Una línea perdida en un argumento pasatista de una película de aventuras –La leyenda del Tesoro Perdido– me llevó sin darme cuenta a la pregunta del título. Allí aparece Nicholas Cage, en su personaje de Benjamín Franklin Gates, contando que Thomas Alba Edison hizo 2.000 intentos fallidos antes de encontrar la manera de lograr la lamparilla incandescente. Cuando alguien quiso persuadirlo acerca de la inutilidad de persistir en el intento, Edison contestó: “solo encontré 2.000 maneras seguras de no obtener una lámpara incandescente, lo único que me falta es encontrar una forma segura de obtenerla.”
¿Cuántos Edison tenemos? ¿Con cuántos individuos distintos con un genio individual superior contamos? ¿Qué canales útiles y decentes ha encontrado la venerada capacidad y repentización del argentino? Aquellos dotes que rápidamente hacen que nos destaquemos cuando nos desempeñamos en sistemas ordenados, lógicos y donde los premios y castigos existen, ¿se han desarrollado en la Argentina?
Las preguntas precedentes plantean tres órdenes de problemas. En primer lugar, el del título, esto es, si el país cuenta con individuos de inventiva y deseosos de avanzar en base a sus creatividades personales. En segundo lugar, suponiendo que sí contamos con algunos, si esos dotes se han inclinado hacia el desarrollo de actividades honestas. Y, por último, si es que contamos con ambas cualidades, si el país ha puesto a disposición de esas personas “diferentes” un sistema de recompensas que los estimulen a avanzar.
La Historia parecería contestar afirmativamente el primer interrogante. Son muchos los ejemplos que ilustran historias personales de éxito y de creatividad. El mundo ha conocido casos concretos de la inventiva argentina y la inteligencia de muchos de nuestros conciudadanos ha contribuido al avance de la ciencia, la salud, el deporte, la industria y el confort de la humanidad.
La experiencia, sin embargo, empieza a ennegrecer el análisis cuando avanzamos hacia la segunda duda, esto es, si el genio argentino se ha canalizado siempre o mayoritariamente hacia el desarrollo de actividades decentes. Lamentablemente son innumerables los ejemplos, hasta diría cotidianos, que nos muestran una increíble capacidad creativa para burlar la ley u obtener réditos o ventajas al margen de lo que moralmente correspondería. Una increíble laxitud parece haberse apoderado del código ético medio del país. Desde hace muchísimo tiempo la sociedad ha considerado como aceptables conductas y metodologías que, en otros lugares, son repudiadas, mal vistas o directamente ilegales.
Por último, la tercera pregunta, es decir, si el país ha puesto a disposición de los “diferentes” una estructura de premios y castigos que funcione en el sentido de estimularlos a avanzar, debe responderse con un rotundo “no”. Más bien, la Argentina ha dado vuelta de pies a cabeza lo que en otros países sería un razonable sistema de recompensas: Ha castigado a quien debía premiar y ha premiado a quien debía castigar. Exactamente al revés.
Las historias de empresarios que chocan contra la corrupción y la multiplicidad de nudos burocráticos que les impiden avanzar, de personas de bien que ven relegadas sus posibilidades a manos de inescrupulosos cuyo único mérito consistió en identificar el correcto nicho de deshonestidad que los beneficia, de individuos sanos que terminan en la ruina víctimas de la delincuencia apañada desde la ley, de creativos que se estancan víctimas de su propia candidez, el concepto subalterno que, entre nosotros, ha cobrado la mismísima idea del candor (tan venerado en otras latitudes); todo esto, digo, da la pauta de que el país se las ha ingeniado para construir, con el paso de los años, una máquina perfecta para desestimular a los que son “diferentes” a que nos regalen los frutos de su genialidad individual.
Muchos de ellos, por esa misma razón, nos han abandonado y hoy contribuyen al crecimiento de otras sociedades. Otros continuarán ese camino en el futuro.
Las alquimias económicas podrán resultar más o menos exitosas, las condiciones internacionales podrán ser más o menos favorables, los presidentes podrán tener mejores o peores modales, pero si las raíces éticas de la Argentina no se reemplazan por completo, si el sistema de envidia nacional no es aniquilado, si la escala de premios y castigos no adquiere las formas racionales de recompensar y estimular a los “diferentes” y si el conjunto de señales subliminales que hacen distinguir lo correcto de lo incorrecto no vuelven rápidamente a las fuentes que nunca debieron abandonar, el futuro del país quedará a merced de la camorra, el ventajismo y la marginalidad. © www.economiaparatodos.com.ar |