De 1950 a 2014, estatismo sin escalas
Imperdible nota Editorial de La Nación de hoy basada en el pensamiento de Ayn Rand
En la Argentina, 13 millones de personas tienen ingresos del Estado. Casi la mitad de la población adulta depende del presupuesto nacional. Algunos revistan en reparticiones nacionales, provinciales o municipales (3,3 millones); otros tantos reciben planes sociales (3,6 millones) y el doble son jubilados o pensionados (6,6 millones). De estos últimos, un tercio no hicieron aportes, pues se acogieron a la moratoria de la Anses (2,3 millones).
Entre 2000 y 2012, el Estado creció 60 por ciento y representaba el 42,5% de la economía, por lo menos, antes de la reciente devaluación. El principal factor de crecimiento fueron las transferencias al sector privado, que incluyen los subsidios a la energía, al transporte y a otras empresas públicas, como Aerolíneas Argentinas.
Muchas compañías obtienen ingresos extraordinarios mediante contrataciones públicas sin competencia, donde rigen la sobrefacturación y el llamado «retorno», práctica que también es habitual en las obras sociales sindicales, que los gobiernos nunca se atreven a auditar.
La Argentina es el país con mayor presión tributaria de América latina, en donde el promedio regional es 20,7% del PBI. En nuestro país asciende al 40%, sin incluir el impuesto inflacionario.
¿Cómo puede sostenerse un país en el que la mitad de la gente vive del sueldo público, de una jubilación, de una pensión o un plan social? ¿Cómo puede sostenerse un Estado que, además de pagar subsidios económicos y comprar energía, es esquilmado por contratistas amigos del poder? ¿Cómo pueden prosperar las familias en una economía de baja productividad, con industrias protegidas y precios extravagantes, que no les permiten exportar y son demandantes de divisas? ¿Quién puede pensar que este esquema es sostenible y que las personas que mantienen sobre sus espaldas semejante dislate no tratarán de evitarlo?
Leamos estos pensamientos, escritos en 1950, que circulan en las redes sociales, como un sorprendente redescubrimiento de un fenómeno de posguerra que todavía sobrevive en la Argentina:
«Cuando adviertas que para producir necesitas obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebes que el dinero fluye hacia quienes no trafican con bienes sino con favores; cuando percibas que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por su trabajo, y que las leyes no te protegen contra ellos, sino, por el contrario, son ellos los que están protegidos contra ti; cuando descubras que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un autosacrificio, entonces podrás afirmar, sin temor a equivocarte, que tu sociedad está condenada.» Esto fue escrito por Ayn Rand -fallecida en 1982 y de quien mañana se cumplen 109 años de su natalicio-, seudónimo de Alissa Zinovevna Rosenbaum, quien nació en San Petersburgo y fue testigo allí de la revolución rusa, la creación de la Unión Soviética e, incluso, al fallecer Lenin, del cambio de nombre de su ciudad natal por Leningrado. Al crecer Stalin en el poder, en 1926, Rosenbaum emigró a los Estados Unidos, país donde conoció la crisis bursátil de 1929 y la gran depresión consiguiente. Como buena europea, no dejó de observar el fenómeno de expansión de las dictaduras fascista, nazi y soviética durante los 20 años que transcurrieron entre las dos guerras mundiales.
En particular, le llamó la atención el deslumbramiento de muchos intelectuales norteamericanos con el «experimento socialista» puesto en práctica por Stalin y la expansión industrial lograda a partir de los planes quinquenales aplicados desde 1928. Esto contrastaba con la crisis estadounidense, atribuida a la supuesta inviabilidad del capitalismo. Durante los años 30, llamados «Década Roja», varios intelectuales vieron en el estalinismo la fórmula para resolver la cuadratura del círculo, que conciliase el desarrollo material con el deseo de justicia e igualdad.
En los Estados Unidos, mediante los programas llamados New Deal, lanzados por el presidente Franklin D. Roosevelt entre 1933 y 1938, se aplicaron en gran escala medidas de intervención económica, con el objetivo de sostener a las capas más pobres de la población, reformar los mercados financieros y redinamizar la economía, mediante el aumento del gasto público en obras de infraestructura y varios tipos de subsidios.
Ayn Rand observó la expansión del Estado en toda la estructura productiva estadounidense, que todo el mundo aplaudía, preguntándose: «¿Y quién pagará todo esto? ¿Se ha encontrado entonces la piedra filosofal? ¿La economía continuará creciendo «como si tal cosa» en ese contexto? ¿Y qué ocurrirá con las libertades personales si el modelo implica quitar el resultado del trabajo de unos para dárselo a otros?».
La metáfora «randiana» fue evocar a Atlas, el joven titán que sostiene sobre sus hombros los pilares de la Tierra. A medida que el Estado crece e interviene es mayor el peso que deben soportar los «Atlas» de la sociedad. Pero esta situación no es neutra, ya que crea incentivos perversos. Cuando se advierte la ventaja de ser mantenido por otros, los titanes prefieren dejar de serlo, ya fuere buscando su propio «rebusque» en el Estado, ya fuere migrando a otros lugares donde el esfuerzo personal sea reconocido.
Así nació su obraLa Rebelión de Atlas (1957), de donde se tomaron los párrafos citados, una novela no reconocida literariamente, pero de enorme influencia intelectual. En ella se describe la sociedad norteamericana, dividida entre «saqueadores» y «emprendedores». En un cierto punto, el principal personaje, John Galt, propone una huelga total de estos últimos, quienes desaparecen y se esconden en las montañas, lo que provoca la parálisis de toda actividad productiva en los Estados Unidos.
Ayn Rand llamó a su filosofía «objetivismo»: es una guía para vivir «en la tierra» tomando al mundo como es, de la forma que funciona y no como imaginamos que debería ser. El objetivo moral del hombre es lograr la felicidad individual. Ello implica la libertad para elegir valores y conducir las acciones mediante la razón. Cada individuo tiene derecho a existir por sí mismo, sin sacrificarse por los demás, pero tampoco sacrificando a otros para sí. La realidad tiene una lógica objetiva y funciona independientemente de los sentimientos, deseos y temores del hombre.
La escritora advirtió sobre el peligro de justificar la ampliación de las facultades del Estado extrapolando ideas fuerza que son apreciadas en las relaciones personales, pero que, trasladadas al «ogro filantrópico» (al decir de Octavio Paz), terminan beneficiando a pocos, en detrimento del conjunto.
Invocar la solidaridad y el altruismo son formas atractivas para acumular poder, pues crean la ilusión de que es posible alcanzar un mundo más justo y equitativo con normas, decretos, y reparticiones. Una vez lanzado ese proceso, el aprendiz de brujo no puede evitar que todos acudan en tropel para pedir algo del Estado: los excluidos, los que se disfrazan de excluidos y también los que inventan negocios para vivir de los excluidos.
Los ministerios amplían sus facultades, establecen prohibiciones, otorgan subsidios y reparten privilegios. Como no hay recursos para todos, las decisiones son discrecionales, favoreciendo a los amigos y excluyendo a los enemigos.
El Poder Ejecutivo gobierna en un marco de «necesidad y urgencia»; correlativamente, las facultades del Poder Judicial disminuyen y, lentamente, la Nación se desliza hacia un régimen totalitario que oculta la realidad mediante la censura. Los tiranos crean conflictos entre los individuos, enfrentan a la población, multiplican los impuestos y empobrecen a la sociedad.
A pesar de la crudeza de su postura individualista, Ayn Rand no era conservadora, sino «progresista» en los términos actuales, partidaria de la libertad de género, contraria a la prohibición del aborto y del consumo de drogas; opuesta a todo tipo de censura, incluida la pornografía, y contraria a la exhibición de imágenes religiosas en lugares públicos, dada su falta de creencias religiosas.
¿Por qué un texto de 1950 de una pensadora como Ayn Rand, de un profundo individualismo, puede resurgir ahora, justamente cuando en general se exalta el espíritu de colaboración y comunitario? Porque muchos han advertido la malversación de esos valores por parte del gobierno kirchnerista y cómo se ha montado una estructura de corrupción y pillaje tras la bandera de los derechos humanos y el llamado modelo de inclusión.
Como bien señaló Ayn Rand, estas distorsiones tienen patas cortas y la propia realidad objetiva termina imponiéndose: cuando todos quieren vivir del Estado, cuando prolifera la corrupción y se enriquecen los amigos del poder, los «titanes» optan por retirarse a la montaña, nadie invierte; los ahorristas fugan sus capitales y la economía, finalmente, ajusta por sí sola, pagando los más pobres la fiesta de los más ricos.
Fuente: http://www.lanacion.com.ar/