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jueves 23 de junio de 2005

¡Arriba las manos, esto es un asalto fiscal!

A través de distintos impuestos, el Estado se apodera del 65% de nuestros ingresos. El resultado es que trabajamos desde el 1º de enero al 25 de agosto para satisfacer el apetito de este ogro filantrópico que es el Estado argentino y sólo los cuatro meses restantes del año para nosotros mismos y nuestros hijos.

Muchas personas bien intencionadas piensan que las críticas al sistema impositivo contienen una dosis de exageración puesto que los impuestos que pagan no son muy gravosos. De lo cual deducen que los quejosos son individuos injustos y poco solidarios, porque si todos pagasen también ellos podrían beneficiarse con una menor carga fiscal.

En realidad, este planteo encierra un doble error: por un lado, ingenuidad imperdonable y, por otra parte, ignorancia profunda.

Veamos por qué la ingenuidad. La clase política -abroquelada dentro del Estado- ha encontrado un nicho para enriquecerse y vivir sin tener que someterse al examen cotidiano de un mercado libre que pueda rechazar sus servicios. Esta clase política nativa se ha convertido en una corporación -como le gusta decir al presidente Kirchner- pero más cerrada y perversa que otras corporaciones. En todas las encuestas serias de opinión, el grado de confianza en la clase política está por el suelo. Ellos viven a expensas de quienes producen riqueza y saben que para perpetuarse en sus cargos deben rotar continuamente y gastar dinero que le sacan a los contribuyentes para comprar los votos que les aseguren la permanencia. Por eso, cuando aumenta la recaudación fiscal nunca rebajarán los impuestos, sino que aumentarán el gasto porque ésa es la condición sine qua non de la reelección.

Ahora veamos por qué la ignorancia. Cuando se trata de impuestos, tasas y contribuciones, cada recaudador actúa como si él fuera único y exclusivo. Nunca nadie ha descripto el sistema impositivo como una sofocante malla de 52 impuestos distintos cuyo objetivo deliberado consiste en aprisionar y esquilmar a un único sujeto: la persona física. Porque las empresas no absorben los impuestos, sólo adelantan el pago, y en el fondo quienes soportan la carga fiscal y la presión impositiva no son las sociedades sino las personas sobre cuyos bolsillos se descargan en definitiva todos los componentes del costo fiscal.

Aun cuando las alícuotas de cada tributo fueren pequeñas, si sumamos muchas alícuotas livianas y las hacemos incidir sobre un único punto tendremos una presión nominal enorme, tal como nos enseña el cálculo infinitesimal cuando explica que la sumatoria de crecimientos sucesivos infinitamente pequeños termina integrándose en una dimensión muy grande y colosal.

La dispersión del sistema impositivo en 52 tributos diferentes que atacan distintos objetivos fiscales es lo que oscurece nuestra inteligencia y nos impide darnos cuenta del efecto conjunto de todos ellos sobre nuestros bolsillos. Cuando los integramos a todos, entonces comprobamos con asombro que estamos sujetos a una verdadera expoliación y que el modus operandi del sistema funciona exactamente igual a como lo hace un delincuente cuando nos asalta por la calle y nos amenaza diciendo: “¡Entregame todo lo que yo quiero o te haré algo que tú no quieres!”. En el caso del sistema impositivo es la multa, la clausura o la cárcel.

Los ciudadanos de nuestro país, sin darnos cuenta, estamos sometidos a una cuádruple imposición. Directamente o en forma oculta -a través de las empresas que lo cargan a sus costos de producción o distribución- el Estado nos cobra cuatro veces impuestos sobre el mismo dinero.

IMPUESTOS QUE NOS COBRA EL ESTADO
(directamente o a través de empresas que los cargan a los costos de producción)
CUANDO SE GANA
CUANDO SE GASTA
CUANDO SE USA
CUANDO SE GUARDA
Ganancias
Débitos y créditos bancarios
Gas patagónico
Inmobiliario urbano
Renta mínima presunta
IVA sobre compras
Agua domiciliaria
Inmobiliario rural
Monotributo
Combustibles líquidos
Energía eléctrica
Bienes personales
Derechos de exportación
Tasa kerosene, gasoil, diesel
Recargo consumo gas
Patentes automotor
Retenciones a exportaciones
Contribuciones patronales
Radiodifusión y TV
Lanchas y embarcaciones
Obras sociales sindicales
Previsión indemnización
Teléfonos
 
Retenciones salariales
Previsión riesgos trabajo
Fondo Educación Promoc. coop
 
 
Infraestructura hídrica
Sellados provinciales
 
 
Adiciónl emergencia cigarrillos
Tasa de justicia
 
 
Internos
I.T. Combustibles
 
 
Transferencia inmuebles
Peajes de autopistas
 
 
Compra-venta acciones
Cámaras y cubiertas
 
 
Premios juegos azar
Sobre los cheques
 
 
Compra automotores
ABL municipal
 
 
Ingresos brutos provinciales
 
 
 
Impuestos de coparticipación
 
 
 
Derechos de registro e inspección
 
 
 
Entrada salas de cine
 
 
 
Derechos de importación
 
 
 
Tasas aduaneras
 
 
 
Tasa de estadísticas
 
 
 
Factor de convergencia
 
 


La primera exacción se produce cuando el dinero se gana, mediante los impuestos a las ganancias, rentas mínimas presuntas, monotributo, retenciones o derechos de exportación, obras Sociales forzosas y retenciones salariales. Con toda esa batería se nos quita aproximadamente el 22% del valor económico que hemos creado con nuestro trabajo.

Pero cuando gastamos ese mismo dinero, vuelven a cobrarnos impuestos sobre fondos que ya habían tributado, desplegando el arsenal fiscal que se describe en el cuadro precedente. En las compras y gastos necesarios para vivir, el Estado vuelve a apropiarse del 28,5% del dinero sobre el que ya tributamos.

Muchos de los bienes comprados no se consumen instantáneamente y permiten un uso prolongado. En tal caso, el fisco se ensaña por tercera vez sobre esos bienes duraderos que ya habían pagado impuestos con el abanico tributario que describimos en la tercera columna del cuadro. Así, cuando usamos los bienes comprados con el dinero gravado, El Estado se apodera nuevamente del 13,5% de nuestros ingresos originales.

Pero allí no se detiene el insaciable apetito de este Leviatán desorbitado. No sólo pretende devorar las embarcaciones, sino también a los marineros y tripulantes que las conducen. Cuando cada uno de nosotros guarda un resto de bienes durables y constituye un patrimonio familiar, el Estado nos expolia el 1% de nuestros ingresos por el sólo hecho de conservar y mantener lo que la Constitución llama “la fortuna de los habitantes”.

Si sumamos estas cuatro imposiciones: cuando se gana dinero + cuando se gasta ese mismo dinero + cuando se usan los bienes comprados + cuando se conservan ciertos bienes, llegamos a la colosal cifra de impuestos que representan el 65% de nuestros ingresos personales.

El Estado nos quita:
Cuando ganamos dinero
22%
Cuando gastamos dinero
28,5%
Cuando usamos lo que compramos
13,5%
Cuando conservamos esos bienes
1%
TOTAL
65%


De manera que trabajamos desde el 1º de enero al 25 de agosto para satisfacer el apetito de este ogro filantrópico que es el Estado argentino y sólo los cuatro meses restantes del año lo hacemos para nosotros mismos y nuestros hijos.

Por eso los argentinos estamos sometidos a un perverso proceso de empobrecimiento. Por eso no podemos ponernos de pie y progresar. Por eso no podemos planificar nuestro propio futuro. Por eso la clase media ha sido despojada y se encuentra en extinción. Existe una guadaña fiscal que nos corta la cabeza apenas la levantamos para mirar hacia el futuro, soñar con un proyecto personal y usar del derecho humano fundamental al ascenso y la movilidad social. También aquí imperan el resentimiento, el rencor, la rapiña y el expolio.

Entonces surge clamoroso el consuetudinario derecho que tienen los hombres que integran las sociedades libres a resistir la aplicación de leyes injustas, opresivas y confiscatorias. © www.economiaparatodos.com.ar



Antonio Margariti es economista y autor del libro “Impuestos y pobreza. Un cambio copernicano en el sistema impositivo para que todos podamos vivir dignamente”, editado por la Fundación Libertad de Rosario.




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