La muerte de un adolescente en la zona de Palermo Chico, a raíz de los golpes recibidos por parte de un grupo de jóvenes, nos invita a reflexionar acerca de qué estamos haciendo como adultos para “salvar al humano”.
Lo primero que tiene que quedar claro es que este tema ha tomado trascendencia, precisa y lamentablemente, porque se ha producido una muerte. Pero estos episodios de violencia se producen todos los fines de semana dentro o en los alrededores de los boliches bailables y no aparecen en los medios de comunicación masiva porque no tienen entidad como noticia. La realidad indica que todos los viernes o sábados a la noche hay contusos, heridos y, también en algunos casos, muertos que no aparecen en los medios de comunicación.
A estos episodios debemos sumar los accidentes de tránsito, en muchos casos con consecuencias mortales, que se producen a causa del alcohol, las drogas, o incluso del estado de falta de reflejos que provoca en una persona el no haber dormido por casi 24 horas. Si bien de esto último no hay estadísticas, hay que presumir que también tendrá su alto porcentaje.
Debemos plantearnos qué queremos hacer con los “cachorros de la raza humana”, es decir, si como adultos vamos a permitir que en función de intereses económicos sigan destruyéndolos, o nos paramos a reflexionar e impedir esta lenta pero indiscutible agresión indirecta a los menores por parte de adultos.
Supongamos por un instante que voy al zoológico y les doy alcohol a los cachorros de gorila. ¿No es altamente probable que tenga, con toda lógica, un montón de grupos ecologistas interponiéndose entre mi persona y la jaula para impedir que los siga emborrachando? ¿No es también muy probable que los juegos de “cachorreo” entre los gorilitas terminen mal y se lastimen seriamente, ya sea por agresiones entre ellos o porque al perder reflejos se cayeron en algún salto? ¿No terminaría yo preso en estas circunstancias?
¿O que sucedería si impido por 24 horas que el cachorro perro de un vecino duerma, despertándolo cada vez que intenta dormir? ¿No sería denunciado a alguna sociedad protectora de animales?
¿Qué le harían a un paseador de perros que encerrara los cachorros que pasea en un lugar sin ventilación, prendiera cigarrillos que llenaran todo de humo, pusiera música a un nivel de decibeles que claramente afectan la audición, luces de colores girando en todos los sentidos y, encima, en vez de agua les diera cerveza? ¿No aparecería este paseador de perros en todos los medios como un “torturador” de animales?
Y la realidad es que con los “cachorros humanos” hacemos las cosas que expuse en los últimos párrafos.
Tenemos que tomar conciencia de que debe existir una ecología humana: que el mismo esfuerzo que ponemos en defender a las especies animales lo pongamos para defender al hombre.
Si a un perro le afecta la audición la música fuerte, también afecta a los chicos. Si no permitiríamos que nadie le diera alcohol a un oso, ¿por qué toleramos que los hagan con un adolescente?
Hay quienes se niegan a ver esto y miran para otro lado. Lamentablemente, la realidad nos muestra casos como el de Matías, que debería estar vivo si hubiéramos puesto el mismo empeño en cuidarlo que el que ponemos en cuidar a los animales.
Muchas veces he visto pequeños botes de goma interponerse con gran valentía entre las ballenas y los buques balleneros, pero nunca he visto a alguien impidiendo la entrada en lugares donde todos sabemos que los adolescentes se emborrachan, drogan, pelean, no duermen o son agredidos visual o auditivamente.
Así como República Cromagnon significó un punto de inflexión con respecto a la seguridad, esperamos que Matías signifique lo mismo con respecto al cuidado que los adultos hacemos de los menores. © www.economiaparatodos.com.ar
Federico Johansen es Licenciado en Ciencias de la Educación (UBA). |