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lunes 15 de octubre de 2007

De Gelbard al Rodrigazo, de Kirchner al …

La maraña de controles y medidas represivas que se establecieron durante los primeros años de la década de 1970 desembocaron en una violenta recomposición de precios relativos que produjo un estallido económico y social. ¿Vamos por el mismo camino?

A mediados de 1973, José Ber Gelbard, ministro de Hacienda y Finanzas de Héctor Cámpora (continuaría en el cargo con Juan Domingo Perón), logró que se firmara un “pacto social” entre la CGT, la CGE (equivalente a la actual UIA) y el gobierno. El objetivo era tratar de contener la inflación a través de mecanismos represivos, es decir, utilizando el monopolio de la fuerza del Estado para imponer el criterio de los burócratas de aquellos años.

¿Qué establecía ese pacto social? Infinidad de controles y regulaciones, junto con una suba salarial de monto fijo que era equivalente a un aumento del 13% de los sueldos promedio. Además, se incrementaban las asignaciones familiares, las jubilaciones y las tarifas de los servicios públicos.

Como los incrementos salariales no podían ser trasladados a los precios, el gobierno estableció una línea de créditos para que las empresas pudieran afrontar los mayores costos. Este simple dato refleja el grado de delirio económico que imperaba en ese momento. En efecto, se veía como una solución endeudar a las compañías para hacer frente al aumento de los costos de producción. Dicho en otras palabras, pretendían solucionar un problema de flujos negativos con más endeudamiento. O, si se prefiere, en vez de financiar los mayores gastos corrientes con más ingresos corrientes, la genialidad de los gobernantes pasó por financiarlos con un incremento del stock de deuda de las empresas privadas.

Por otro lado, se intentó dejar congelados los precios por dos años, se revisaron los aumentos ocurridos durante 1973, antes del pacto, y, en algunos casos, se obligó a las empresas a rebajarlos. También se estableció que no se podían lanzar nuevos productos al mercado sin la autorización del Estado. Los delirios regulatorios llegaron al extremo de obligar a los comerciantes minoristas a tener stock de los bienes con precios congelados y, en caso de no contar con stock, estaban obligados a venderle al consumidor el producto de mayor calidad al precio regulado.

La maraña de controles y las medidas represivas eran realmente amplias. Como dato final vale la pena recordar que las tasas de interés estaban reguladas y el tipo de cambio era fijo y múltiple.

En definitiva, la “inflación cero” de Gelbard no estuvo basada en reformas estructurales, sino que se limitó a redistribuir ingresos a favor del sector asalariado y en reprimir todo incremento de precios surgidos de la emisión monetaria, mediante la fuerza pública y la delación.

¿Quién podía dudar de que semejante desvarío intervencionista fuera terminar mal? Sólo era una cuestión de tiempo que llegara la crisis. Y así ocurrió. Alfredo Gómez Morales, el sucesor de Gelbard, intentó flexibilizar algo las variables y recomponer la estructura de precios relativos, pero duró poco en el cargo de ministro. Lo sucedió Celestino Rodrigo, quien a mediados de 1975 hizo una recomposición de precios relativos que produjo un estallido económico y social.

Toda esta historia viene a cuento porque hoy vemos que el gobierno del presidente Néstor Kirchner ha generado una fenomenal distorsión de precios relativos, utiliza mecanismos cada vez más represivos para esconder la inflación y convoca a las empresas y a los sectores productivos a firmar acuerdos para mantener los precios. Al mismo tiempo, como sabe que el futuro de todo esto es complicado, ya está hablando de firmar un “pacto social” si Cristina Kirchner gana las elecciones.

Si bien la historia no se repite en forma exacta, cuando uno comete ciertos tipos de errores, no puede esperar que el resultado sea diferente. ¿Qué quiero decir con esto? Que el sistema de precios basado en el “acá mando yo” siempre termina mal y, desafortunadamente, el espíritu prepotente y soberbio de la actual administración también se basa en un “acá mando yo” al que se le suma la mala educación. Actitudes que, por cierto, algunos sectores empresariales parecen aceptar sin chistar. O, lo que es peor, apoyan sumisamente en público la distorsión de precios, asustados ante las amenazas y guaranguerías de algún funcionario que se considera un ser superior al resto de la sociedad. ¿Acaso Adolf Hitler no se creyó superior al resto de los mortales y llevó a Alemania y al mundo a un desastre? Los supuestos genios no son más que personajes mediocres que esconden su ignorancia detrás de la prepotencia y la ordinariez.

No existen demasiadas diferencias entre lo que hizo Gelbard cuando pavimentó el camino hacia el Rodrigazo y lo que actualmente se hace: tarifas de servicios públicos congeladas desde hace años; limitaciones a las exportaciones de carnes y lácteos; descomunal subsidio al transporte público de pasajeros y de carga; compensaciones a los productores de papa; peleas con el tomate; acuerdos de precios con sectores de la construcción, los alimentos, las bebidas y los supermercados, entre otros; piquetes a petroleras; amenazas de enjuiciar a directores de empresas.

Si aceptamos que el mismo error provoca siempre igual resultado, vale la pena recordar que ya cuando Gómez Morales asumió como ministro de Economía distintos sectores industriales reclamaban un aumento del tipo de cambio nominal para corregir el atraso del tipo de cambio real. En la actualidad se escuchan pedidos del mismo tipo, porque muchos sectores productivos que aplauden y apoyan públicamente al Gobierno saben que el incremento de precios internos no tiene nada que ver con lo que informa el INDEC y que, si se toman los precios mayoristas, el tipo de cambio real se ha licuado totalmente.

Cuando Celestino Rodrigo trató de corregir los precios relativos, el precio del combustible aumentó más de un 100%. Hoy, tenemos el mismo precio del combustible que en 2002, aunque el valor del barril del petróleo más que duplica los 30 dólares que costaba 5 años atrás. ¿Pura coincidencia?

Todos sabemos que en el mediano plazo habrá problemas serios. El mismo gobierno kirchnerista lo sabe cuando preanuncia un “pacto social” como el que puso en práctica Gelbard. Puede ser que, si Cristina Fernández de Kirchner gana las elecciones, ese “pacto social” se lleve a cabo y dure un tiempo. Gelbard tuvo que modificarlo antes del año de vigencia porque las variables se le habían desbordado. El problema es que, ahora, se pretende hacer un “pacto social” al estilo Gelbard, pero partiendo de las distorsiones que recibió Rodrigo. Todo un desafío que equivale a tratar de derogar la ley de gravedad. © www.economiaparatodos.com.ar

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