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jueves 20 de mayo de 2004

La aceptación de la ley de la escasez

La escasez es un concepto que todos comprenden porque lo viven cotidianamente. Sin embargo, pareciera que el Estado es inmune a ella. Esta contradicción es la madre de gran parte de nuestros problemas y disparates económicos y políticos.

La escasez es lo que obliga a los agentes económicos a economizar. No hacerlo es encontrarse con otro agente económico que nos mira con malos ojos. Al poco tiempo nos quedamos sin opciones, endeudados, embargados y agobiados por los intereses.

La falta de respeto a la ley de la escasez perpetuada por un agente económico es como si una persona dijera de repente que no quiere respetar la ley de la gravedad: no vive para contarlo en función de cuán alto se encuentra cuando tiene semejante ocurrencia. La diferencia es que un agente económico puede quedar inhibido, humillado, interdicto, en la indigencia, pero puede seguir viviendo una vida miserable; en cambio el otro, no.

El respeto a la escasez es algo intuitivo en nosotros los mortales. No nos lo tienen que explicar. Lo sabemos de la misma manera que sabemos que en el Mundial no podía entrar Batistuta sin sacar a Crespo o eventualmente al Piojo López o a algún otro, ya que más de once Bielsa no podía poner. Hay excepciones en algunos ámbitos, como cuando en los partidos de fútbol de los chiquitos se hace un recuento y se descubre que hay alguno o algunos de más, o en los ya mayorcitos cuando en el Parlamento se hace un recuento parecido y aparece un legislador trucho. Pero, en general, la ley de la escasez que gobierna la economía sabemos que hay que respetarla en nuestra visión de nosotros mismos como agentes económicos.

No ocurre lo mismo cuando miramos al Estado. Es como si gran parte de la población y la dirigencia tuviera otra lógica: la austeridad privada es una cosa, pero en el Estado las cosas son distintas.

La raíz de esta contradicción obedece a creencias bastante arraigadas que provienen quizá de la economía keynesiana. Paul Samuelson en su “Curso de Economía Moderna” nos da una pista cuando habla de la “inversión inducida y la paradoja de la frugalidad”: “Y ahora nos sale una nueva generación de economistas que se consideran a sí mismos expertos, y que parecen venir a decirnos que lo blanco es negro y que las antiguas virtudes han llegado a convertirse en pecados modernos”. Luego exhorta a dejar de lado nuestros amados credos y nos agrega: “en Economía debemos siempre prevenirnos contra la falacia lógica de composición, pues puede suceder que lo que es bueno en una sola persona aislada no lo sea, necesariamente, para toda la colectividad y lo que resulta sensato en particular sea una tontería en general”(1).

Este tipo de razonamiento es adoptado por muchos economistas creyentes -asumamos de buena fe- en este extraño dogma de que aumentar artificialmente el gasto y la inversión de manera de estimular la “demanda agregada” aumentando así el PBI es una cosa buena, ha sido el camino al infierno del gasto público y la deuda descontrolada. Y si los particulares no se pueden embarcar en gastar porque se les dio por la frugalidad, que lo haga el Estado. 

Además, este razonamiento encontró su cliente ideal en el segmento de mercado de los políticos y gobernantes, no sólo de estas latitudes, ya que era un argumento que les venía como anillo al dedo para gastar, que es una de las cosas que más les gusta hacer ya que los ayuda a mantenerse en el poder.

A esto se sumó otra crencia extraña, que es que el Estado no se puede fundir.

Pero sucede que el Estado sí se puede fundir como hemos visto. Porque si todos nos podemos fundir individualmente, ¿por qué no podríamos fundirnos al sumarnos en el Estado? Si no fuera así, seríamos capaces de crear una entidad omnipotente. Una cosa verdaderamente extraña.

Pero así estamos y la verdad es que habiendo tocado fondo, se intuye fácilmente que el Estado también tiene que respetar la ley de la escasez como cualquiera de nosotros: al igual que Bielsa que sólo puede poner a once, tiene que optar en sus gastos y si decide hacer un nuevo gasto, debe reducirlo en otra parte por más loable que sea el nuevo fin. Es que administrar no es amontonar.

Por eso, en las campañas y discursos, cuando un gobernante dice que va a “ocuparse” de tal o cual cosa loable, hay que preguntarle de inmediato qué otra cosa loable o no va a dejar de hacer. Allí no les gusta nada porque no les gusta decir que no.

En definitiva, la ley de la escasez reina sobre todos los agentes económicos.

Incluyendo al Estado. © www.economiaparatodos.com.ar

(1) Samuelson Paul, Curso de Economía Moderna, Aguilar, sexta edición, página 27.




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