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miércoles 30 de mayo de 2018

El Banco Central al alcance de todos

El Banco Central al alcance de todos

Si no entiende lo que le explica el presidente del Becerreá, no se preocupe: no es que usted sea bruto, si no que él está tratando desesperadamente que usted no comprenda lo que dice

Cuando la gente común, como mi mamá, escucha “Banco Central de la República Argentina” se le forma en la mente una imagen que es por una mitad una especie de policía que supervisa los bancos y los castiga cuando se portan mal y por la otra mitad algo absolutamente incomprensible pero que le da plata al estado.

Ella no lo sabe, pero no esta tan lejos de la verdad.

En efecto, el Banco Central o Becerreá, como se lo llama vulgarmente, cumple dos funciones.

La primera, y quizás menos importante de las dos, es la de supervisar que los Bancos cumplan las normas que regulan su actividad. No voy a profundizar sobre esto, ya que es una función fácil de entender y de imaginar.

La segunda no solo es más complicada de comprender por parte de la mayoría de la gente, si no que a veces parece confundir a los mismos funcionarios públicos. A ello contribuye, indudablemente, que los Presidentes y altos funcionarios del Becerreá, normalmente hablan en difícil, a mi juicio para que nadie se dé cuenta de que en realidad no están diciendo algo que responde a la verdad simple de las cosas.

Y ¿cuál es la verdad simple de las cosas?

El dinero es un bien sin valor intrínseco al que se le asigna un valor convencional para simplificar las transacciones entre los integrantes de una comunidad. Para que ello sea posible, deben cumplirse tres condiciones: a) no debe ser físicamente falsificable; b)  su cantidad debe mantener una determinada proporción con la riqueza de la comunidad; c) como consecuencia de los primeros dos, debe ser una eficiente y eficaz reserva de valor para la comunidad: si no lo uso hoy, mañana obtengo lo mismo que hubiera obtenido hoy.

Las comunidades, y la Argentina no es una excepción, le asignan la responsabilidad de administrar el bien dinero a los ciudadanos que aceptan la carga pública remunerada de administrar la riqueza que la comunidad decide destinar a la satisfacción comunitaria de ciertas necesidades. Para ponerlo en idioma de mal uso diario: el estado es el responsable de que la moneda tenga esas características.

Dentro del estado, el “ejecutivo” a cargo de cuidar la calidad del dinero es el Becerreá que, en la teoría, no debería permitir que se altere en el tiempo la relación cantidad de moneda y riqueza de la comunidad. Esto es, de forma simple: debería “crear” dinero cuando la riqueza crece y “destruir” dinero cuando la riqueza disminuye.

Sin embargo, y como siempre, hay diferencia entre deber ser y el ser. En la práctica, el estado, de forma autónoma e inconsulta, realiza sistemáticamente una cantidad de gastos que no generan riqueza y que, entonces, para poderse llevar a cabo necesitan que se “cree” dinero. Si no fuera así, una parte de la riqueza de la sociedad disminuiría de forma instantánea cuando el estado confisque a algún privado la cantidad de dinero que necesita para efectuar esos gastos que nadie le pidió. Como esto sería muy poco popular y, sobre todo, dejaría en claro la prepotencia del estado para priorizar sus decisiones a las de sus mandantes, la solución es aumentar lo más subrepticiamente posible la cantidad de dinero. Y como al estado le hemos confiado el monopolio del control del bien dinero, lo puede hacer sin mayores problemas, siempre y cuando el Becerreá se allane a ello.

Ah, olvidaba: cuando la cantidad de dinero aumenta sin que aumente la riqueza, aumentan todos los precios de la economía. Si el fenómeno es repetitivo, los ciudadanos se defienden desprendiéndose lo más rápidamente posible del dinero, con la consecuente espiral de aumento de precios que llamamos inflación.

Y con esto concluyo: es verdad que el Becerreá es cómplice en la existencia de la inflación, pero el verdadero culpable es el Poder Ejecutivo que gasta más allá de lo que la comunidad le ha pedido para hacer mal cosas que nadie le ha pedido que haga. Si no entiende lo que le explica el presidente del Becerreá, no se preocupe: no es que usted sea bruto, si no que él está tratando desesperadamente que usted no comprenda lo que dice porque le conviene que usted no sepa que es cómplice de una estafa de la cual usted es el perjudicado. Y que solo terminará cuando el estado solo gaste lo que le mandan sus ciudadanos.