De la Rúa fue un presidente que se caracterizó por su incapacidad para enfrentar los problemas que tenía la economía. Es probable que lo heterogéneo de la alianza política que lo llevó al poder haya terminado por paralizarlo, pero, en todo caso, su ausencia de liderazgo para llevar a cabo reformas profundas que generaran la confianza necesaria para volver a atraer inversiones era bastante evidente. A lo único que atinó De la Rúa en sus dos años de presidencia fue a intentar administrar una crisis que cada vez se le iba más de las manos. No comprendió que no hay plan económico, por más bueno que sea, que pueda funcionar si no tiene detrás un fuerte respaldo y liderazgo político. Las políticas económicas, para ser exitosas, no sólo tienen que ser técnicamente consistentes, sino que, además, deben ser respaldadas por un contexto político que marque un claro rumbo. Por ejemplo, cuando Cavallo asumió como ministro de Economía de De la Rúa, creyó que su solo nombre alcanzaba para cambiar las expectativas de los agentes económicos. No calibró adecuadamente el hecho de no contar con un presidente firme en sus decisiones y, sobre todo, alguien que transmitiera un mensaje claro de cuál era el rumbo a seguir. El resultado fue la crisis de 2001, desatada por inconsistencias de técnica económica y por debilidad política.
Kirchner tiene una personalidad totalmente diferente a la de De la Rúa. Sin embargo, en el fondo, no se diferencia del ex presidente de la Alianza. Kirchner, al igual que De la Rúa, se queda paralizado ante las reformas que tiene que implementar, lleva a cabo políticas económicas inconsistentes y su mensaje altisonante no deja de ser absolutamente incoherente. Los liderazgos no se construyen a los gritos, como los sargentos que hacían “bailar” a los colimbas. Se construyen con claridad de ideas, convicción y una buena forma de comunicar. ¿Tiene Kirchner alguna de estas características?
Claridad de ideas no se le nota, porque al mismo tiempo que reclama inversiones no deja de enfrentarse con cuanto potencial inversor pueda haber. Desde los desplantes a los empresarios franceses y españoles al inicio de su mandato, pasando por el tema Shell, privatizadas y llegando a sus diatribas del jueves pasado, Kirchner no ha parado de espantar a cualquiera que piense poner un dólar en la Argentina. Y los espanta porque su mensaje permanente es que él va a decidir cuánto tienen que ganar las empresas. Y si alguien piensa diferente va a sufrir públicamente sus embestidas o las de los piqueteros adictos a su gobierno.
¿Qué hay respecto a sus convicciones? En reiteradas oportunidades ha dicho que no está dispuesto a dejar sus convicciones en la puerta de la Casa de Gobierno. Perfecto, pero la pregunta es: ¿cuáles son sus convicciones? ¿Perseguir a los militares? ¿Ver con un solo ojo lo que ocurrió en los 70? ¿No formular jamás una crítica clara y contundente a los asesinatos que cometieron los terroristas en esos años? ¿No denunciarlos por intentar un golpe de Estado como efectivamente lo intentaron al utilizar las armas para tratar de llegar al poder? ¿Pelearse con los obispos? ¿Maltratar a su vicepresidente? ¿Inventar todo el tiempo enemigos inexistentes? ¿Cuáles son las convicciones que no quiere dejar en la puerta de la Casa Rosada? Porque hasta ahora, salvo su visión distorsionada de los 70, no ha emitido una sola señal de qué es lo que quiere hacer con el país.
¿Qué tenemos respecto a la comunicación? Desde mi punto de vista, tiene una comunicación impropia de un presidente. ¿Por qué? Porque un presidente busca consensos y no trata de imponer sus ideas por medio de la prepotencia y los gritos. Pero, incluso, ni siquiera Kirchner discute ideas, sino que apela a la descalificación del otro sin aportar un pensamiento claro de porqué lo hace.
Hablar del “estilo K” ya ha dejado de ser una gracia. No podemos esconder detrás de esa frase conductas propias de un impresentable o un guarango. Si uno es maleducado, es maleducado y punto. Ser maleducado no es un estilo. ¿Cómo define la Real Academia Española la palabra maleducado? En su primera acepción dice: dicho de un niño, muy mimado y consentido. En la segunda acepción define maleducado como: descortés, irrespetuoso, incivil.
Ahora bien, más allá de las diatribas que suele lanzar a diestra y siniestra desde las tribunas, ¿qué modificación de fondo ha implementado Kirchner en la economía argentina? Ninguna, al igual que De la Rúa. Porque hacer una fenomenal quita de la deuda pública no es una reforma de fondo. Es simplemente no pagar, transfiriéndole al resto de la sociedad las consecuencias de semejante acto de gobierno.
Y tal vez no sea la quita lo relevante, sino la forma prepotente en que se llevó a cabo esa quita. Uno puede no estar en condiciones de pagar en un momento determinado una deuda asumida, pero busca negociar de buena manera para no perder el crédito. Intenta mostrar su voluntad de cumplir. Si un particular opta por no pagar y encima es prepotente, es su problema porque será el particular el que se quedará sin crédito. Pero acá se ha sometido al escarnio el honor de la República. Se ha comprometido el bienestar de la población. No es el señor Kirchner el que sufrirá las consecuencias de sus actos, sino todo el pueblo argentino.
Por lo demás, el sistema tributario argentino sigue siendo tan arbitrario como el que recibió el actual presidente. La legislación laboral continúa espantando a quienes podrían contratar personal. El gasto público continúa creciendo al igual que en los 90. La política monetaria tiene un desorden parecido a los 80. El endeudamiento público sigue creciendo hasta casi igualar el monto de la deuda estatal cuando, en diciembre de 2001, Rodríguez Saá anunció el default, a pesar de la quita de la que se ufana el gobierno.
Kirchner grita pero, al igual que De la Rúa, no hace, y lo que hace es contradictorio. Por ejemplo, su gobierno dispuso limitar el envío de hacienda a los mercados y ahora se espanta por el aumento que tiene la carne. ¿Acaso no saben que si se restringe la oferta, los precios inevitablemente van a subir? Es una muy elemental consecuencia de la ley de la oferta y de la demanda. También dice que hoy su gobierno genera confianza, pero no puede colocar un sólo bono en dólares en el mercado para pagarle al Fondo Monetario Internacional y tiene que recurrir a un demagogo como Chávez para que lo ayude.
Pero, posiblemente, lo más grave esté por venir. Si hasta ahora hemos visto a un presidente prepotente e intolerante, cabe imaginarse el comportamiento que tendrá cuando las inconsistencias de su política económica terminen de aflorar.
Y esas inconsistencias no podrán ser corregidas a los gritos e insultos. Se requerirá de una mente equilibrada y madura para sacar al país del atolladero al que se lo está conduciendo. © www.economiaparatodos.com.ar |