En el primer trimestre de 2004, la tasa de inflación mensual anualizada estaba en el orden del 2,5%. En junio de 2004, los precios al consumidor registraron un aumento del 4,94% en relación a junio de 2003. En marzo de este año y con relación al mismo mes del año pasado, el Índice de Precios al Consumidor (IPC) aumentó el 9,15%. En junio último, contra junio de 2004, el IPC subió el 8,98%. Es evidente que la tasa de inflación viene teniendo escalones cada vez más altos, al punto de que hoy tenemos una tasa de inflación anual (siempre según los precios al consumidor) que es casi 4 veces mayor a la tasa de inflación de principios de 2004.
La primera cuestión que debe quedar en claro es que estos incrementos en la tasa de inflación se dan a pesar de que las tarifas de los servicios públicos no se han ajustado y de los precios “administrados” que viene aplicando el Gobierno sobre determinados productos (“administración” de precios que va extendiéndose cada vez más).
El segundo punto que es importante resaltar es que no estamos en presencia de un problema estacional como, en algún momento, pretendió argumentarse desde el Gobierno. El persistente aumento de los precios no es culpa del asado de tira, de los pollos o ahora de los lácteos. El problema es mucho más profundo y con estos “acuerdos” o “administración” de precios el Gobierno está limitándose a actuar sobre los efectos de la inflación.
¿Cuál es ese problema más profundo? Que a pesar del discurso del Gobierno a favor de los más pobres, está quedando en evidencia el costo de la política de redistribución regresiva del ingreso iniciada por Duhalde y seguida por Kirchner, a pesar de que éste sostenga que le dejaron un país incendiado y sin ningún problema resuelto (¿qué problema habrá resuelto Kirchner como para diferenciarse de su antecesor?).
La política regresiva consiste en cobrarle el impuesto inflacionario a los sectores de ingresos fijos para sostener un tipo de cambio lo suficientemente alto como para que unos pocos sectores se apropien de una fenomenal renta artificial generada por el Estado. Si uno observa el comportamiento de algunos grupos empresariales beneficiados por este modelo productivo, verá que exportan buena parte de su producción, tienen insumos internos baratos (energía), salarios en dólares que son una risa y la renta extraordinaria que logran la invierten en el exterior, contradiciendo los supuestos del gobierno de que con esas “rentas” van a invertir fuerte en el país creando nuevos puestos de trabajo. Otros grupos directamente se apropian de la renta que les transfiere el Gobierno vía el impuesto inflacionario y acumulan reservas para cuando se acabe la era del dólar alto. Por otro lado, ¿para qué invertir si no tengo en la nuca el aliento de mis competidores? Además, ¿quién va a invertir en serio en la Argentina si se sabe que la actual distorsión de precios relativos no es para siempre, con lo cual, una decisión de inversión hoy, bajo estas estructura de precios, es un pésimo negocio a futuro?
A lo que estamos asistiendo me hace acordar a las fiestas de cumpleaños de los chicos en las que todos se abalanzan sobre los caramelos cuando se rompe la piñata. Los más rápidos se llenan los bolsillos de caramelos y los lentos, si tienen suerte, pueden llegar a manotear alguno. Digamos que, además, en esta piñata que es la política económica argentina, el que pinchó el globo tuvo el cuidado de pincharlo sin avisarles a todos. Solo unos pocos privilegiados supieron de antemano (o impulsaron) que se pinchara la piñata mientras el resto estaba distraído. Así que hoy tienen los mejores lugares al momento de recoger los caramelos.
Sin embargo, algunos de los perjudicados empiezan a sentirse estafados. La gente que vive de un ingreso fijo ve con angustia cómo cada vez puede poner menos cosas en el changuito cuando va al supermercado. ¿Por qué puede poner menos cosas en el changuito si sigue deslomándose como siempre en el trabajo y tuvo algunos aumentos de salario por decreto? Porque el Gobierno le está aumentando todos los meses la alícuota del impuesto inflacionario para sostener el tipo de cambio en el nivel que le permite a unos pocos privilegiados apropiarse de una renta que, difícilmente, tendría en condiciones de libre competencia. Mientras tanto, el Gobierno tira algunas bombas de humo para distraer a la gente haciéndole creer que la culpa de la inflación la tienen los que venden lácteos, carne, pollos y agua mineral. Para sostener la renta de los privilegiados y que la gente no se rebele, ahora pretenden transferirles el costo del impuesto inflacionario a los fabricantes de ciertos productos de consumo masivo, los que deberían empezar a pagar parte del impuesto inflacionario para sostener el tipo de cambio alto.
Pero hay algo que es obvio: en algún momento los caramelos de la piñata se van a acabar y como no va a haber más piñatas para pinchar porque nadie está invirtiendo en nuevas piñatas, los sectores de ingresos fijos no van a poder llevarse ni siquiera el miserable caramelo que habían manoteado. En ese momento, las exigencias por mejoras en los ingresos reales van a ser tan fuertes que la situación tenderá a complicarse seriamente.
En síntesis, la pregunta que debería formularse Kirchner es la siguiente: ¿cuál es la tasa de inflación máxima que está dispuesta a tolerar la población sin que yo caiga en desgracia? Si logra acertar con el numerito mágico, podrá saber hasta dónde puede mantenerse su modelo “productivo” sin que tenga que subirse a un helicóptero. © www.economiaparatodos.com.ar |