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jueves 6 de mayo de 2004

La Argentina es un juego de niños

Los países que alcanzaron un nivel de desarrollo económico avanzado, pudieron lograrlo a través del respeto por las instituciones y los derechos de propiedad. Nuestro país, en cambio, no quiere madurar y se comporta como un chico caprichoso que no sabe acatar las reglas de un juego.

Parecería que nuestro país está condenado a vivir en un eterno estado de inmadurez institucional. Lo cual me recuerda una conversación que escuché hace unas semanas entre un padre y su hija. La niña, de unos 7 años, se quejaba airadamente con su padre porque cada vez que jugaba con su hermana (de unos 9 años), ésta decidía dejar el juego en la mitad del mismo si la suerte no le era favorable. Razón por la cual la más pequeña decía a su padre: “no juego más porque siempre me hace lo mismo y así no se puede jugar”.

Al momento de escuchar esa conversación me sonreí, pero al continuar caminando por la calle, caí en la cuenta de que eso es lo que hace nuestro país todo el tiempo: CAMBIAR LAS REGLAS DEL JUEGO si el resultado no es el esperado. Lo que no tiene mayores consecuencias cuando se trata de un juego de niños, tiene fatales derivaciones cuando el que adopta semejante comportamiento es el estado nacional. Una y otra vez caemos en el mismo error, pensar que las leyes y las instituciones se pueden violar y modificar según el antojo del gobernante de turno. Un día son los depósitos bancarios, otro son los bonos de la deuda, en otra ocasión es la moneda, otro día violamos la sucesión presidencial, a la semana siguiente los contratos de las privatizaciones, y así podríamos seguir enumerando este tipo de conductas indefinidamente.

Lo peor de todo, es que ya nos hemos acostumbrado, como si violar las leyes fuera la norma. Escuchamos o leemos denuncias del más variado tipo que involucra a ex funcionarios, funcionarios y ciudadanos particulares, y ni nos inmutamos (quizás porque sabemos que nada va a pasar). Pero mientras este comportamiento podría considerarse “normal” cuando se hace dentro de los límites del país, NO LO ES cuando se involucra a otros países o sus ciudadanos. Tal el caso ahora, de los tenedores extranjeros de bonos de la deuda pública nacional, la venta de energía a Chile, o la cancelación unilateral de algunos contratos de privatizaciones con empresas extranjeras.

Lo que sucede es que viviendo en este contexto de anormalidad por tantos años, a la mayoría se nos hizo costumbre aceptar lo que en otros países es inaceptable. Como cuando nos citan a una determinada hora para un encuentro y aparecemos una hora más tarde como si fuera lo más normal o dejar el coche estacionado en cualquier parte (total son diez minutos). Se nos hizo carne que este comportamiento es normal y todos deberían entenderlo de esta manera. Por suerte (o por desgracia para aquellos que quieren seguir de esta forma), el mundo desarrollado se rige por otra reglas de juego. De manera tal que deberíamos ser un poco más cuidadosos cuando involucramos, en nuestra informalidad, a otras naciones cuya cultura no acepta semejante comportamiento. Es más, si miramos a los países que más han progresado, podremos apreciar que todo lo que aquí se traduce eufemísticamente como “viveza criolla”, es considerado por lo menos como falta de lealtad.

Si miramos al pasado, veremos que los países que han logrado (y sostenido) un nivel de desarrollo económico considerable, lo han hecho gracias al respeto de las instituciones y los derechos de propiedad. Como señala el Dr. Ezequiel Gallo en su artículo “El orden social espontáneo según la escuela escocesa” (1), David Hume sostiene que para que un proceso institucional pueda promover el desarrollo de una nación, debe estar sustentado en lo que él denominó las “tres leyes de la naturaleza”:
1. Estabilidad en la posesión;
2. Transmisión por consentimiento;
3. Cumplimiento de las promesas.

Estas tres leyes establecen ni más ni menos que el papel primordial de la propiedad privada y del cumplimiento de los contratos en la generación del progreso económico y social de los pueblos. Como ya sabemos, ninguna de estas tres leyes son consideradas fundamentales en la ¿República? Argentina. Estabilidad en la posesión no hay toda vez que el gobierno o los delincuentes comunes violan nuestros derechos de propiedad cuando se les ocurre y pocas veces reciben algún tipo de sanción por ello; transmisión por consentimiento tampoco, ya que todos los impuestos distorsivos o medidas arbitrarias (por ejemplo, devaluaciones) hacen que nuestra propiedad muchas veces vaya a parar a manos que no son las que nosotros habríamos deseado; y cumplimiento de las promesas mucho menos (sólo como caso de actualidad podríamos citar la venta de gas a Chile o los depósitos en los bancos, pero hay muchos más ejemplos).

Por este motivo no es casualidad que nos vaya como nos va, y nos casualidad que nos vean como nos ven desde el exterior. No se han dado cuenta nuestra clase dirigente (ni las mayorías que los convalidan con el voto) que determinadas actitudes del presente no sólo nos han condenado en el pasado, sino que hipotecan nuestro futuro. Es ilustrativo al respecto, los consejos que daba Benjamín Franklin a mediados del siglo dieciocho a aquellos jóvenes que pretendían enriquecerse, pero que muy bien se podrían aplicar al caso argentino:

“Piensa que el crédito es dinero. Si alguien deja seguir en mis manos el dinero que le adeudo, me deja además su interés y todo cuanto puedo ganar con él durante ese tiempo…

“Piensa que, según el refrán, un buen pagador es dueño de la bolsa de cualquiera. El que es conocido por pagar puntualmente en el tiempo prometido, puede recibir prestado en cualquier momento todo el dinero que sus amigos no necesitan…

“A veces esto es de gran utilidad. Aparte de la diligencia y la moderación, nada contribuye tanto a hacer progresar en la vida a un joven como la puntualidad y la justicia en todos sus negocios. Por eso, no retengas nunca el dinero recibido una hora más de lo que prometiste, para que el enojo de tu amigo no te cierre su bolsa para siempre…

“Las más insignificantes acciones que pueden influir sobre el crédito de un hombre, deben ser tenidas en cuenta por él. El golpear de un martillo sobre el yunque, oído por tu acreedor a las cinco de la mañana o a las ocho de la tarde, le deja contento para seis meses; pero si te ve en la mesa de billar u oye tu voz en la taberna, a la hora que tú debías estar trabajando, a la mañana siguiente te recordará tu deuda y exigirá su dinero antes de que tu puedas disponer de él…”
(2)

El mundo real se mueve con estas máximas, lo que señalaba Franklin en el siglo dieciocho es la “ética del trabajo” que en alguna época hizo grande este país, pero que ahora se olvidó por completo, o lo que es peor se premia la conducta opuesta a través de subsidios para no trabajar. Los países que son serios, que crecen y brindan oportunidades a sus habitantes son aquellos que siguen los consejos de Franklin basados en las “tres leyes de la naturaleza de Hume”. ¿Y Argentina? Argentina sigue jugando su “juegos de niños”… Y así nos va… © www.economiaparatodos.com.ar

(1) El artículo se encuentra en la Revista del ESEADE Libertas Nº 10.
(2) El texto es sacado de la obra de Max Weber La ética protestante y el espíritu del capitalismo.




Alejandro Gómez es Profesor de Historia.




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