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jueves 31 de marzo de 2005

¡Cómo nos aburríamos y sufríamos!

La vida moderna nos ofrece una gran cantidad de nuevos servicios y productos para consumir. Pero a veces es conveniente pensar cuántos de ellas son realmente imprescindibles. Sobre todo cuando se trata de los que consumen los jóvenes.

Los que hemos superado los 40 años realmente debemos ser personas que no nos hemos divertido nunca y que hemos sufrido infinidad de calamidades sin siquiera darnos cuenta.

¿Cómo alguien podía divertirse con sólo cuatro canales de televisión, encima en blanco y negro, y para colmo que terminaban su transmisión alrededor de la once de la noche?

¿Cómo hacíamos para divertirnos yendo a bailar a casa de nuestros amigos, poniendo nosotros los “discos” (me refiero a los de vinilo, no a los CD) y no nos dábamos cuenta de que nos estábamos perdiendo las “megadiscos” con música a todo lo que da y luces de diversos colores?

¿Cómo es posible que viajáramos por horas apiñados (no existían las vans ni las camionetas 4×4) en un vehículo que no tenía aire acondicionado, DVD e incluso ni radio? No entiendo cómo pude sobrevivir a semejante tortura.

¿Cómo no desfallecí en el intento de ubicar un teléfono público (que por ese entonces eran bastante más escasos) para avisar a mis padres algo que realmente era importante? ¿Cómo pude vivir sin celulares con mensajes de texto?

¿Cómo no morí de hambre por no poder comer pochoclo en el cine?

¿Cómo perdí miles de horas de mi valioso tiempo sin poder escuchar música en un discman mientras viajaba hacia o desde la escuela, teniendo que escuchar la estúpida conversación de mis compañeros?

¿Cómo me perdí la mitad de la adolescencia acostándome a una hora razonable en lugar de ir a bailar a partir de las dos de la mañana?

¿Cómo no tuve una depresión aguda juvenil por no poder disfrutar del Nintendo, el Gameboy y el chateo? ¿Cómo me conformaba con jugar a las cartas, a la pelota o juntarme a charlar con mis amigos en vez de hacerlo a través de la pantalla?

¿Me habrá salido alguna hernia por tener que levantarme a cambiar de canal en vez de utilizar el control remoto?

¿Cómo no tuve un ataque de aburrimiento que me llevara a la deserción escolar al ver que los libros de texto eran solo en blanco y negro y, para peor, traían solo letras y ningún dibujo? ¿Cómo logré aprobar trabajos sin tener necesidad de bajarlos de Internet del “Rincón del Vago”?

No entiendo cómo no terminé con la columna torcida por llevar mi valija de colegio sin rueditas. Y para colmo llevaba y traía todos los días todos los libros.

¿Cómo no reparaba en la tortura que significaba tener que presentar mis trabajos escolares escritos a mano, y que además de semejante tortura me exigieran que estuvieran prolijos y sin errores de ortografía?

¿Cómo no me di cuenta de que no podía ser feliz teniendo solo tres o cuatro bolitas (hoy canicas) para jugar, en vez de comprarlas por cientos para acumularlas?

¿Cómo no tenía ataques de asco al comprobar que en el quiosco de la escuela sólo vendían cosas que alimentaban? ¿Cómo no me daba cuenta de lo divertido que es comprar cosas que parecen mocos, vómitos o monstruos?

¿Cómo hacía para sacar fotos si no llevaba continuamente la máquina incorporada en algún otro aparato?

¿Cómo no se me destrozaron los meniscos, a pesar de haber caminado o corrido cientos de kilómetros, por no utilizar zapatillas con aire?

¿Qué tipo de autoflagelación me inflingí andando en bicicleta en los veranos, habiendo magníficos scooters, ciclomotores y cuatriciclones?

Realmente no entiendo cómo llegué a esta edad. ¿Cómo hice para soportar semejantes torturas y aburrimientos? Sin embargo, aquí estoy, aún aprendiendo a vivir y con la ilusión de hacerlo.

Pensemos en cuántas de las cosas que consideramos imprescindibles, son siquiera útiles o necesarias. Y no metamos a nuestros hijos en una sociedad de consumo donde la “frustración” es no tener el último modelo de celular. © www.economiaparatodos.com.ar



Federico Johansen es docente, director general del Colegio Los Robles Pilar y profesor de Política Educativa en la Escuela de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la UCA (Universidad Católica Argentina).




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