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miércoles 7 de abril de 2004

Argentina: ¿aprende o desaprende?

La crisis institucional que afecta al país, y sobre todo a la justicia, amenaza seriamente la posibilidad del desarrollo futuro de la Argentina. ¿Cómo salir de la espiral de degradación de las instituciones? Aquí, un aporte para tratar de vislumbrar la solución.

Argentina enfrenta desde hace ya algunas décadas un problema institucional severo, que se vio seriamente agravado a partir de fin del año 2001.

Ciertamente el poco prestigio del que gozan nuestras instituciones y por caso la justicia en particular, pensada como el reaseguro último de todo el sistema, no puede menos que sentar las dudas sobre el verdadero despegue futuro del país.

Porque, a no dudarlo, las economías más desarrolladas se asientan necesariamente sobre instituciones sanas, sobre reglas de juego claras y estables.

\"\"Pero en Argentina estas reglas de juego mutan continuamente, convirtiendo a lo transitorio en permanente y a lo que debiera ser más o menos permanente en transitorio, toda vez que esas instituciones se subordinan a la política.

Ejemplos tan categóricos como la propia devaluación y posterior pesificación asimétrica, causales de enormes injusticias en los patrimonios de las personas, o el mismo default de la deuda pública, son de por sí elocuentes, sin considerar siquiera los cambios que en la Corte Suprema de Justicia comienzan a producirse cada vez que cambia un gobierno.

Si pudiésemos asumir la tesis de que contar con buenas instituciones es el resultado de un proceso de aprendizaje social, va de suyo que en Argentina hemos venido desaprendiendo en estos últimos tiempos.

¿Por qué llegamos a este punto de peligrosa anomia, y de impactante confusión en el análisis de la cuestión?

Para comenzar, podría afirmarse que los aciertos en la política generan consensos, pero que, por el contrario, a su vez, los continuos desaciertos en las políticas gubernamentales, como mínimo, generan disensos, cuando no desconcierto, y desmoralizaciones en la sociedad.

Y no sólo sostendré que las políticas económicas de los últimos años fueron erradas, sino que además sus desafortunadas implementaciones definieron en sus efectos la existencia recurrente en el país de ganadores y perdedores, naturalmente dispuestos a promover enfrentados, tanto sus desaconsejables prolongaciones como sus abruptos reemplazos.

Y así el péndulo de las políticas del gobierno de turno se ha movido incesantemente de un extremo al otro, sin permitir, a su tiempo, la generación de verdaderas políticas de Estado, un poco más estables y previsibles.

\"\"No me animaría, quizás por miedo a la decepción, a encuestar a los argentinos interrogándolos acerca de si creen que en los próximos 5 ó 10 años podrían ser víctimas de una nueva confiscación de sus depósitos, o de una brutal devaluación o revaluación del peso. O preguntarles, quizás un poco más directamente, si invertirían en negocios a 10 años en el país.

Creo que, por ahora, las respuestas serían imaginables y lastimosas. Pero, ¿cómo se sale entonces de este espiral pernicioso, de esta lógica pero fatal falta de confianza?

La respuesta es una sola, y simple de deducir de todo lo antedicho. Mejorando nuestras instituciones.

¿Y como se logra ello?

Aprendiendo a establecer normas de cumplimiento social, distintivas por su carácter de justas. Y serán justas aquellas normas que erradiquen los privilegios y aseguren la igualdad de trato para todos ante la ley.

¿Qué hace falta para ello? ¿Acaso nuevas leyes?

No se trata de sancionar nuevas leyes necesariamente o de derogar otras. Se trata de que en nuestra sociedad se premien algunas buenas conductas y se comiencen a sancionar otras reconocidamente malas. ¿Es cuestión de cambiar las políticas y/o a los políticos? ¿Se requiere un cambio en el sentir y actuar de nuestra sociedad?

Para mí estamos ante un problema en este punto circular. Es por eso que cuesta tanto imaginar y definir su salida.

Cada vez que el gobierno actúa injustamente no hace más que regenerar en la sociedad esa inquietud de alejarse de la ley. Y cuanto más la gente se aleja de la ley, esa misma gente movida por ese Estado corruptor fomenta con su proceder la acentuación del “todo vale”.

De esta manera, las instituciones se desmoronan paulatinamente, pues su buena construcción y eficiencia dependen fundamentalmente de su legitimidad y de su respeto posterior. En este marco normativo difuso, el gobierno tiene más margen de maniobra para poder equivocarse, menos controles y menos exigencias y la cosa vuelve a retroalimentarse negativamente.

¿Puede salirse de este círculo vicioso desde la acción de un político noble y acertado que plantee y pueda ejecutar un cambio efectivo?

A mi juicio esto es altamente improbable, porque no sé si ese político existe en algún lugar del planeta y porque no creo que, aun existiendo, pueda remover el status quo vigente en toda sociedad, a menos que este cambio provenga de un cambio radical en los valores de la gente, que se hubiera dado cuenta y que hubiera aprendido la lección de que la igualdad ante la ley tiene razón de ser y sentido. Que los límites al poder son algo por lo que vale la pena luchar en vez de acomodarse a la fresca sombra de algún privilegio ya obtenido.

¡Qué cambio! Este proceso de regeneración de valores que alguna vez en Argentina existieron y se respetaron. Me refiero al valor de la palabra empeñada, al respeto por el otro, al cumplimiento de la Constitución, por la propiedad privada ganada dignamente por las personas con su esfuerzo, respeto por la libre expresión y hasta por el libre tránsito que hoy parece ya no ser un derecho, enfrentado con los nuevos derechos de quienes cortan rutas sin sanción alguna. Claro que tampoco se sanciona a quienes lucran y se enriquecen indebidamente con la política, con la función pública.

Cuando mayoritariamente y después de innumerables fracasos consideremos, declamemos y a sabiendas actuemos en consonancia con la idea de que es mejor la edificación de normas de juego justas para todos, y sanas para el mañana, aunque ellas necesariamente impliquen hoy la imposición de restricciones y sacrificios presentes. Cuando se promueva la eliminación de todo privilegio. En ese mismo momento comenzaremos el cambio, desde cada uno de los miembros de esta sociedad, regenerando valores en lugar de degenerarlos. En ese mismo día empezaremos a revertir la circularidad viciosa de nuestro actual devenir. © www.economiaparatodos.com.ar

 
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