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martes 3 de junio de 2014

Amado Boudou, apenas otro soldado

Amado Boudou, apenas otro soldado

Se robaron todo. Desde lo más nimio hasta lo más grande. Desde el espacio de la estatua de Colón hasta la fábrica de billetes, desde los terrenos fiscales en El Calafate hasta los medios de comunicación. Desde la independencia legislativa hasta la justicia imparcial, desde la cultura hasta la moral

Se van. Pero se van a medias. Dejan herencia para que se los recuerde durante muchos años.. Además hay “soldados de la causa” esparcidos en todo espacio político, me refiero a inescrupulosos aspirantes a ser o seguir siendo garrapatas de un Estado desvirtuado e ineficiente en lo más básico: salud, educación, seguridad.

En once años han alterado mucho más que la institucionalidad del país. Han menguado la calidad de vida de los argentinos que, paradójicamente o no, se lo permitimos… Ahora, los ojos se fijan en Amado Boudou que, en rigor de verdad, no es sino un caso más, como lo fuera en su momento Guillermo Moreno.

Ambos han hecho lo que el matrimonio Kirchner les han pedido que hagan. Ambos son soldados, no forman ejércitos aislados. El autor intelectual de lo que acontece ha muerto, la autora material ocupa el Ejecutivo Nacional. Boudou es la herramienta, el ejecutor del capricho presidencial. Todos lo sabemos. Sin Cristina no hay Amado.

Quizás sea un buen momento para poner el foco en la sociedad más que en la dirigencia por eso, y por dos razones básicas más: 1) el gobierno no hace sino aquello que la gente le deja hacer 2) los dirigentes no son foráneos, son emergentes de los ciudadanos.

Este último punto, Cristina lo ha asimilado con maestría. No en vano lucha por situarse del lado del argentino medio, precisamente aquel que frente a la mencionada hipótesis reacciona contundente: “Yo no los he votado”. Pero claro, una cosa es la responsabilidad intrínseca de todo ciudadano, y otra muy diferente la de su Presidente.

Aferrada a aquel slogan que utilizara hace unos años cuando se situó a sí misma como “primera ciudadana”, adopta la conducta de cualquiera de nosotros. Pero a no confundirse: no es igualdad, es estrategia. No es empatía, es conveniencia.

Así, frente a cualquier evidencia de la ignominia que genera, se lava las manos o sale a hablar como si estuviese en una mesa de bar: “Vamos che, no me vengan a decir que no están mejor que hace diez años“, nos contó un día. Y sin rigor científico en los datos sostuvo que Argentina supera a Australia y Canadá como quien dice que Funes Mori es mejor que Messi o Neymar.

En definitiva, habla como hablaba la “Doña Rosa” de Neustadt o la Salustriana de su cadena nacional desde la más supina ignorancia. Ahora bien, la ignorancia de aquellas es involuntaria carencia de conocimiento en la materia, en cambio, la ignorancia de la Presidente corresponde o debería corresponder a la categoría de “administración fraudulenta”, a delito de estafa, de traición a la Patria.

Lo de ella no es ausencia de conocimientos sino manipulación adrede de estos, utilización oportunista de amnesia, fabricación adulterada de estadísticas, tergiversación de la historia y sistematización de la mentira. En una palabra, es el relato perverso y maniqueo estructurado para deshacerse de responsabilidades, situándose en un rol que no le corresponde. No es víctima es victimario.

Cristina no es una ciudadana más que puede juzgarnos y decirnos cómo vivir desde atrás de un atril. En todo caso, somos nosotros quienes podemos demandarla al igual que Dios y la Patria. No hacerlo deviene de haber convertido a la democracia representativa en una democracia meramente delegativa.

Tampoco puede la titular del Ejecutivo hacer silencio frente a lo que está sucediendo. Usted o el vecino puede no opinar sobre Amado Boudou y Ciccone, pero quién lo llevó a la vicepresidencia de la Nación debe ineludiblemente dar una explicación. Los roles están alterados y en consecuencia, mal actuados.

La gente entiende el país como caparazón donde ampararse, no como propietarios comprometidos a mantenerlo en buen estado. Hay un sentido utilitario de ciudadano, así como también lo hay de la política. Todo es “a conveniencia”, de uno u otro lado.

En ese sentido, es grande la similitud entre la jefe de Estado y los soberanos. Ambos se equivocan en su conducta. Una no administra para el bienestar común, y el resto acepta la desidia mientras pueda sobrellevarla, o mientras en el bolsillo haya plata.

En rigor, estamos sumidos en una mediocridad espantosa que no sólo nos borra del mundo civilizado, sino que nos lleva a vivir la Argentina como una jungla: sin ley, sin norma, sin premios ni castigos. Una jungla donde prevalece el más fuerte no él más idóneo, donde al talentoso lo relega el escandaloso, la moral pasó de moda, y la virtud… La virtud apenas si quedó en algún libro de la biblioteca, de esos que nunca se abrieron pero que están allí porque el lomo combina con los sillones o las cortinas.

No nos engañemos. Boudou no era una eminencia económica. Siquiera era simpático, de ojos claros. Antes de ser bendecido con su actual cargo, su mérito fue saquear las AFJP. Al currículum lo venció un capricho y un prontuario.

Estamos confinados a una mediocracia excesiva por ausencia de compromiso cívico, de coraje, de valentía. Por ejemplo, acompañar la “cruzada” del Dr. José María Campagnoli no es ir y levantar un pedestal al fiscal sino defender lo que nos corresponde: la institucionalidad que será garantía de república y libertad.

Con el “yo no la voté” no nos desligamos de culpa si acaso después no lo acompañamos por algo más que la mera queja urbana, el lloriqueo de sobremesa y el confort de la derrota.

Porque la victoria no da derechos, obliga, mientras el fracaso ofrece el descanso de la “victimología”, una de las peores drogas de estos días. Entonces, en el rol de víctimas, nos creemos con razones para cruzarnos de brazos y exigir que todo, incluso la solución, nos sea dado. En idéntico rol se posiciona la jefe de Estado, no hace nada de lo que debería hacer. Sin embargo, el silencio otorga, sigue otorgando…

De ese modo, en la inacción permanente, terminamos apañando el populismo, y soportando figuras de la talla de Amado al frente de alguna facción que no hace sino responder, obedientemente, a la Jefe de Estado.