¿Un peronismo depurado?
Narra Adolfo Bioy Casares acerca de un hombre que se pasaba horas frente a un televisor en color y dijo dos veces: es mucho más divertida que la televisión en blanco y negro. “Pensé”, dice Bioy, “que si lo repetía nuevamente, descubriría que estaba diciendo una estupidez. Lo dijo de nuevo, pero no descubrió nada”.
Esta brevísima narración, podría ser aplicada metafóricamente a ciertos dirigentes peronistas que al reaccionar frente a la reciente ruptura del bloque de diputados del FPV en el Congreso Nacional, la han visto como una beneficiosa depuración de su partido.
Un partido camaleónico que se ha ido convirtiendo –en sucesivas metamorfosis-, en la efigie viviente de la ineficiencia, el amiguismo y una corruptela que uno ya no sabe bien cómo describir: si como lava producto de una erupción volcánica o el castigo proveniente de alguna divinidad desconocida.
¿Quién puede desconocer que nos ha entregado al atraso y al resentimiento social sin escalas ni para tomar aliento? ¿Qué beneficio trajo hasta hoy su inalterable petulancia política? ¿Haber triplicado la cantidad de pobres en todo el país?
¿Qué “riqueza” puede advertirse en la historia de un continuado reparto del poder por parte de quienes han demostrado tener una vocación inquebrantable por hacer fortuna a costilla de los demás?
Si algo debiera resultar claro para la gran mayoría de los peronistas -que sienten pertenecer a una galaxia política superior-, es que “deberían estar seguros por encima de cualquier otra seguridad, que son horrendamente (“dreadfully” en inglés) iguales a cualquiera otra persona” (James Russell Lowell).
¿Qué estamos debatiendo pues desde los 40? ¿Las bases de la identidad de un mito que se especializó en expandir su prepotencia, al punto de obstaculizar un progreso fundado en la diversidad?
¿Seguiremos tolerando “sine die” la audacia de quienes nos acusan de conspiradores a quienes no les reconocemos los derechos absolutos que pretenden detentar?
El peronismo, bajo cualquiera de sus formas, ha demostrado ser al final del camino la crónica de una asfixia del pasado, como inequívoca premonición de muchos males presentes; parte de un continuo intento para establecer políticas que solo han servido para retenernos en un escenario viejo y atrasado, donde seguimos debatiendo hasta hoy sobre eventuales conspiraciones liberales o judeomasónicas.
Sus gobiernos dejaron siempre el poder en medio de caos provocados por su ineficiencia y rodeados de una corrupción inconcebible, luego de haber intentado redistribuir una riqueza que dejó de existir por su propio despilfarro, convirtiendo simultáneamente a sus funcionarios en una nueva oligarquía de ricos y famosos.
El conurbano de la Provincia de Buenos Aires es un buen ejemplo al respecto. Lo manejó el justicialismo hasta hace días no más y lo destruyó literalmente, dejándolo en llamas. Por donde se camine se ve atraso y abandono, y solo un maquillaje superficial ha impedido que no resulte casi inexpugnable caminar por algunas zonas que se asemejan a un suburbio en la guerra de Kosovo.
Bien dice Fernando Savater que “todo amor –no añado apasionado, porque si no es apasionado no es amor, sino pasatiempo o mediocre afición-, funda lo más arrobador de su prestigio en ser INJUSTIFICABLE. Lo cual no impide que los enamorados pasemos nuestras trémulas vidas cantando loores y haciendo alabanzas de lo que amamos, pero no para justificar el amor que gozamos, sino para justificarnos a nosotros mismos por gozarlo”.
Quienes hemos sufrido la prepotencia de ese amor una y otra vez, debemos seguir luchando para construir un país donde el progreso se dé en la diversidad, aceptándolos a ellos como una “parte” y no el “todo”, alejándonos de los arrebatos místicos de una pasión mal fundada y peor vigilada.
En efecto, el peronismo se “muestra”, pero su efectividad no se “demuestra”, por lo que vuelve incomprensible que haya quienes sigan girando alrededor de un supuesto sol que no alumbra.
Un discurso vacuo sigue siendo el instrumento usado para mantenernos atados a “sus” problemas, dirimiendo cuestiones de segundo orden que nos confirmen la idea de que “sin” ellos nada es posible de realización en materia política.
Si para muestra basta un botón, ¿qué es entonces el reciente triunfo en las urnas de María Eugenia Vidal sino el signo inequívoco del hartazgo popular?
La única “depuración enriquecedora” tendrá lugar el día que el peronismo deje de ser considerado el “non plus ultra” de la política argentina y podamos eludir las trampas tendidas por una filosofía política que define a sus seguidores como “un movimiento que nos contiene a todos”.
Nos preguntamos: ¿dentro de qué? ¿De un escenario donde prime el autoritarismo y la corrupción desembozada?
¿No sería interesante investigar si su “relato” no comenzó en realidad mucho antes del advenimiento de los Kirchner y abarca en su génesis al mismo general Perón, antes de abrazase con Balbín, ya viejo y debilitado, formulando un público y sentido “mea culpa”?
Quizás advirtamos entonces que su esencia está sostenida por el oportunismo de algunas ideas dispersas que, bien miradas, nacieron casi muertas.
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