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jueves 29 de diciembre de 2005

Un destino fatal

La centralización de las decisiones políticas y económicas en el presidente inexorablemente produce un despliegue del egoísmo y la arbitrariedad en la capa dirigente y de la prepotencia en la burocracia que rodea al entorno presidencial.

La inquietante duda acerca de cuál es el horizonte estratégico de este gobierno carece de significado. En realidad, para el largo plazo sólo les interesa mantenerse en el poder y, en el corto, aplican cotidianamente un esquema para la toma de decisiones públicas sumamente tosco y apto sólo para administrar organizaciones muy pequeñas y sencillas.

Las características con que se maneja el gobierno pueden comprobarse objetivamente observando su estilo de conducción:

1. Se gobierna día a día; el plan no existe y está reemplazado por una simple guía, con datos relevantes sobre recaudación y gastos diarios.
2. Los temas de actuación son elegidos a partir de encuestas que tratan de desentrañar aquello que resulta popular y políticamente útil.
3. Los problemas complejos y profundos se soslayan como si no existieran.
4. La conducción no se comparte ni siquiera con el gabinete de ministros, está centralizada en el presidente y reducida a un minúsculo grupo de absoluta confianza.
5. Los anuncios de medidas van precedidos por mensajes mediáticos que intentan dar la impresión de un trabajo previo sumamente afanoso.
6. Se evita cuidadosamente el debate racional de las ideas y por eso nunca se hacen conferencias de prensa ni se conceden entrevistas con cuestionarios abiertos.
7. Cualquier intento de crítica se bloquea con descalificaciones personales.
8. Los fracasos propios se justifican culpando de conspiradores a quienes se elige como enemigos de relevancia.
9. La acción política se reduce a proferir amenazas, repartir dinero y anunciar obras que no forman parte de un master-plan (plan director).
10. El motivo conductor de la retórica política es un reiterado reproche por los horrores del pasado del que se proclaman ajenos.

En realidad se trata de un esquema de conducción diseñado para uso exclusivo del presidente Kirchner. Por ese mismo carácter personalísimo, la conducción está restringida a las ineludibles limitaciones intelectuales y físicas de los seres humanos. Cualquier problema de salud o dificultad de discernimiento presidencial provoca paralizaciones y errores imposibles de corregir.

Por otro lado, esta pragmática concentración del poder de decisión en una sola persona elude la antigua controversia entre el sistema de planificación central de la economía y el orden social de la libertad.

De paso, también ignora olímpicamente la hipótesis keynesiana de que una administración estatal fuertemente concentrada podría ser dirigida por “hombres altruistas” inspirados en el bien común. Ni siquiera se entra a sospechar que aun con altruismo es imposible coordinar los intereses de grupos sectoriales con el interés general, porque cuando la conducción de la economía se concentra fuertemente en un sólo hombre, inexorablemente se despliegan el egoísmo y la arbitrariedad en la capa dirigente y la prepotencia en la burocracia que rodea al entorno presidencial.

Al concentrarse el poder económico, no hay forma de impedir que empresarios codiciosos y audaces se asocien con funcionarios todopoderosos para repartirse la torta prebendaria obtenida mediante privilegios oficiales.

Pese a todas las buenas intenciones, la centralización de las decisiones económicas en el presidente tampoco puede conseguir que los egoístas actúen a favor del interés general de manera que tengan que servir (con pleno conocimiento y sin desearlo) a superar la escasez y la carestía de los bienes de consumo popular.

Todo esto sucede porque al echarse por la borda el sistema de libre competencia con reglas de juego limpio y al introducirse la intervención arbitraria del gobierno, las deficiencias de la economía no hacen sino aumentar.

El mecanismo de precios libremente formados en mercados sin monopolios tiene un funcionamiento exacto y seguro, mientras que la dirección política de la economía se produce inevitablemente dentro del reino del azar de las valoraciones globales.

En tal caso, ya no importa si se producen cantidades limitadas o desproporcionadas de mercaderías de lujo, sino que la totalidad del proceso productivo se desvía del interés general y termina satisfaciendo las apetencias de frivolidades y banalidades de una nueva clase social: la nomenklatura.

Con un esquema de decisiones concentrado en una única persona, lo que en realidad sucede es igual al caso de un individuo que destruyese una preciosa máquina de moderna tecnología digital porque hay ciertas deficiencias en el suministro de la energía eléctrica, para sustituirla por un aparato primitivo, movido por la fuerza muscular de las pantorrillas de un operario que acciona sus pies en un pedal. Muy prontamente, el trabajador se agota y las deficiencias del obsoleto aparato se muestran enormemente mayores que las de la destruida máquina de alta tecnología.

A pesar de todas las advertencias que puedan formularse, subsiste el problema fundamental de cualquier gobernante hegemónico. ¿Cómo habrán de surgir funcionarios probos y altruistas siendo que la concentración de poder económico establece condiciones propensas a la corrupción que ni los mismos hombres pueden corregir? ¿Quién se ocupará de la tarea de ordenación política necesaria para que el sistema económico permita coordinar el interés individual con el interés general con mínima pérdida de libertad?

Cuando un funcionario recibe una cantidad extraordinaria de poder para conceder o denegar favores y subsidios, todos los agentes económicos sometidos a una economía intervenida se encuentran coactivamente encuadrados y sufren una sustancial pérdida de su libertad.

Entonces se dan los supuestos para que este funcionario imponga su interés particular, es decir sus apetencias, sin ningún contrapeso. Aquello que a primera vista parece ser una virtud de la economía centralizada, porque permite decidir sin deliberaciones, no es en realidad más que una peligrosa debilidad.

Al oprimirse constantemente el interés individual con medidas intervencionistas, se impide que puedan movilizarse las energías de millones de personas con iniciativas creadoras, mientras que sólo un grupito de funcionarios cuenta con una esfera de independencia porque detenta el poder hegemónico. El interés general termina siendo sacrificado y sobre sus ruinas se erige el interés sectario de quienes controlan el poder. Pero ellos terminan inexorablemente corrompidos y los demás ciudadanos sometidos a la esclavitud.

Este es el triste destino final de toda concentración de poder en una única persona.

Ojalá que el innegable buen reflejo político que posee el presidente Kirchner le permita recapacitar y enmiende un camino que nos conduce a él y a todos nosotros hacia un nuevo fracaso. Es el mejor deseo para el Año Nuevo. © www.economiaparatodos.com.ar



Antonio Margariti es economista y autor del libro “Impuestos y pobreza. Un cambio copernicano en el sistema impositivo para que todos podamos vivir dignamente”, editado por la Fundación Libertad de Rosario.




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