Según me cuentan mis amigos economistas, la economía no funciona cuando hay recesión. Si no he entendido mal, la gente no tiene capacidad de comprar, ni las industrias de exportar, por lo que no se generan bienes y el país se empobrece lentamente.
Cuando hay recesión las consecuencias nos estallan en la cara: pobreza, marginación, hambre, desocupación.
Acertada o equivocadamente, los gobiernos de turno, al verse en esta situación, comienzan a poner remedios: suben los impuestos, bajan los impuestos, compran dólares o venden dólares, ponen la convertibilidad o la sacan, dan planes sociales o no los dan. A lo que voy es a que hacen algo. No hay país que se encuentre en una crisis económica que no haga algo para salir, aunque las medidas sean equivocadas.
En el ámbito de la educación parece que este fenómeno no se produce, o al menos se produce de una manera distinta. No hay nadie, y me refiero a absolutamente nadie, que niegue que nuestro país se encuentra en una crisis educativa. Todos los teóricos de la educación afirman esto. Los políticos dicen lo mismo, las encuestas lo muestran y la gente común no duda en afirmarlo. Cuando hay recesión educativa la gente no aprende lo que tendría que aprender. No se generan los “bienes educativos” suficientes y el país es cada vez menos educado. Pero las consecuencias no nos estallan en la cara: tardan más tiempo. Pero son más profundas.
Realmente estamos en una crisis educativa. Una crisis que viene de varias décadas y que cada vez se profundiza más. En calidad y en cantidad. O mejor dicho, en falta de calidad y falta de cantidad (en varias jurisdicciones ni siquiera se respeta algo tan elemental como los 180 días de clases).
Y nadie hace nada. Nadie toma medidas, acertadas o equivocadas, como se hace ante una crisis económica. No es un tema que queme. O mejor dicho, para cuando queme el fuego será inapagable. Porque se puede dar vuelta la economía de un país en poco tiempo (la Argentina debe ser uno de los mejores ejemplos de cómo subir o bajar en el ranking de ingreso per cápita en escasos años), pero los procesos educativos siempre llevan su tiempo. Mucho tiempo. Y aún más cuando hay que revertir la inercia de la caída.
Si todos vemos la crisis, ¿qué estamos esperando para hacer algo?
¿Qué estamos esperando los docentes para aumentar, cada uno en su aula, la exigencia académica, aunque uno sea el único que lo haga, independientemente de la estructura del sistema? ¿Que no es lo que hay que hacer? Puede ser. Pero al menos será hacer algo.
¿Qué estamos esperando los padres para no permitir que nuestros hijos se emborrachen todos los fines de semana, vean televisión basura o se acuesten a cualquier hora? ¿Que no hay que empezar por allí? De acuerdo, ¿entonces por dónde empezamos?
¿Qué están esperando los que tienen el poder de decisión en el ámbito político para empezar a buscar soluciones, para generar políticas de Estado? ¿Es que tienen miedo a equivocarse? ¿Es que no tienen ideas? ¿O es que realmente no les importa nada la educación, a pesar de las habituales declamaciones?
Empecemos a hacer algo, aunque nos equivoquemos. Si reconocemos que hay crisis, dejemos de estar con los brazos cruzados esperando que algo mágico y milagroso nos haga salir de ella.
Al menos las generaciones futuras no nos podrán echar en cara que no lo intentamos. Cada uno desde su propio lugar puede hacer mucho. Solo hay que proponérselo y empezar. Aunque nos equivoquemos. © www.economiaparatodos.com.ar
Federico Johansen es docente, director general del Colegio Los Robles (Pilar) y profesor de Política Educativa en la Escuela de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la UCA (Universidad Católica Argentina). |