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martes 10 de mayo de 2005

¡Qué país de hipócritas!

El debate sobre el pago de sobresueldos públicos, surgido como consecuencia de las denuncias realizadas por María Julia Alsogaray, demuestra hasta qué punto la hipocresía es el deporte favorito de la sociedad argentina y sus dirigentes, que permiten y fomentan el robo “legalizado”.

El escándalo que se desató a raíz de las nuevas denuncias que hizo María Julia Alsogaray afirmando que en los 90 los funcionarios públicos cobraban sobresueldos, refleja el alto grado de hipocresía con que se maneja no sólo la dirigencia política, sino también amplios sectores de la sociedad argentina.

Antes que nada, quiero dejar en claro que no estoy de acuerdo con el pago de sobresueldos en negro. Dicho esto, en primer lugar me parece una gran hipocresía creer que una persona que asume responsabilidades en altos niveles de la función pública gane sueldos en blanco por sumas que todos sabemos que no le alcanzan para llegar ni al día 10 del mes y que tampoco el sueldo en blanco es acorde a las responsabilidades que asume. Claro, el argumento que se usa es que no se pueden blanquear sueldos más altos porque si se blanquearan sería una ofensa para los jubilados que cobran una miseria. Por lo tanto, la solución está en cobrar sueldos por debajo de la mesa y aparecer como pobres. Una real hipocresía, porque la solución no está en aparentar que uno gana poco en la función pública, sino en dejar de robarle a la gente los ahorros que hace para cuando se jubile.

Pero más hipócrita me resulta el comportamiento de algunos periodistas y medios que viven de la publicidad oficial, y denuncian los sobresueldos como una inmoralidad. A propósito, me pregunto: ¿habrá sobres con los fondos reservados para algunos periodistas? Aclaro que no estoy afirmando, sólo preguntando. Por otro lado, ¿qué diferencia hay entre un funcionario público que cobra un sueldo en un sobre de fondos reservados y un medio o periodista que también vive de la plata de los contribuyentes gracias a una publicidad oficial que no comunica nada relevante? ¿Acaso ese comportamiento hace de la Argentina un país en serio en el manejo de los fondos públicos?

Este escándalo por los sueldos con fondos reservados me confirma que en la Argentina robar a escondidas es un pecado, mientras que robar a la luz del día y a la vista de todo el mundo es un acto de solidaridad. ¿Por qué digo esto? Porque es infinitamente mucha más la plata que se redistribuye arbitrariamente mediante la ley de presupuesto que la que pudieron cobrar los funcionarios públicos durante 10 años de gobierno. Es como si estuviésemos denunciando a los ladrones de gallinas, mientras que los grandes despilfarros se hacen a la luz del día sin que nadie se inmute.

Pero antes de pasar a dar un par de ejemplos, quiero explicar en que consiste robar a la luz del día. Un Estado sujeto a la ley no puede hacer algo que si hicieran los particulares constituiría un delito. Por ejemplo, sería un delito si yo me paro con un grupo armado en la puerta de una fábrica y obligo a sus trabajadores a que me den todos los meses un porcentaje de sus ingresos para que, en forma compulsiva, yo le preste el servicio de salud. Pero también es un delito, si es que queremos tener un Estado sujeto a la ley, que yo logre convencer a los gobernantes para que saquen una ley que obligue a los trabajadores de esa fábrica a darme todos los meses un porcentaje de sus ingresos para que yo les preste el servicio de salud. Cuando el Estado usa el monopolio de la fuerza para sacarle compulsivamente a unos y darle a otros escudándose en una ley, no está haciendo otra cosa que un robo “legalizado”.

Ejemplos de estos sobran en el manejo de los fondos públicos, y por eso los argentinos somos máquinas de pagar impuestos. La cantidad de ñoquis que hay en las reparticiones públicas, en todos los niveles de gobierno, cobrando sueldos que no salen de otro lado que del bolsillo de los contribuyentes, es, quizás, más escandalosa que los sobresueldos de los 90. Sin embargo, sacarle compulsivamente la plata a la gente para financiar legiones de empleados públicos, que en muchos casos cobran para hacer política, es un acto transparente y legal. Nadie va preso, ni nadie se escandaliza porque se esquilma a los contribuyentes para financiar encubiertamente la actividad partidaria. Todavía recuerdo a un senador que nombró a uno o varios empleados en forma innecesaria en el Congreso argumentando que era un acto de caridad. Si quería hacer un acto de caridad, ¿por qué ese senador no metió la mano en el bolsillo y financió de su propio peculio a o a los empleados que nombró? No, prefirió seguir esquilmando a los contribuyentes y aparecer él como el tipo que tiene sensibilidad social. Claro, hacer “caridad” con la plata ajena es muy fácil.

Veamos el caso de los piqueteros. ¿A quién quieren convencer de que los miles de millones de pesos que se manejan en los planes Jefes y Jefas de Hogar son fondos destinados a financiar a los desocupados? Si los dirigentes piqueteros movilizan a la gente para imponer por la fuerza sus ideas políticas. Son movimientos políticos disfrazados de movimientos sociales financiados con la plata de los contribuyentes. Pero, claro, como hay una ley y el Congreso vota que a la gente se le quite compulsivamente la plata para repartirla entre los dirigentes piqueteros, eso es legal.

Y podría seguir con ejemplos como los subsidios, la protección arancelaria, las reservas de mercado, etcétera. Los sobres de la década del 90 son chauchas en comparación a las redistribuciones compulsivas de ingresos que hace el Estado, que le saca el fruto de su trabajo a la gente para dárselo a otros que no hicieron nada para merecer esos ingresos. Es tan escandaloso explotar a los contribuyentes y a los consumidores para beneficiar a unos pocos como pagar sobresueldos en negro. La diferencia está solamente en una cuestión de montos y de formas de hacerlo. Pero el fondo es el mismo. Se usa la plata del que paga impuestos para que el Estado la redistribuya a su antojo y con total arbitrariedad.

Seamos sinceros. La Argentina no viene en decadencia por los sobres de los 90, viene en decadencia porque cada vez son menos los que trabajan eficientemente y cada vez son más los que consiguen vivir a costa de los primeros, gracias a que el Estado roba “legalmente”. Y en un país donde la regla es vivir a costa del otro, invertir y producir se transforma en un mal negocio. El saqueador más eficiente es el que sale ganando. Eso sí, si continuamos con estas reglas de juego, un día los saqueadores van a descubrir que ya no queda nada para saquear. Tal vez ese día los argentinos nos demos cuenta de que es mejor empezar a cambiar las reglas de juego. © www.economiaparatodos.com.ar




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