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sábado 22 de diciembre de 2012

Abel Viglione: el lujo de haberlo conocido

Haber conocido a Abel Viglione es uno de esos lujos que uno tiene que apreciar y agradecerle a la vida.

Típica conversación por teléfono con Abel Viglione que me ha tocado vivir en varias oportunidades:

Hola Abel, estuve viendo el tema de la soja y me dio un precio promedio…

Luego de mi consulta venía una detallada respuesta de Abel que solía terminar de la siguiente forma: “ahora te mando por mail una planilla Excel que armé con una serie de datos y los gráficos correspondientes. Fijate que…” y me daba una explicación minuciosa sobre cómo había armado la serie y lo que él vía relevante de la serie.

¡La generosidad de Abel era única! Esos comportamientos pintan claramente la forma de ser una persona nada egoísta. Generosa.

En lo estrictamente profesional se ganó el respeto de todos sus colegas, desde los keynesianos hasta los liberales, por la seriedad de su trabajo. Si había que consultar a alguien sobre cómo venía el nivel de actividad, Abel era el tipo indicado. Además no complicaba las cosas para explicarlas. Las hacía fácil e iba al punto sin rodeos innecesarios. Ojo, no es que solo sabía sobre el nivel de actividad, sino que, además, tenía, como buen profesional, una visión bien amplia de la economía, tanto de la argentina como la del mundo.

En lo personal, tengo recuerdos inolvidables, sobre todo cuando nos juntábamos a comer algún asado en mi casa, él, el fallecido Adrián Guissarri y Dick Schefer. Los cuatro economistas. Largos y divertidos debates sobre economía, política, sistema educativo y mil temas más. Sus experiencias en los viajes a países de América Latina para analizar sus economías eran muy divertidas. Dick puede dar fe de esas reuniones y de los chistes de Abel, sobre todo de las cargadas que le hacía a Adrián Guissarri, otro gran tipo que lo hacíamos engranar fácilmente, para después seguir divirtiéndonos y debatiendo.

Solíamos encontrarnos con Abel en el verano en Pinamar, él con su bermuda de jean semi destruida andaba feliz sin necesidad de demostrar nada. Es que no tenía que aparentar ni demostrar nada. Su gran prestigio profesional y don de persona educada lo decían todo. Era él mismo. Sencillo, divertido, sin ínfulas. Tenía la sencillez del que sabe y que no necesita demostrarlo.

Lo tenía amenazado con publicar una foto que le saqué en Pinamar con su bermuda agonizante, pero se reía a carcajadas. Él sabía que tenía valores humanos y profesionales tan altos que mi chiste amenaza no lo afectaba. Su comportamiento como persona y profesional destacado eran su principal testimonio de lo que es ser una persona de bien y un colega generoso y serio en su trabajo.

¡Las veces que me habrá tirado de la oreja por escribir notas de alto voltaje!

A vos te voy a amordazar, fue lo primero que me dijo un día que vino a casa después de que yo publicara no recuerdo qué nota. Me retaba con el afecto de alguien que quiere a otra persona y se preocupa por ella.

Volviendo a su condición de economista, Abel publicó infinidad de artículos, papers, entrevistas radiales, televisivas y en medios escritos. Fue profesor, y de los buenos, consultor económico y, yo diría, un curioso de la economía.

Pero sin desmerecer su condición de economista, el recuerdo más lindo que tengo es el de su amistad.

Haber conocido a Abel Viglione y disfrutado conversando con él, es uno de esos lujos que uno tiene que apreciar y agradecerle a la vida, porque Abel “Toto” Viglione hay uno solo.