Derrota electoral y democracia en la Argentina kirchnerista
En algunas ocasiones el discurso de los políticos los desnuda de cuerpo entero. Esto no siempre suele ocurrir, dada las dotes imaginativas y oratorias de quienes hablan, más interesados en tratar de convencer a su auditorio que en decir la verdad.
En algunas ocasiones el discurso de los políticos los desnuda de cuerpo entero. Esto no siempre suele ocurrir, dada las dotes imaginativas y oratorias de quienes hablan, más interesados en tratar de convencer a su auditorio que en decir la verdad. Pero hay ocasiones en que todo es posible, de modo de poder descifrar en profundidad a algunos de los protagonistas de las luchas partidistas. Y las derrotas políticas, especialmente las derrotas electorales, pueden ser algunas de estas ocasiones.
No se piense que los dirigentes políticos son propensos a reconocer sus fracasos, más bien todo lo contrario. Intentan justificar todo lo ocurrido y cualquier elemento, por más anecdótico que sea, es capaz de transformar una mala noticia en otra excelente. Sin embargo, los argumentos esgrimidos para enmascarar la realidad, o para justificar lo injustificable, sirven, convenientemente analizados, para poner a cada cual en su contexto y, sobre todo, para conocer mejor la forma en que suelen analizar la realidad en la que teóricamente interactúan.
Sus palabras reflejan claramente el desdén que manifiesta hacia la democracia y hacia todos aquellos políticos que no comulgan ni con su “proyecto nacional” ni con su relato.
En algunas de sus intervenciones, a la semana siguiente de las PASO (elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias), de cara a las legislativas de octubre próximo, Cristina Fernández mostró sin ambages de ningún tipo su desprecio por la democracia y sus instituciones. En el discurso de los actuales dirigentes populistas latinoamericanos la democracia vale en tanto se ganen las elecciones, en el momento en que se pierden las cosas cambian. La mejor prueba de ello es el tratamiento que dan a la oposición y a la natural vocación por ganar elecciones. Desde el poder esto suele leerse como una conducta golpista o “destituyente”.
Tras su derrota, la presidente Fernández descalificó a los dirigentes opositores que habían resultado triunfadores, a los que presentó como “suplentes” y no como los verdaderos dueños del circo. Para ella, los dirigentes de la oposición no representan intereses políticos legítimos sino que son meros testaferros de los dueños del poder. Por eso los verdaderos representantes de “los intereses” que impulsan a los opositores “al proyecto nacional… no van con nombres y apellidos” en las listas. En su lugar “tienen gerentes”.
Por eso pidió discutir con “los dueños de la pelota y no con los suplentes… Quiero discutir las cosas importantes con la UIA [Unión Industrial Argentina], los bancos, los sindicatos, los verdaderos actores económicos, y no con el banco de suplentes que ponen en la listas electorales”. “Esto no es un partido para suplentes, es para titulares de intereses y representaciones”. Ahora bien, frente a esa oposición de pacotilla, manipulada como una marioneta por las oligarquías dominantes, se erige su figura impoluta y representativa: “Yo no soy suplente de nadie, soy la presidenta de los 40 millones de Argentinos”.
Sus palabras reflejan claramente el desdén que manifiesta hacia la democracia y hacia todos aquellos políticos que no comulgan ni con su “proyecto nacional” ni con su relato. Y lo más preocupante, su profundo desprecio por los millones de sus conciudadanos que le dieron la espalda para apoyar otras opciones políticas. A esto habría que sumar su falta de memoria, ya que quien se erige como presidente de 40 millones de argentinos pudo ocupar su puesto tras haber sido digitada como candidata por el largo dedo del gran elector que era su marido. Ni ganó unas primarias ni concurrió a la elección presidencial en igualdad de condiciones que sus rivales. Contó con todo el apoyo del aparato del estado movilizado en su favor por el entonces presidente que, no casualmente, llevaba su apellido.
Su forma equilibrada de ver las cosas también se manifestó en las acusaciones a la prensa “oligárquica” por desinformar y ocultar la realidad. Su mejor argumento al respecto fue decir que “ganamos en la Antártida”, y pese a ello, los medios de comunicación “no lo han pasado en ninguna parte”. El detalle menor, que olvida la presidente Fernández, es que en las bases antárticas de Argentina hay censados 230 electores, la mayor parte militares. Por el contrario, en las primarias del pasado 11 de agosto votaron casi 30 millones y medio de argentinos. Frente a un comentario de esta naturaleza cualquier comentario sobra.
Si a estas declaraciones unimos el tono crispado que ha venido utilizando Fernández desde la noche electoral la conclusión es evidente: el temor al síndrome del pato cojo no es una posibilidad sino un hecho. Tal cual señalaba en estas mismas páginas de Infolatam, ya ha comenzado el goteo de deserciones desde el campo kirchnerista hacia los terrenos aparentemente con más futuro de Sergio Massa. El peronismo siempre ha vivido, en la medida de lo posible, a la sombra del poder. Por eso, cuando la opción de su pérdida se convierte en evidencia, la mejor alternativa es abandonar el barco antes que se hunda. Como bien dice el refrán popular “soldado que huye sirve para otra guerra”.
Fuente: www.infolatam.com