La lectura de un reciente trabajo difundido por la Confederación de Sindicatos Libres sugiere que “en todas partes se cuecen habas” y que hay poco nuevo bajo el sol. Pese al espectacular crecimiento, del orden del 10% anual, que ha transformado a China en un nuevo coloso económico, los problemas de lo que ahora se llama “exclusión social” están -también allí- presentes. Y en la actualidad afectan claramente al 75% de la población china, cuyos ingresos -en términos reales- pueden caer en los próximos años.
El milagro económico chino, como casi todos los milagros económicos, no ha repartido equitativamente sus beneficios entre todos.
Hay quienes han mejorado enormemente, como los nuevos empresarios y los trabajadores “de cuello blanco”. Particularmente los que trabajan en la industria de los servicios, incluyendo los comerciales.
Pero también quienes están quedando rezagados, como los trabajadores de “cuello azul”. Esto es, los operarios que trabajan en la industria china, cuyos ingresos están creciendo mucho más lentamente que los de los primeros.
Hay en China -todavía hoy- unas 250 millones de personas que subsisten con menos de un dólar diario. Y otros 700 millones que lo hacen con menos de dos dólares diarios.
Todos ellos son -técnicamente- los excluidos del milagro. Casi mil millones de almas, entonces. Estos son los que trabajan incansablemente, unas 60-70 horas por semana. Los que tiene ingresos del orden de los 44 dólares mensuales. Los que duermen en habitaciones hacinadas, a veces con más de una docena de camas. Y los que saben lo que es, de tiempo en tiempo, la sensación de desamparo que significa estar desempleados. Como en el resto del mundo capitalista.
Ocurre que China debe crear unos 300 millones de nuevos puestos de trabajo, si quiere cubrir -más o menos ordenadamente- la pérdida de empleos en el sector tradicionalmente agropecuario. Y la coyuntura actual no parece ayudar demasiado. Por una parte, la indispensable privatización de algunas de las ineficientes empresas del Estado ha cercenado, de un golpe, unos 59 millones de puestos de trabajo, los que no han sido compensados por la creación privada de empleo, que solo agregó a la plantilla unos 16 millones de nuevas oportunidades laborales.
Todo un tema. Este es, seguramente, el “lado negro” del milagro chino.
Por el momento, las cosas, en el plano social, se mantienen más o menos calmas, pese a la magnitud del tema, gigantesca como casi todo en China. Por una parte, porque China sigue siendo un Estado autoritario y policial, donde los derechos humanos y las libertades civiles y políticas tienen el espacio que, en cada caso, les confiere el Estado. Ni un milímetro más. Por la otra, porque el milagro de las comunicaciones no se ha desparramado todavía en el enorme país, en toda su extensión. Y los excluidos (acostumbrados por el comunismo a tener que vivir sumidos en la miseria) aún no advierten, en toda su magnitud, el cambio de situación de algunos, que a ellos no les ha tocado en suerte.
Pero, tarde o temprano, esta cuestión ganará espacio. En los medios y en las calles. Y deberá enfrentarse y tratar de resolverse.
Porque si algo ha cambiado en el capitalismo contemporáneo es que ya no hay espacio social para tolerar por mucho rato convivir con porcentajes altos de exclusión sin recurrir a medidas razonables de solidaridad que los moderen. Pero esas medidas son por definición transitorias y requieren -para garantizar la estabilidad- de una estrategia gubernamental transparente, que apunte al día después.
Cada vez más la gente, especialmente si tiene un mínimo de preparación, no quiere vivir eternamente en esquemas solidarios de “patología”. En los que come y subsiste de la mano del Estado, cuando ve en cada instante (a través de una televisión cada vez más invasora) cómo es efectivamente el mundo más atractivo de la “normalidad”, en el que viven -y progresan- otros. © www.economiaparatodos.com.ar
Emilio Cárdenas se desempeñó como representante permanente de la Argentina ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU). |