En la campaña electoral de 1983, Alfonsín tenía como lema: “con la democracia se come, su cura y se educa”. Alfonsín terminó 6 meses antes su presidencia por el destrozo económico que había causado en el país.
Hoy todos hablan de solucionar los problemas dentro de la democracia, rechazando de plano cualquier dictadura. A estas afirmaciones no puedo menos que adherir fervientemente haciendo una previa aclaración. Primero definamos claramente qué es democracia, porque en Argentina tanto los políticos, como los medios de comunicación y muchos intelectuales, han deformando tan profundamente el concepto de democracia que lo que hoy tenemos es un simple sistema de votación y, encima, trucho. Vivimos una especie de travestismo político donde los autoritarios dicen ser demócratas, generando tal grado de incertidumbre jurídica que el crecimiento y el bienestar de la población pasan a ser un objetivo inalcanzable.
¿En qué consiste la deformación de la palabra democracia? ¿En qué consiste este travestismo político? En hacerle creer a la gente que democracia es solamente ir a votar cada tanto. Lo que haga el gobierno luego con la mayoría de los votos pareciera no importarle a nadie, como si eso no fuera tema de la democracia. Es como si el voto mayoritario implicara un cheque en blanco para el que gana las elecciones. La elección de un dictador que puede hacer lo que quiere porque tiene el voto de la mayoría.
Si la democracia consistiera únicamente en votar y, una vez contados los votos, el partido político que llega al poder puede utilizar el monopolio de la fuerza para violar los derechos de terceros sin someterse a un orden jurídico preestablecido, entonces me declaro abiertamente antidemocrático.
Elegir a los administradores de un país mediante el voto es una forma pacífica de traspaso del poder. Pero, además, quienes llegan al cargo de administradores deben estar sometidos al orden jurídico vigente. Y la madre de todo el orden jurídico es la Constitución que, supuestamente, tiene que limitar el poder de los gobernantes.
La gran conquista de Occidente fue establecer límites al poder del soberano para que este no pudiera, por la fuerza, disponer de la fortuna de la gente, ni violar su derecho a expresar sus ideas o a transitar libremente.
Justamente las constituciones sabias limitan el poder del Estado para que este no avance sobre la libertad de los individuos, de la misma forma que avanzaban los reyes déspotas sobre sus súbditos. Insisto, la conquista de Occidente no es solamente el votar, sino la limitación del poder del Estado, para que sus habitantes dejen de ser súbditos y pasen a ser ciudadanos. Quien es elegido por el voto de la gente para administrar un país no puede hacer lo que se le venga en gana con el patrimonio de la gente, sus ingresos, su libertad de enseñar y de expresar sus ideas.
Veamos el tema de otra forma. Si un país no tiene normas preestablecidas que limiten el poder del Estado y deja que los gobernantes de turno puedan promulgar cualquier tipo de ley sin una restricción alguna, entonces, no hay orden jurídico. Lo que hay es un sistema con normas caprichosas que surgen de la arbitrariedad del gobierno. En ese país, nadie puede proyectar su futuro porque nadie sabe qué normas regirán más adelante cuando se vuelva a votar. La pobreza y este sistema arbitrario de organización van de la mano, porque ante la incertidumbre jurídica son pocos los que se animan a invertir.
Cuando afirmo que lo que hoy rige en Argentina es un sistema de votación y no una democracia, lo que quiero transmitir es que todo el orden jurídico de la libertad está subordinado a la política. Los políticos no se subordinan a un orden jurídico preestablecido, sino que subordinan el orden jurídico a sus caprichos. No gobiernan sujetos a la ley, sino sujetos a la evolución de las encuestas. La ley pasa a ser un instrumento de uso arbitrario para mantener una buena imagen en las encuestas.
¿En qué se diferencia este tipo de estado de las monarquías que expoliaban a los súbditos para financiar a la corona? La única diferencia es que unos usaban la fuerza sin ser elegidos por el voto, y los otros usan el monopolio de la fuerza contra los ciudadanos una vez que llegaron al poder vía el voto.
Este comportamiento antidemocrático basado en el voto de una mayoría transitoria genera tal grado de incertidumbre jurídica que el riesgo de invertir en un país sin normas estables y eficientes es lo que explica nuestra persistente decadencia. Ejemplo, los permanentes impuestazos a los que estamos acostumbrados son consecuencia de la falta de límites al gasto público. La redistribución de ingresos demagógica que suelen hacer los gobiernos populistas exige de confiscaciones impositivas para financiarlas, default, incumplimiento de contratos, etc. De esta manera, los gobiernos elegidos por el voto popular le pasan por encima al orden jurídico y se apropian del dinero de los contribuyentes en su beneficio político. Resultado: como nadie sabe cuántos impuestos tiene que pagar en el futuro, las inversiones se retraen ante la incertidumbre fiscal.
En síntesis, si queremos recuperar a la Argentina de la decadencia, nuestra obligación es empezar a desenmascarar a estos travestis de la política y dejar de hacerle el juego a los autoritarios denigrando el verdadero significado de la democracia. Es nuestro deber empezar a luchar para tener gobiernos surgidos del voto que se subordinen al estado de derecho, estableciendo una verdadera democracia. © www.economiaparatodos.com.ar |