Dos metáforas latinoamericanas de un año que se va
De las muchas imágenes de la realidad latinoamericana que está dejando atrás el prácticamente acabado 2013 hay dos que desde mi punto de vista pueden verse como grandes metáforas. Al tratarse de metáforas son transplantables más allá de su realidad circundante y pueden aplicarse a otras circunstancias y coyunturas. De ahí su valor ejemplificador
La primera fue la muerte de Hugo Chávez y sus exequias masivas. Las muestras de auténtico dolor popular recordaban situaciones similares en las que un pueblo huérfano despedía al caudillo ejemplar, al padre protector convertido en la mejor salvaguarda del bienestar común. Los funerales de Juan D. Perón oRaúl Alfonsín, en Argentina, provocaron escenas semejantes.
Hay veces en que el dolor por la pérdida del dirigente ausente es genuino y la movilización espontánea. Pero hay otras, generalmente cuando se produce a la sombra del poder, en las que el sentimiento de pérdida es facilitado o autoinducido mediante los múltiples mecanismos estatales y paraestatales a disposición de los gobiernos de turno.
Por eso, nada mejor que esperar el veredicto de la historia para saber cuánto recuerda la sociedad a un líder que a priori parece imperecedero. Sin embargo siempre se oyen voces interesadas que quieren adelantar el juicio histórico, como la de quienes afirman que Chávez no fue una anécdota y que si bien mitificarlo “no es bueno para nadie” también “resulta inaplazable reconocer y considerar sus acciones políticas”.
¿Por qué inaplazable? ¿Inaplazable para quién o para quiénes? Probablemente el paso de Chávez por este mundo no haya sido anecdótico para Venezuela, aunque hay dudas razonables para creer que su influencia será bastante menor en América Latina o, al menos, en parte de ella. Es algo que sólo podrá constatar el paso del tiempo y en esto, como en tantas otras cosas, la prisa es mala consejera.
La muerte del caudillo supremo descubre las carencias democráticas de las sociedades latinoamericanas, muy dependientes de fuertes liderazgos. En ellas, el personalismo reemplaza a la ciudadanía y a su teórico poder republicano, un poder que debería expresarse a través de la soberanía popular pero que por arte de birlibirloque se transformó en soberanía territorial gracias al caudillismo y al nacionalismo. Reducida a sus mezquinos valores, la soberanía es una herramienta más al servicio de los grandes líderes nacionales, los mejor posicionados para expresar los auténticos valores patrióticos.
La segunda imagen es mucho más reciente y fue captada al finalizar 2013, en plena canícula rioplatense. Agobiado por el calor el presidente uruguayo José Mujica asistía a la toma de posesión de su nuevo ministro de Economía con vestimenta informal y sandalias. Posteriormente se arremangó los pantalones, lo que dio lugar a una cascada de comentarios en las redes sociales, especialmente después de que el periódico porteño Infobae publicara una foto ampliada de sus extremidades inferiores con el siguiente titular: “¿De qué presidente son estos pies?”.
Más allá de algunos detalles desagradables sobre el estado de los pies presidenciales, el contraste entre la formalidad en el atavío del nuevo ministro y demás altos cargos gubernamentales chocaba con la informalidad presidencial. En América Latina está cada vez más asumida la idea de que esa es la mejor vía para lograr una mayor cercanía con el pueblo. Esta creencia va de la mano de la progresiva pérdida de peso de las instituciones en la vida política de sus países, comenzando por el hecho no menor de que la presidencia es la máxima institución nacional y que como tal tiene una imagen que debe ser preservada y proyectada. Son pocos los primeros mandatarios que ponen por encima de sus creencias y circunstancias personales las abundantes servidumbres de su cargo.
Algo similar ocurrió en Colombia durante la negociación en el Caguán entre el gobierno de Andrés Pastrana y las FARC, las autoproclamadas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. Pastrana, haciendo dejadez de su alta investidura, acudió a la cita en plena selva con Manuel Marulanda, alias Tirofijo, el jefe máximo de la organización guerrillera, con vestimenta informal y camiseta tipo polo. Por el contrario, Marulanda, muy consciente del papel simbólico que jugaba en esa ocasión, se presentó de estricto uniforme militar, con la parafernalia de su cargo, luciendo todos sus galones y entorchados.
La excesiva personalización de la presidencia permite explicar porqué en América Latina hay tan pocos presidentes definibles como verdaderos estadistas. La opción por un determinado modelo personalista de gestión tiende a postergar las instituciones, comenzando por la alta investidura presidencial. A partir de aquí es más fácil entender determinadas derivas que terminan limando la independencia de otros poderes, subordinándolos al ejecutivo y vaciando de contenido a buena parte de las instituciones republicanas.
El personalismo y el populismo en América Latina no son patrimonio de la izquierda ni de la derecha. En Colombia, Óscar Iván Zuluaga acude como candidato presidencial por la UCD, el mismo partido que presenta a Álvaro Uribe como candidato a senador. Ahora bien, las siglas UCD significan Uribe Centro Democrático, un partido que pretendía que sus papeletas electorales incluyeran las siglas organizativas acompañadas por la figura del ex presidente.
Al hablar de literatura latinoamericana se abusa del concepto de realismo mágico para describir una realidad marcada por la exuberancia de una naturaleza incontrolable y unas sociedades donde todo es posible. Ocurre, sin embargo, que la frontera entre literatura y política suele ser demasiado tenue. Apoyándose en el realismo mágico y en la llamada especificidad latinoamericana que permite justificar prácticamente todo, la búsqueda de atajos al margen de la legalidad y las instituciones es constante. En tanto esto siga siendo así seguiremos encontrando imágenes y metáforas como las más arriba señaladas.
Fuente: www.infolatam.com