Una de las preocupaciones fundamentales que decimos tener como familia, sociedad o gobierno, es mejorar la “calidad educativa”.
El tema es que muchas veces confundimos la “cantidad educativa” con la “calidad”, y pensamos que aumentando “las cantidades” (de dinero, de libros, de materias, de docentes) mejoraremos automáticamente la “calidad”.
En este sentido, el reclamo por la mejora del presupuesto educativo que se hace desde tiempo inmemorial, no va acompañado de un reclamo similar (al menos en intensidad) para que ese presupuesto sea bien utilizado. Se piensa que aumentando la cantidad, automáticamente aumenta la calidad. El ejemplo es burdo, pero para llegar a Bariloche es mejor un auto que 10.000 patinetas, aunque éstas últimas cuesten mucha más plata. Si me dan 10 kilos de carne podrida me alimenta lo mismo que si me dan 100 kilos, ya que no puedo comerla igual. Del mismo modo, si me dan 30 minutos para comer una milanesa o 60 minutos da lo mismo: en 10 minutos la como. Los gremios, los políticos y la sociedad toda piden que se asignen más fondos a la educación, en vez de pedir que se decida previamente a dónde se quiere llegar, y se vea si esos fondos son suficientes o no para lograrlo. A veces contamos con la plata para comprar el auto pero compramos las 10.000 patinetas y, por supuesto, no solo no llegamos a Bariloche sino que ni siquiera nos planteamos salir.
En el ámbito familiar sucede lo mismo: en la mayoría de los hogares se juzga la “calidad de la educación” que reciben los chicos por la “cantidad de tiempo” que deben dedicar a estudiar diariamente, o por la cantidad de hojas de cuaderno que llenan por semana, o por la cantidad de libros que les dieron para leer (los lean o no). Imaginemos un niño que se encierra en su cuarto 5 horas diarias para estudiar todos los días del año. A fin de año los padres reciben una felicitación: “Fulanito ha logrado memorizar la guía telefónica de la ciudad de Madrid”. ¿Refleja esto la calidad de la educación de una institución educativa? Pensemos que Einstein trabajó 10 años con ahínco para llegar a 3 letras, un número y un signo: e=mc2. ¿Es que esta afirmación es estúpida por su “poca cantidad”?
También se han hecho desde el Ministerio de Cultura y Educación de la Nación mediciones de la “calidad educativa”. Y nuevamente vamos a la cantidad: de tales provincias “tantos” alumnos aprobaron, que son más o menos que los de otras provincias donde, por lógica consecuencia, se enseña mejor o peor. Y lo que en general se mide es “cantidad de conocimientos” y no habilidades.
Como en todos los órdenes de la vida, cantidad y calidad son términos complementarios (ambos se necesitan) pero que no se reemplazan mutuamente. Y en temas educativos se confunde con enorme frecuencia la cantidad con la calidad.
¿Qué define entonces la calidad de la educación? Desde mi óptica, esta calidad puede subdividirse en dos aspectos: entendimiento y voluntad.
Desde el primer ángulo, una educación será de calidad cuando conduce a que los alumnos desarrollen la mayor cantidad de procedimientos y hábitos intelectuales (memorizar, observar, separar variables, clasificar, ordenar, analizar, sintetizar, relacionar, extrapolar, deducir, plantearse hipótesis, resumir, hacer un juicio crítico, etcétera). Y en el ámbito de la voluntad ayudar a generar personas éticas (honestas, veraces, patriotas, “taxpayers” como dirían los americanos –pagadoras de impuestos-, solidarias, respetuosas, con conocimiento de sí mismos, etcétera).
Puede que también falte “cantidad”. Pero aumentarla no mejorará la calidad. Tratemos entonces de no confundir calidad con cantidad.
¿Cómo se logra brindar este tipo educación y cómo se la evalúa? Lo dejamos para el próximo artículo. © www.economiaparatodos.com.ar
Federico Johansen es docente, director general del Colegio Los Robles Pilar y profesor de Política Educativa en la Escuela de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la UCA (Universidad Católica Argentina). |