Escribo estas líneas cuando aún no está demasiado claro si los países del Continente Negro, que están siendo fuertemente presionados, accederán finalmente al pedido del G-4 (Alemania, Brasil, Japón y la India) de “endosar” sus respectivas postulaciones como nuevos Miembros Permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (ONU).
Si la respuesta africana termina siendo positiva, es posible que el G-4 obtenga los 128 votos que necesita en la Asamblea General de la ONU para poder seguir adelante con su ambición. Luego deberá “presionar” a los Estados Unidos, cuyo Congreso hoy difícilmente apruebe la reforma propuesta, pero quedará en mala posición -casi en una situación desairada- de no querer acceder mañana a lo que la comunidad internacional le requiere respecto de la reforma del Consejo de Seguridad. Esta será la jugada, seguramente.
Si la respuesta es, en cambio, negativa, lo probable es que el G-4 termine retirando una propuesta que carecería del apoyo necesario para ser aprobada.
Curiosamente, el tiempo dirá cuál es, finalmente, el desenlace de esta cuestión. Por ahora, insólitamente las cuatro decenas de votos africanos parecen haberse transformado en los árbitros de la situación. Toda una paradoja.
La “pesca” de Amorín en Uruguay
Mientras tanto, Brasil sabe que cada voto cuenta y sale a buscarlo, olfateando cada oportunidad y tratando de aventar cada obstáculo. Cual mecanismo de relojería.
Uruguay acaba de apartarse de la tradicional sombrilla brasileña. Lo que es bastante poco frecuente. Lo hizo al votar por el colombiano Luis A. Moreno para presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Moreno, candidato norteamericano, competía con el candidato brasileño, Joao Sayad, que fue derrotado.
Esto preocupaba a Brasil, que temía una nueva traición uruguaya, similar a la que tuviera lugar respecto de la presidencia del BID, al tiempo de votarse la propuesta del G-4 para la reforma del Consejo de Seguridad de la ONU. Este último es su proyecto nacional más importante, al que se sólo se oponen Argentina, Colombia y México en la región. Los demás países se han encolumnado disciplinadamente, uno tras otro, detrás del liderazgo natural de los brasileños.
La movida del siempre trabajador Amorín fue inteligente, como casi todo lo que él hace. Aprovechar la ira uruguaya por la nueva actitud descortés de la Argentina con motivo de las plantas papeleras que el país oriental trata de construir sobre su orilla del río Uruguay.
Se trata de una inversión gigantesca para nuestro vecino, del orden de los 1.800 millones de dólares. Fundamental para su economía, entonces.
Nuestro país debería preguntarse lo que sería obvio: o sea, ¿cómo es que se le escaparon las inversiones en estas dos plantas? O, dicho de otra manera, ¿por qué ni los inversores privados españoles ni sus pares finlandeses quisieron invertir en la producción de celulosa en la ahora poco afecta al derecho República Argentina? Quizás porque las respuestas a estos interrogantes duelen y señalan responsables.
En lugar de apoyar esas propuestas, de trascendencia para un país pequeño como Uruguay en lo que hace al nivel de su economía pero grande cuando de cumplir sus compromisos se trata, nos dedicamos a atacarlas, mucho más allá de la más elemental cortesía. Con el feo estilo y conducta a los que nos tienen acostumbrados esta administración y, en particular, su flojísimo canciller-candidato.
Ante esta absolutamente insólita situación, Amorín olió, como corresponde a un veterano, la presa y salió presuroso a cobrarla.
En juego estaba, reitero, nada menos que el proyecto de política exterior más importante para el Brasil de hoy. Por ello se trasladó -raudamente- a Montevideo, para entrevistarse allí con el canciller oriental, Reinaldo Gargano, a quien formalmente pidió que su país ratificara su compromiso de endosar al G-4 en su proyecto de reforma del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Y lo logró, sin mayor esfuerzo, en función de las circunstancias descriptas: a Gargano no le interesa tratar de quedar bien con una Argentina que, absurdamente, luce insensible respecto del Uruguay.
La visita de Amorín, sin embargo, refleja la situación de estrechez en la que el proyecto del G-4 podría encontrarse respecto de los 128 votos que necesita. Cada voto cuenta, cuando uno está justo. El de Uruguay también.
Y Rafael Bielsa, con sus habituales desplantes, olvidando -como siempre- que “lo cortés no quita lo valiente” ha brindado a Amorín una oportunidad realmente inmejorable, casi sin igual, para asegurar que el voto oriental vaya en la dirección que Brasil pretende.
Al cazador de Brasilia esta vez no se le escapó la presa. Está en su bolsillo. Sin costo en esta tan particular encrucijada para Uruguay respecto de una Argentina que le declama ser hermana pero que -al momento de la verdad- se porta como un enemigo. Lo que demuestra cuál es la verdadera categoría de una política exterior que, en rigor, simplemente no existe, desde que parece estar al servicio de ambiciones que parecen tener que ver con el resultado de las próximas elecciones.
Error tras error, ése es el “camino de grandeza” que nuestro canciller “hace al andar”.
Amorín, para sabiamente diferenciarse aún más de Rafael Bielsa, aseguró a Gargano que Brasil no exigirá (como sí, en cambio, exige la “cordial” Argentina) que los importadores uruguayos deban pagar al contado las importaciones de bienes provenientes del Brasil. E intercambió las notas reversales que dejan definitivamente establecido el límite marítimo entre ambos países, en el exterior de la plataforma continental. Y, como si todo eso fuera poco, prometió a Uruguay dinamizar la construcción del demorado puente entre Río Branco y Yaguarón.
Gargano, feliz. Amorín, también. El voto para el G-4, asegurado. Notable, como episodio. Pero nada inesperado, desde que estamos acostumbrados a una política exterior argentina siempre grosera en el trato. © www.economiaparatodos.com.ar |