En política todo vale. Más aún cuando uno es descaradamente populista y se acercan las elecciones. Por esto, no sorprende que el siempre iracundo gobernador de Entre Ríos, Jorge Busti, haya incursionado nuevamente en política exterior tratando ahora de convencer al Estado nacional de que se inmiscuya -abierta y directamente, esto es desvergonzadamente- en los asuntos internos de nuestro vecino Uruguay. Una vez más, con relación a las dos plantas de celulosa y papel que inversores españoles y finlandeses levantarán en la costa uruguaya del río Uruguay, en la localidad de Fray Bentos, frente a Gualeguaychú, a las que se acusa virulentamente (como corresponde existencialmente a la característica de la “política exterior” de “confrontación permanente” que ha impuesto nuestro ínclito canciller, Rafael Bielsa) de que habrán de “contaminar” el río.
Como si el río no hubiera estado contaminado desde hace años ya. Si no me cree, trate de pescar algún dorado en sus aguas y verá que es tarea imposible. La contaminación, desde hace rato, baja del Brasil, además de la causada por Argentina y Uruguay.
Por lo demás, parece realmente increíble que ahora Busti le pida al Estado nacional que no le venda gas a un país independiente sin asegurarse previamente de que ese fluido no vaya a parar a las dos plantas papeleras que se están construyendo, luego de haberse obtenido en término y prolijamente todos los permisos ambientales que requiere la legislación oriental. A la mejor manera de Evo Morales. Como si Uruguay no fuera un estado soberano. Y como si los estados no debieran respetar sus compromisos.
Lo que Busti no se pregunta, porque sabe que la respuesta duele, es por qué las plantas no se construyeron del lado argentino. O, lo que es lo mismo, por qué un país apegado al Estado de Derecho, como es el Uruguay, pese a ser mucho más pequeño que el nuestro, fue preferido por ambos inversores. Quizás es porque allí nadie reacciona con prepotencia después de haber perdido las oportunidades que diligentemente estuvieron a disposición de todos para poder formular civilizadamente observaciones, en lugar de gritar. Y porque allí hay visiblemente más respeto por lo propio y lo ajeno. Por ellos mismos y por los demás, entonces. No es poca cosa, al tiempo de invertir.
Mientras tanto, cabe recordar que la Carta de las Naciones Unidas, que es ley interna, pese a lo cual Busti ha preferido ignorarla, garantiza la igualdad soberana de los Estados (Artículo 2), noción en la que está implícito el “principio de no intervención en los asuntos internos de otro Estado”. Hay intervención cuando un Estado se inmiscuye en los asuntos de otro, exigiéndole que adopte una conducta determinada, sin título jurídico suficiente, claro está.
¿Será porque Busti piensa que no interviene quien quiere sino quien puede y Uruguay es desigualmente chico? Sería un horror.
El principio, de rica tradición en el ámbito regional latinoamericano, no puede ser pisoteado en aras a tratar de conseguir -con tonos populistas- algunos votos en una próxima elección. Ni respecto de un país hermano. Nunca.
Coaccionar cuando hay desigualdad de poder es una conducta particularmente lamentable. Aquí y en todas partes. Hoy y siempre. © www.economiaparatodos.com.ar |