la radio y los diarios. La ley de Medios fue, sin duda, uno de los pilares de su “resurrección”.

El oficialismo ha llegado a donde se le ha dejado que llegue y seguirá avanzando hasta donde se le permita. Si no se acepta esa premisa, no hay forma de entender el por qué, en la historia universal, han caído de forma aparentemente abrupta tantos presidentes. No se trata de grupos destituyentes ni mucho menos de golpes de Estado. Por el contrario, hay un interés -a veces inexplicable- por ayudar a los Kirchner a cumplir el mandato cuando la Constitución Nacional habla de la posibilidad de elevar a juicio político a un jefe de Estado por incumplimiento en sus deberes como funcionario.

En rigor, se trata de no dejar pasar los hechos que van socavando las bases mismas de la institucionalidad. Si el avión que se dispuso para que los funcionarios viajen a Montevideo, a presenciar la clasificación para el Mundial, se agota en un par de portadas, y en una explicación que no es sino una burla más hacia la sociedad, seguiremos presenciando acontecimientos de la misma naturaleza, y perdiendo sucesivamente la capacidad de asombro hasta convertir lo anormal en normal, y lo no común en parte de la cotidianeidad.

¿Cuánto falta para qué la gente considere natural verse sitiada por fuerzas armadas populares? ¿Cuánto durará el protagonismo que adquirió en estos días Milagro Sala? Las respuestas grafican hasta qué punto la ciudadanía está adormecida. Y es que la indignación es efímera y ello tiene una causal: la concepción de la corrupción como obviedad. Hoy por hoy, se suele escuchar que “los Kirchner van por todo”, o mismo sentenciar que “de esta gente cualquier cosa se puede esperar”. Ambas frases son, sin duda, reales pero también son delatoras del estado en que se halla la sociedad.

Esta especie de predestinación que aceptamos voluntariamente al no demandar investigación y seguimiento de los temas, aún cuando estos derivan en causas judiciales abiertas, es uno de los males que impiden el cambio. Posiblemente, la mayor demanda social debiera pasar más que por la política por la justicia. No es dable admitir que el Ejecutivo haya sojuzgado a los otros dos poderes del Estado para actuar a sus anchas, descontrolado. En lugar de seguir la trama fellinesca de un Ciro James, que deriva en una interna funcional a la necesidad de tiempo que requiere el muerto para volver a “ser”, debería seguirse atentamente las causas jurídicas y la conducta de los jueces.

La remoción de Faggionatto Márquez no es el final de la impunidad si como jueza subrogante asoma, en el escenario, la doctora Arroyo Salgado, brazo indiscutible del poder político oficial.

El cansancio está instalado. La inconformidad con un sistema que deja asomar pus por todos sus flancos pasa de boca en boca, sin necesidad de encausarse por los medios tradicionales. Sin embargo, con eso no basta. Pruebas al cántaro. La valija pasó sin pena ni gloria, la bolsa de la ministra de Economía es parte del anecdotario, Skanska suena más a capital de un país lejano que a causa penal, etc. Lo que queda, en definitiva, es la realidad sin disfraz. Es decir: la impunidad que permite que aquello condenable se torne, incluso, una conducta natural.

Mientras se dirime una interna entre el poder central y el gobierno de la ciudad, mientras se discute si los piqueteros están financiados por el gobierno, cuando desde el vamos se sabe que Néstor Kirchner los avaló en su actuar a punto tal de enviarlos a boicotear bocas de expendio, y les ofreciera despacho oficial, la costumbre a la impunidad y al atropello generalizado avanzan sin cesar. La mayoría de los hechos que hubiesen signado el final de cualquier gestión gubernamental en un país medianamente serio y equilibrado, se borran con inusitada rapidez de nuestro historial.

Es dable esperar que el caos avance conjuntamente con el grado de conflictividad por el vértigo que manipula el gobierno para que una maraña de hechos no admitan principio ni final. “A río revuelto, ganancia de pescadores” dice el refrán. Más revuelo, menos noción de adónde comienzan aquellos. Y allí está Néstor Kirchner con la reforma política y del clientelismo más obsceno esperando volver a agitar el avispero para hartarnos una vez más. La pregunta final no radica quizás en quién le sacará las armas a Milagro Sala sino más bien, en quién se atreverá a desarmar al artífice de toda esta calamidad.

Hasta ahora, el silencio va ganando y corroborando el verdadero nudo de la problemática nacional: la impunidad. © www.economiaparatodos.com.ar

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