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jueves 4 de mayo de 2006

Altos estudios y bajas intenciones

El vergonzoso espectáculo que rodea al proceso de renovación de autoridades en la Universidad de Buenos Aires demuestra, una vez más, cuán bajo ha caído una de las instituciones académicas que mejor supo representar al país.

Decir que la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA) es históricamente la más prestigiosa del país no es nada nuevo; durante décadas, extranjeros atraídos por su calidad académica concurrieron a sus aulas desde los lugares más remotos de todo el mundo. A su vez, afirmar que ese prestigio viene decayendo gracias a factores tanto internos de la institución como externos, tampoco es nada nuevo.

Pero lo que sí me parece absolutamente novedoso es que diversos grupos que dicen defender la UBA no hacen más que destruirla. Tradicionalmente, en la universidad se ha hecho y se hace política. Esto es un hecho que, si bien no me gusta, parece ser inevitable. El grupo que la hace no ha sido nunca numeroso, en función de la cantidad de estudiantes. No debe llegar al 5% (y me parece que estoy siendo generoso en exceso) la cantidad de alumnos a los que les interese la política dentro de la universidad: el resto lo que quiere es estudiar, lo que les importa es que la universidad funcione de la mejor manera posible y, en general, ni siquiera saben quién es el presidente de la FUBA. También, graciosamente, los que suelen dedicarse a la política deben tener mucho trabajo, pues suelen ser estudiantes crónicos: el actual presidente de la FUBA lleva 8 años de estudio y aún no se ha recibido.

Sucede lo mismo con los docentes: la inmensa y abrumadora mayoría lo que quiere es dictar sus clases, lograr que sus alumnos aprendan y transmitir sus conocimientos y experiencia en el ámbito adecuado. Nuevamente, los que hacen política son los menos.

Por último, nos encontramos con el personal no docente, sin el cual el funcionamiento de la universidad sería absolutamente imposible. Asimismo, los que de este grupo se dedican a hacer política son proporcionalmente muy pocos.

¿Qué es lo que nos pasa a los argentinos –aquí vivo, ignoro si esto sucede con tal virulencia en otros lugares del mundo– para que habitualmente sean las minorías ruidosas, generalmente antidemocráticas, las que manejan nuestros destinos? ¿Qué es lo que nos lleva a no intervenir, al “no te metás”, a no comprometernos con nuestro propio futuro? ¿Serían los mismos los representantes de los estudiantes, o de los docentes, o del personal no docente si todos los miembros de la comunidad universitaria se involucraran?

Los episodios de violencia que pudimos ver por televisión –y no me refiero sólo a los golpes que se propinaron entre las distintas facciones, sino a la violencia que supone que un grupo de alumnos invada y tome impunemente las instalaciones de la Facultad de Medicina, como antes lo hicieron con las del Colegio Nacional de Buenos Aires– quizá ponen de manifiesto que en, la actualidad, la UBA es una casa de altos estudios y bajas intenciones. Altos estudios para una mayoría silenciosa y bajas intenciones para unos pocos autoritarios.

Una las formas de involucrarnos es reclamar a las autoridades que arbitren los medios para que la asamblea universitaria pueda llevarse a cabo, gane quien gane. Que la policía no intervenga no creo que sea por propia decisión: seguramente tendrá órdenes del Poder Ejecutivo. Si no podemos lograr este sencillo objetivo en la cuna de la investigación y la docencia de nuestro país, olvidémonos de la democracia y preguntémonos dónde están quienes deberían defenderla. © www.economiaparatodos.com.ar



Federico Johansen es Licenciado en Ciencias de la Educación (UBA).




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