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jueves 6 de diciembre de 2007

Bienvenidos al festival de la discordia

En la Argentina gobernada por el kirchnerismo no sólo se impulsan el odio y el rencor, sino que el diálogo entre personas que supuestamente están en veredas diferentes tampoco son bien vistos ni aceptados.

La semana pasada comentábamos la irrefrenable tentación argentina por la desunión; por la división artificial de la sociedad en bandos tan irreales como irreconciliables.

También anotábamos lo que debería ser el principal objetivo de toda administración bienintencionada en cualquier país, esto es, el trabajar por la concordia y la vida armoniosa de la sociedad; ese horizonte pacífico que permite proyectarse hacia mejores niveles de vida.

Si esa pretensión resulta ideal para cualquier gobierno, cuánto más lo será para un país como la Argentina, cruzado por grietas históricas, nacidas de rencores huecos, de vendettas heredadas de conflictos de otros, de resentimientos fabricados a fuerza de intereses sectoriales que no han vacilado en mandar a la muerte a unos cuantos con tal de ganar poder.

En ese clima, cualquier síntoma de distensión y de convivencia civilizada entre personas o grupos que no piensan del mismo modo debería ser visto con algarabía; con el júbilo sincero con el que se venera el embrión de la vida sana.

Pero no. Parecería que la fractura social debe alimentarse incluso artificialmente, aun cuando ella de muestras de una cicatrización espontánea. Da la sensación de que el interés por mantener vivo el odio entre nosotros responde a la arenga guevariana de que “un pueblo sin odio no puede triunfar”.

Fue lo que pareció salir a la luz la semana pasada cuando los medios dieron cuenta de la “preocupación del kirchnerismo” por los rumores de diálogo entre el gobernador electo de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, y el jefe de gobierno electo de la ciudad, Mauricio Macri.

Scioli y Macri pertenecen a (¿se puede decir partidos?) diferentes, pero se aprestan a gobernar jurisdicciones que tienen enormes problemas en común, que comparten una población cotidiana que conmuta ambos territorios entre el hogar y el trabajo y que necesitan resolver problemas de ambas que muchas veces se originan en una y tienen consecuencias en la otra.

Evidentemente piensan distinto en muchos aspectos y tienen algunas coincidencias en otros, como cualquier ser humano normal.

Ambos han recibido una buena educación, están lejos de configurar al clásico “compadrito” (tan frecuente hoy en el gobierno) y tienen una inclinación por los aspectos prácticos de la administración que contrasta con el ideologismo inútil de la mayoría de sus colegas.

En esa inteligencia comenzaron a tender algunas líneas de comunicación entre ambos para poner manos a la obra en la solución de problemas contantes y sonantes que aquejan a los ciudadanos que viven en los territorios que van a gobernar. Por lo demás, de eso, y no de otra cosa, debería tratarse el gobierno.

Pero el diálogo, la concordia y la armonía entre personas que supuestamente están en veredas diferentes no son bien vistos en la Argentina de Kirchner. Para ellos hay aquí dos Argentinas: la de ellos y la de los demás. Scioli es de ellos, por lo tanto no debería dialogar ni acercarse a Macri que pertenece a la Argentina de los demás.

Muchos medios refirieron el caso con títulos que daban cuenta de la preocupación de la Casa Rosada por la “sintonía” entre Scioli y Macri. Que la palabra “sintonía” sea usada en un contexto de preocupación es toda una definición. Se informó incluso que operadores del kirchnerismo se habrían movido para “sugerirle” a Scioli evitar todo contacto con Macri.

A ver, a ver, a ver… ¿cuál es el perfil de país que esta gente tiene en mente para la Argentina?, ¿los permanentes bandos en pugna?, ¿es ése un horizonte seductor, por ejemplo, para los inversores que se dicen buscar?, ¿se dirá que a esos inversores se los busca de todos modos porque la seguridad que necesitan para la invariabilidad de las reglas de juego se les entregará por la vía de aniquilar definitivamente al otro bando, para que esa garantía llegue porque habrá un solo bando que dicte las reglas?, ¿se intentará una acción concreta y abierta para que la espontaneidad del diálogo entre Scioli y Macri se corte por una pelea artificial precisamente abierta para evitarlo?

La irracionalidad de estos interrogantes habla por sí misma. No se necesitan demasiados comentarios adicionales para demostrar lo demencial de la apuesta al rencor entre dos Argentinas.

Si esta postura que simboliza al “taita”, al guapo de esquina, que, “apoyado bajo un farol” -mientras hecha pitadas a un cigarro debajo de su “fungi ladeao”-, prohíbe el paso por la ochava de quien a él se le antoja bajo el argumento de que él es más fuerte que quien pretende pasar, no es borrada para siempre del modus operandi de los gobiernos del país, quedaremos atornillados a esa imagen barrial de principios de siglo en donde la ley del malo se imponía al orden jurídico.

No queda bien irla de malo. Ya pasó el tiempo de esa estupidez. La única fuerza que sirve hoy es la de la convivencia seria, adulta y racional entre gente que, evidentemente, no piensa igual pero que podría arrogarse el derecho de sentirse, naturalmente, tan argentino como cualquiera. No estamos en guerra con nadie, señores del gobierno. Y no es saludable inventar una nueva entre nosotros mismos. Estamos todos aquí. Así que a menos que con toda franqueza declaren su intención de exterminar a los que no piensan como ustedes, lo siguiente más inteligente, es tratar de convivir con la mayor armonía y con la mejor predisposición para solucionar los problemas de todos. © www.economiaparatodos.com.ar

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