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lunes 8 de octubre de 2007

Debate inflacionario: el tema lo resolverá la gente

Más allá de las opiniones de economistas y políticos, es la sociedad argentina la que determinará con su comportamiento diario en el mercado el límite del aumento de precios que está dispuesta a soportar.

A juzgar por las palabras de algunos funcionarios públicos y de ciertos personajes que dicen llamarse empresarios, pero que –en verdad– no son más que simples gestores que buscan rentas acercándose al gobierno de turno para obtener algún privilegio, por estos días la Argentina está plagada de “minorías desestabilizadoras” que sostienen que tenemos inflación. No me refiero a los políticos o los economistas, sino a los argentinos que van al supermercado o a comprarles alguna ropa a sus hijos y vuelven espantados por los aumentos. No tiene esto nada que ver con que los economistas afirmemos que hay inflación y que los números del INDEC no reflejan la realidad. Es la gente común la que se indigna cuando le dicen que los precios no están subiendo, porque saben que les están mintiendo descaradamente.

De todas maneras, dado que los datos del INDEC han caído en un descrédito total, ya resulta intrascendente ponerse a debatir si los precios al consumidor están subiendo al 8% anual que dice el Gobierno o al 20% que estimamos algunos economistas. El tema, mal que le pese a la administración kirchnerista, lo va a resolver la gente. Si quienes decimos que la inflación es el doble de lo que informa el INDEC estamos equivocados, la sociedad no nos escuchará y seguirá tranquilamente guardando sus pesos segura de que no se depreciarán con el paso del tiempo. Si, por el contrario, la gente descree de la información oficial, comenzará a deshacerse cada vez más rápido de los pesos que tiene, anticipando compras para preservar su poder adquisitivo y evitar pagar el impuesto inflacionario, o bien comprando dólares o euros para proteger sus ahorros.

¿Por qué los argentinos saldrían a desprenderse de sus pesos en forma acelerada si no percibieran aumentos constantes y generalizados de precios? ¿Quién puede creer que los economistas tenemos tanto poder como para cambiar las expectativas de los agentes económicos? Si esto último fuera cierto, todos los economistas seríamos multimillonarios porque manipularíamos a la sociedad de manera tal de mover los precios relativos en nuestro favor. Por ejemplo, si los economistas tuviésemos tanto poder sobre la población, podríamos comprar dólares y luego asustar a la gente para que salga a comprar divisas norteamericanas. El resultado sería que nosotros habríamos comprado dólares baratos y luego podríamos venderlos caros. Así, sólo con nuestro poder de cambiar las expectativas, podríamos hacer fortunas. La realidad es, en cambio, muy diferente. Los economistas no controlamos las expectativas de los agentes económicos, ellos las van formando de acuerdo a lo que perciben diariamente en sus decisiones microeconómicas.

Lo que ocurre actualmente es que el Gobierno necesita cómplices para que defiendan su posición. El problema que tiene es que no son tantos los economistas que están dispuestos a rifar su prestigio aceptando formular afirmaciones disparatadas para engañar a la gente.

El viernes, por ejemplo, veía por televisión a un economista defensor de esta política económica que era muy cuidadoso al contestar sobre la inflación: se notaba que no quería hacer el ridículo defendiendo la indefendible. ¡Hasta los economistas partidarios de este modelo tienen vergüenza de decir que la inflación es la que dice el Gobierno!

La actual política económica está basada en un tipo de cambio alto sostenido con emisión monetaria, la cual condujo a tasas crecientes de inflación. A su vez, los mayores precios generados por la expansión monetaria se tradujeron en ingresos tributarios nominalmente más altos. Lo que está haciendo el Gobierno es cobrar impuestos sobre el impuesto inflacionario. Sin embargo, esa estrategia tiene un límite al que ya se ha llegado. Ese límite es la tasa del impuesto inflacionario que está dispuesta a pagar la gente sin mostrar su disconformidad.

Si uno repasa lo sucedido en los últimos cuatro años, podrá advertir que el Gobierno sistemáticamente se pelea con los hechos y, como un chico inmaduro, busca culpables para no hacerse cargo de sus propios actos. En su momento, denunció a los productores ganaderos por la suba del precio de la carne y los acusó de querer lucrar con el hambre del pueblo argentino. Cuando las tasas de interés subieron por las inconsistencias de la política económica, culpó a los banqueros de estar especulando y mandó a investigar por qué vendían bonos y quiénes los habían asesorado. Cuando subió el precio de los lácteos, les puso retenciones. Ahora que todos los precios suben al mismo tiempo y fuertemente, a pesar de la política represiva que utiliza el secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, los responsables son los economistas y los políticos que quieren desestabilizar a la gestión del presidente Néstor Kirchner.

Este Gobierno no tiene solamente un problema de consistencia en la política económica. Tiene un problema de, digamos, equilibrio emocional porque ve enemigos por todos lados.

Por otra parte, en poco tiempo más, probablemente asistiremos a un hecho paradójico. Si el 28 de octubre el oficialismo gana las elecciones, una parte de la población le estará brindando su apoyo en las urnas. Pero esa misma gente le quitará el apoyo con su bolsillo cuando se profundice la huída del dinero. Digamos que vamos a tener dos votaciones. Una, la que se realiza periódicamente para renovar autoridades. Y otra que se hace todos los días comprando y vendiendo, ahorrando o desahorrando, invirtiendo o desinvirtiendo, demandando pesos o huyendo de ellos.

Cuando el Gobierno se pone nervioso porque aumenta la inflación y trata de convencernos de que ésta no existe, lo que está haciendo es repudiar la elección de la inmensa mayoría de la gente que vota en contra de la moneda que emite el Banco Central. Con su rechazo a los pesos, los argentinos están diciendo que no creen en la calidad de los billetes que están fabricando, que no quieren pagar el impuesto inflacionario y que el poder de compra de los billetes se derrite día a día.

A juzgar por lo que hemos visto desde 1983 hasta la fecha, ganar una elección es infinitamente más fácil que mantener contenta por largo tiempo a la población con las políticas públicas que se aplican.

Lo que el Gobierno debe pensar es que superar el 28 de octubre es lo menos complicado. Lo más difícil va a ser dominar el país luego de las elecciones. Porque, insisto, luego del 28 la gente seguirá votando día a día en el mercado. © www.economiaparatodos.com.ar

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