El diario La Nación del domingo 23 de julio de 2006 publicó un excelente artículo de Pedro Luis Barcia, presidente de la Academia Argentina de Letras, en el que éste comentaba su opinión acerca del pedido de los padres de un alumno de excluir la materia “Latín” del programa de estudios, ya que su hijo no lograba aprobarla.
A los acertados comentarios del doctor Barcia, me permito agregar algunas consideraciones.
Uno de los criterios de selección de contenidos que manejó en su momento la Ley Federal de Educación –que es probable que también se utilice en la implementación de la nueva ley– es que éstos deben ser “socialmente significativos”. Si realmente tomamos como criterio que debe enseñarse lo que a la sociedad le interesa, evidentemente el latín debería desaparecer en su totalidad de los programas escolares. Pero, al mismo tiempo deberían desaparecer otras asignaturas. ¿O es “socialmente significativo” saber la altura del Mont Blanc, el largo del Nilo, los nombres de los huesos que integran el esqueleto humano, las formulaciones químicas del proceso de fotosíntesis, la ley de De Morgan para la conjunción o dónde se encuentra el nódulo de Ashoff-Tawara? (Como siempre, son ejemplos sacados de la realidad.)
Lo que estoy intentando transmitir es que lo que hay que cuestionar es el criterio de “significatividad social”. Poniendo las cosas en blanco y negro, todo contenido es socialmente significativo (siempre hay un grupo al que le interesa) o ningún contenido es socialmente significativo (siempre hay otro grupo al que no le interesa). Quizá deberíamos hacer que el criterio de significatividad social no fuera uno de los que rigen la selección de contenidos. Con cualquier contenido se puede lograr que los alumnos aprendan, practiquen o apliquen a otros ámbitos distintas habilidades intelectuales.
Asimismo, la enseñanza de una de las llamadas “lenguas muertas” nos plantea el porqué han de estudiarse las “lenguas vivas”, ya que el criterio es muy similar. Si uno piensa que un idioma ajeno al materno ha de estudiarse por lo estrictamente herramental (“no se puede entrar en un mundo competitivo sin saber inglés”, dice la “sociedad”), en el momento –por cierto muy cercano– en que la tecnología haga que la barrera idiomática desaparezca (me refiero a acciones como que uno en su teléfono celular seleccione un idioma y el interlocutor “castellano” y puedan hablar con traducción automática en tiempo real, hablando y escuchando cada uno en la propia lengua), también debería desaparecer la enseñanza de los idiomas. Por poner un ejemplo que ya hoy es real: si uno enseña a usar el sextante “sólo” para orientarse, con la aparición del GPS se le acabó el contenido y, por tanto, su “significatividad social”. Ahora bien, si uno cuando enseña a usar el sextante a través de ese contenido hace que los alumnos deduzcan, analicen, clasifiquen, elaboren hipótesis, observen, midan y sinteticen, no importará si después usan un GPS para orientarse. Los alumnos “aprendieron”, aunque jamás en su vida vayan a usar un sextante para orientarse.
Un idioma distinto del materno permite una estructura lingüística diversa de la propia, y por tanto enriquece la que tenemos, permitiéndonos una lógica más amplia. También nos abre el acceso a una cultura diferente. Y, además, en algunos casos, sirve como herramienta. Pero esto no es lo fundamental.
Por último, un idioma es un medio para comunicar ideas y no un fin en sí mismo. Me contaba un conocido que hacía selección de personal, que un día entrevistó a una persona que hablaba un perfecto inglés, pero no tenía nada para decir. Lo ideal es poder generar ideas y comunicarlas correctamente. Y, para lo primero, no importa si la lengua que se enseña está “muerta”. © www.economiaparatodos.com.ar
Federico Johansen es Licenciado en Ciencias de la Educación (UBA). |