– Mucho se ha hablado acerca de que las manifestaciones populares de diciembre de 2001 en realidad fueron un golpe de estado contra De la Rúa. ¿Usted sabía que se podía venir eso? ¿Quiénes lo propiciaron?
– Yo nunca pensé que Alfonsín, Duhalde y la dirigencia bonaerense organizarían, como organizaron, todos los saqueos y que sacarían a la gente a la Plaza de Mayo. El problema político fundamental de ese momento estaba en La Plata, dado que desde el 10 de diciembre se había empezado a reunir la Legislatura porque tenía que sancionar normas que redujeran el gasto público. A partir de ese momento, los empleados públicos y la gente se reunían frente a la Legislatura y la Casa de Gobierno de la provincia de Buenos Aires para reclamar. Hasta entonces no había habido problema porque Duhalde y Ruckauf tenían la excusa de que no habían podido empezar a discutir las leyes destinadas a reducir el gasto provincial porque no tenían mayoría en las cámaras provinciales. A mí, sinceramente, no se me ocurrió que para sacarse esa presión no iban a encontrar mejor cosa que movilizar a la gente a la Plaza de Mayo y organizar saqueos a supermercados. Ahora, en Capital Federal, obviamente, había cierta irritación popular por el tema del corralito, que le había causado muchas molestias a la gente. Y eso, unido a estas marchas organizadas, dio lugar al cacerolazo del 19 de diciembre. Yo nunca pensé que la dirigencia argentina utilizaría esos métodos para actuar o remover a un gobierno. Porque se había mantenido un diálogo permanente con ellos -con Duhalde, Alfonsín y todos los gobernadores- y se les había explicado que debíamos adoptar medidas duras que tenían un gran costo político y social, pero que lo hacíamos para evitar otras medidas que serían mucho peores, como una fuerte devaluación acompañada de pesificación. Eso yo mismo se los expliqué. Pero en lugar de esas medidas costosas desde todo sentido -pero transparentes y que se las podíamos explicar a la gente- se usó el expediente de pegarle un hachazo a salarios, jubilaciones y al gasto público por vía de la devaluación y el aumento de todos los precios de los bienes transables. Eso fue un ajuste salvaje que perjudicó a todo el mundo.
– ¿La clase política estaba a favor de una devaluación?
– Los principales dirigentes, incluidos Duhalde, Alfonsín, Kirchner, Rodríguez Saá, De la Sota, todos decían que no querían la devaluación. Los gobernadores, en general, también desaprobaban la devaluación y cualquier abandono de la convertibilidad. Y de hecho, Kirchner no estuvo de acuerdo para nada con las medidas que tomó Duhalde. En realidad, ningún gobernador lo estuvo. Ahora, ¿por qué Duhalde y Alfonsín encontraron de pronto que la devaluación era la solución y a partir de ahí la tomaron como símbolo del nuevo modelo en contraposición al de los 90? Ahí puedo decir que se conjugaron dos cosas. Por un lado, la influencia de los De Mendiguren y compañía, a los que yo llamo “devaluomaníacos”, que obviamente se iban a beneficiar con la devaluación y pesificación y entonces hicieron lobby y convencieron a los políticos de que eso eran bueno para el país. Además, lamentablemente, Eduardo Amadeo iba y venía de Estados Unidos y estaba en contacto con Alan Meltzer, que es un economista muy conservador que, en realidad, lo que había sugerido era que se necesitaba una reestructuración de la deuda pública. Esa postura era bastante lógica y razonable, pero en ese momento yo había lanzado la reestructuración de la deuda interna y este hombre estaba disconforme porque temía que yo no le hubiera impuesto suficiente quita y reducción en el capital a los tenedores de bonos y a los acreedores argentinos, incluidos las AFJPs y los ahorristas. Meltzer sostenía que yo había sido demasiado generoso con ellos. Entonces, empezó a apoyar la idea de que, además del default sobre la deuda externa para inducir un canje y provocar una fuerte quita, había que provocar automáticamente una quita de la deuda interna. Y esa prédica que hizo de manera sutil terminó de convencer a los dirigentes de que en realidad el Fondo Monetario Internacional (FMI) veía con simpatía lo que ellos iban a hacer. Anne Krueger no coincidía totalmente con Meltzer, pero ya había decidido que en el caso de Argentina se percibiera, tanto dentro del país como en el exterior, el tremendo costo que significaba haberse excedido en el gasto público. Como ella quería promover su idea de una ley de convocatoria de acreedores para los países, que llevaría dos años para ser negociada a escala global, dijo: “bueno, que la Argentina se vaya a la bancarrota y así va a crear el clima para que podamos avanzar en la sanción de ese registro”. Así que todo eso confluyó en que se promoviera ese “cambio de modelo”, como ellos lo llamaron, cuando resulta que, en realidad, lo que estaban recibiendo era una especie de luz verde para llevar a cabo una devaluación que se basaba en intereses propios y mezquinos.
– Yo no sé si efectivamente el FMI estaba presionando para devaluar o no, pero sí sé que varios grupos empresarios argentinos venía desde hacía rato presionando en esa dirección con el argumento de que los salarios que tenían en dólares eran altísimos y por eso no podían competir en el exterior, como si los sueldos fueran el único costo de producción.
– Ahí tiene esa actitud de los empresarios que yo llamo “devaluomaníacos”. Eran los que estaban detrás de Ignacio De Mendiguren. Y era la misma postura de los políticos cómodos. Claro, porque en una república democrática como la Argentina, si uno se excede con el gasto público tiene que ir al Congreso y discutir una disminución del gasto publico nominal, tal como hicimos en agosto de 2000 nosotros. Sin ninguna duda, es una medida dura, pero sincera, transparente, hecha dentro de los cánones de la democracia y el sistema republicano. Lo mismo rige para los empresarios: si se han excedido con los sueldos, tiene que reunirse con los sindicatos y renegociar nuevas condiciones. Ahora, en vez de hacer eso, los empresarios prefirieron aumentar los precios y los políticos, echarles la culpa a los dirigentes anteriores. Así todos permitieron un aumento inusitado de todos los precios a través de una fuerte devaluación, como la que se produjo en enero de 2002 y que permitió, en realidad, bajar los sueldos mucho más de lo que se hubieran bajado con el 13% propuesto por nosotros. Además, produjeron un ajuste fiscal mucho más severo y socialmente más costoso e inequitativo, pero políticamente más cómodo, porque pueden echarle la culpa a otros y no tienen que discutir en el Congreso. Son sólo actos políticos y no medidas.
– Recuerdo cuando Ricardo López Murphy anunció una baja en el gasto público y al otro día un diario tituló: “el ajuste pasa por la educación”. Eso no era verdad, fue mentiroso. Cuando, luego, usted asumió, no siguió en la misma línea…
– No lo publicité mucho. Yo lo que hice fue anunciar un ajuste fiscal, a través del impuesto al cheque. A nosotros, ese mismo impuesto en el 91 nos había servido mucho para producir un ajuste fiscal, pero lo eliminamos al año. Mi idea esa vez no era eliminarlo al año, pero sí tomarlo a cuenta de IVA y Ganancias como mecanismo de recaudación más eficaz y automático, sin que encareciera los costos. Con lo cual la recaudación sólo iba a aumentar en la medida en que se redujera la evasión de los impuestos. Viendo lo que ocurrió después, hubiera sido mejor no ponerlo, ya que ahora lo utilizan como un mecanismo salvaje de recaudación que crea un montón de ineficiencias y alienta la evasión impositiva, porque lleva al uso de efectivo y al trabajo en negro. Es un mal impuesto. Pero volviendo al tema del ajuste fiscal. Es cierto que en vez de los 2.000 millones de ajuste, como había propuesto López Murphy, yo lo reduje a 1.000. Pero en agosto, con la Ley de Déficit Cero y la reducción que hicimos e íbamos a hacer en las provincias, estábamos produciendo un ajuste adicional del gasto del 3.000 millones al año.
– En economía, una vez que las expectativas empiezan a jugar en contra, no es lo mismo tomar una medida más tarde, ya que antes podría haber tenido otro efecto.
– Pero las expectativas empezaron a jugar en contra antes de que asumiera López Murphy y mucho antes de que asumiera yo. En realidad, lo que ni él, ni yo, ni nadie advirtió lo suficientemente temprano y Alan Meltzer sí nos lo dijo es que era imprescindible producir una reducción en el costo de la deuda pública. O sea, estábamos pagando entre las provincias y la Nación 14.000 millones de dólares, de los que 4.000 millones eran sobre una deuda relativamente pequeña que las provincias tenían con el sistema financiero argentino. Para mí ese fue el gran desajuste y el gran motor de la crisis argentina. Pero aun sin estos intereses provinciales, quedaban 10.000 millones todavía. Nosotros esos 14. 000 millones los teníamos que bajar a 7.000 y de ahí producíamos para el conjunto de las provincias y la nación una reducción de 7.000 millones de dólares de gastos anuales. Eso es lo que a partir del 1 de noviembre de 2001 yo anuncié y pusimos en marcha, pero ya habíamos perdido un tiempo precioso, cuando podíamos haberlo lanzado en abril. Lo que a mí me llevó a demorar una reestructuración ordenada de la deuda fue que cuando pedí los superpoderes lo que pedíamos era utilizar el impuesto al cheque como garantía para pagar. Entonces, contra esa garantía, íbamos a pedir la reducción de los intereses a la mitad. Y ahí se opusieron Elisa Carrió y Alfonsín diciendo que era traición a la Patria usar impuestos como garantía al pago de la deuda, cuando resulta que las provincias ya habían dado la coparticipación como garantía y se habían comprometido a pagar intereses altísimos. Nuestra idea era ofrecer garantía pero bajando a la mitad los intereses. Lamentablemente, cuando lo lanzamos, ya era demasiado tarde.
– Con respecto al corralito, si en vez de establecerlo se le hubiera dicho a cada banco que negociara con su acreedor (que es el depositante) y que, en caso de que éste no estuviera de acuerdo en renovar los plazos, que los accionistas pousieran plata o se liquidara los activos, ¿el costo tal vez, no hubiera sido menor para la sociedad?
– Igual no es lo mismo el corralito que lo que se hizo después.
– Totalmente de acuerdo, otra cosa distinta fue la devaluación y el corralón…
– En realidad, eran cuatro las entidades financieras las que estaban con mayores problemas y en las que se habían concentrado las corridas: el Banco Provincia de Buenos Aires, el Banco Nación, el Banco Provincia de Córdoba y el Banco de Galicia. En este último caso, la entidad había estado sujeta a una serie de ataques feroces que le había hecho Elisa Carrió totalmente injustos. Es decir, que nosotros teníamos que haber dispuesto el artículo 35 bis de la Ley de Entidades financieras y haber dicho: “bueno, estos bancos suspenden sus actividades por 30 días y se disponen a hacer la reestructuración de sus propios depósitos”. Lo que sucedía es que, en primer lugar, estábamos hablando de más del 50% del sistema financiero argentino y, segundo, que el Provincia, el Nación y el de Córdoba eran bancos sobre los que el Estado tenía responsabilidad. Yo creo que el corralito fue lo correcto porque si no tendríamos que haber llegado a una suspensión de todo el sistema financiero. El corralito intentó promover una especie de bancarización forzada.
– Es decir, lo que trató fue de ganar tiempo.
– Claro. Sobre todo para poder terminar la reestructuración de la deuda. Porque el día que sacamos el corralito -cuando ya se habían ido muchísimos depósitos y no había liquidez en el sistema financiero para atender ni la salida de depósitos en pesos ni en dólares- habíamos completado la reestructuración de 55.000 millones de dólares o pesos en esa época de la deuda pública y nos quedaban sólo 45.000, que era lo que estaban a básicamente en el exterior. Nosotros teníamos preparado ya el canje de ese monto por títulos que iban a pagar intereses inferiores incluso a lo que les habíamos pagado a través del préstamo garantizado. Entonces, nos faltaba muy poquito para terminar una buena reestructuración de la deuda que hubiera significado una reducción del gasto público por menor pago de intereses de 7.000 millones al año. Y más 3.000 que venían de la Ley de Déficit cero del 13%, que era una medida anterior, estábamos hablando de 10.000 millones al año. Eso representaba más o menos el problema del déficit que habíamos traído del 99 y 2000. Yo creo que hubiéramos llegado si nos hubiera seguido apoyando el FMI y, por supuesto, si en el interín no se producía este golpe institucional que nos hicieron el 19 y 20 de diciembre.
– ¿La Argentina tiene un problema de mafias o de ideas?
– Yo creo que el problema es que hay una confusión de ideas a nivel de la dirigencia. Pero también, hay gente que defiende sus intereses sectoriales, incluso con métodos mafiosos. Yo diría que en materia de defensa de los intereses sectoriales utilizando cualquier método hay otros países peores que la Argentina. Sin embargo, en el tema de la confusión de ideas, debemos ser uno de los países en donde es más grave.
– ¿Y a qué se lo atribuye: a los medios de comunicación, a los economistas, a los políticos?
– No. Yo creo que la confusión de ideas tiene que ver con toda nuestra historia y también con el hecho de que somos un país que tiene abundantes recursos naturales. Otro país que goza de una tremenda confusión de ideas, como nosotros, es Venezuela. Por ejemplo, ¿cómo pueden hoy los venezolanos admitir tener un líder como Chávez que ha aumentado la pobreza con el precio del petróleo a 67 dólares el barril y que hace un desmanejo total de la economía y, además, está implementando un régimen virtualmente no democrático que trata de extender a todo el resto de Latinoamérica? Es fácil. Tienen tantos ingresos por petróleo que eso les permite financiar un sistema de clientelismo político muy grande y efectivo. Acá también ha ocurrido, y en demasiadas oportunidades, que la bonanza que viene de los precios internacionales favorables vinculados a las producciones intensivas de recursos naturales ha confundido a la dirigencia. Sin ir más lejos, hoy, en la Argentina todos atribuyen la recuperación y el 9% de crecimiento al nuevo modelo basado en el tipo de cambio real alto. Y yo estoy convencido de que hay dos razones para el 70% del crecimiento que hemos tenido en los últimos tres años. La primera es la inversión de los 90, sin la cual no se hubiera dado de ninguna manera este crecimiento. La segunda son los altos precios internacionales y el bajo costo del capital y la tasa de interés en el mundo. Es decir, viento a favor. Pero, claro, la dirigencia que está a cargo del gobierno cree que no. Que el crecimiento es mérito de su gestión, de este nuevo modelo del cual ellos hablan. A mí me parece que la confusión está, por ejemplo, en la mente de Kirchner, porque él era un hombre que había entendido bien las ventajas de la estabilidad, de la convertibilidad y de las reformas de los 90. De hecho, las había apoyado mucho y cuando Rodríguez Saá era presidente él era uno de los que no estaba de acuerdo con abandonar este sistema. Justamente esta fue una de las razones por las cuales no entró en el gabinete de Duhalde. Pero hoy Kirchner compró totalmente la interpretación de la realidad del duhaldismo a través de Lavagna y la está tratando de vender a la población cual si fuera la gran estrategia del crecimiento futuro. Eso es fruto de una gran y tremenda confusión que hay en la mente del presidente y que no tenía en la década de los 90.
– Él aprobaba las privatizaciones, apoyaba el sistema de los 90…
– Y criticaba mucho a los gobernadores que se endeudaban y en ese sentido acordaba conmigo y me apoyaba en tratar de ejercer toda la presión sobre la provincia de Buenos Aires y otras para que no siguieran aumentando el gasto público y no siguieran endeudándose. Yo creo que él sigue manteniendo su idea de que es importante un superávit fiscal, pero lo hace bajo otra confusión. ¿Cómo puede valorar un superávit fiscal como se da en este momento en base a los peores impuestos que uno pueda tener y que desalienta la inversión en los sectores verdaderamente productivos y promisorios para la República Argentina?. Tenemos impuestos que alientan a la economía en negro, como el que se imparte sobre el cheque, o impuestos al trabajo que desalientan el empleo en la economía formal. Además, por el lado del gasto están incumpliendo con leyes que esta misma Corte les va a obligar, más que la otra, a cumplir. Por ejemplo, con el tema de los jubilados, ellos han congelado las jubilaciones arriba de $350. Han aumentado la mínima, pero el que ganaba $500, por ejemplo, sigue ganando lo mismo que en 2001, no han tenido aumentos. Ahora, los precios se duplicaron para los alimentos y los medicamentos. Dicen que no hay movilidad porque la eliminaroonde la ley. Eso es mentira. La Ley de Solidaridad Previsional dispuso la única movilidad que es consistente con la disciplina fiscal en un régimen de reparto, que es la movilidad por el aumento de los recursos del sistema previsional. Estos recursos, desde el 2001 hasta acá, han aumentado casi 90%, quiere decir que si hubieran cumplido con la ley deberían haber ido disponiendo año por año aumentos de las jubilaciones.
– Es lo que en las empresas se llama “pasivo oculto”.
– Exactamente. Hay un enorme pasivo oculto, que la Corte Suprema ahora les está obligando a pagar.
– ¿Usted se enfrentó también con ese problema?
– Sí. Yo tuve que resolver el problema. Pero se había generado en la época de Alfonsín, que tampoco cumplía con las leyes jubilatorias. Entonces, los jubilados iban a la Justicia y salían un montón de sentencias. Alfonsín pidió que se suspendieran las ejecuciones de sentencias, por eso cuando llegué al Ministerio de Economía había una bola de nieve acumulada que resolvimos con los Bocones.
– ¿Qué opina de la actual política de tipo de cambio alto y retenciones a las exportaciones?
– A mí me sorprendió algo que dijo Lavagna en su discurso ante a la Unión Industrial. Los gobernadores De la Sota y de Obeid habían pedido la eliminación de las retenciones a las exportaciones y, al mismo tiempo, habían apoyado la política de tipo de cambio real alto. Pero Lavagna dijo: “las dos cosas son incompatibles”. Lo cual es cierto. Porque, en realidad, el instrumento que él está pensando para mantener alto el tipo de cambio que protege a los productores industriales en su competencia con el exterior son las retenciones a las exportaciones, que de ninguna manera se van a limitar a energía o petróleo, cereales y oleaginosas, nada más. Las van a ir extendiendo a todos los productos de exportación que encuentren buena demanda en el exterior y que al mismo tiempo tengan demanda interna. Porque, de esa manera, poniendo retenciones, van a tratar de mantener controlados los precios internos y evitar todo el impacto inflacionario del tipo de cambio real alto. Pero esto es peligrosísimo como estrategia de crecimiento para la Argentina. Porque, ¿qué significa todo esto? Que los incentivos para la inversión van a estar beneficiando a los sectores que compiten con las exportaciones y van a estar desalentando toda la inversión en los sectores de exportación. Mientras tanto, en la economía global el nuevo fenómeno es China -aunque India, en menor medida también- que es un oferente muy agresivo y eficiente de productos de la industria manufacturera, que son aquellos que aquí justamente se trata de proteger y sobre los que se alientan las inversiones. Al mismo tiempo, China es un gran demandante de los productos de exportación que nosotros tenemos. Entonces, en lugar de movernos para aprovechar la demanda china y reconocer su competitividad en ciertos sectores, nosotros estamos acomodando nuestra economía a contramano de los que hace China en el mundo y de la evolución de la economía mundial. Con lo cual, nos va a pasar como nos pasó después de la Segunda Guerra Mundial, cuando la economía mundial tuvo una gran expansión pero nosotros nos cerramos y entonces no aprovechamos eso.
– Lo que usted está diciendo es que habrá inversión pero de alta ineficiencia, ¿no es así?
– Exactamente. Innversión no competitiva.
– Y si algún día cambian los aires en el país y bajan los aranceles o el tipo de cambio real, ¿entonces esas inversiones van a desaparecer?
– Esos sectores en los que se ha invertido van a tener un problema de competitividad y no vamos a haber aprovechado todo el mercado mundial que había para el resto de los sectores desalentados por las retenciones. Pero, además, por el lado de la inversión hay otra cuestión. En realidad, todos los bienes de capital para la industria, para la agricultura y para los servicios tienen un gran componente de recursos importados, por lo que un tipo de cambio real alto significa costo elevado de los bienes de capital y esto baja el incentivo a la inversión en todos los sectores de la economía. Por ejemplo, en electricidad, cuando uno va a construir una central de ciclo combinado para generar electricidad, que es algo que habría que hacer cada un año para mantener el crecimiento de la demanda en electricidad, todo eso implica una inversión en dólares. Y, hoy por hoy, el costo en relación a lo que la gente puede pagar por el servicio eléctrico es muchísimo más elevado que antes y, por lo tanto, más difícil de financiar y mucho menos rentable. Esto lleva a que, obviamente no se haga demasiada inversión y por lo tanto se reduzca la capacidad de generación eléctrica.
– Usted piensa que este modelo de emitir moneda para comprar dólares lleva a una tasa de inflación creciente que es inconsistente en el largo plazo?
– Sí, pero, por el momento, como dijo Martín Redrado, como están pagando tasas de interés muy bajas y la cantidad de letras o títulos que tienen que colocar no es tan alta, todavía la cuestión del déficit cuasifiscal la tienen bajo control. Ahora, cuando suban las tasa de interés afuera y acá ya no hayan expectativas de que la moneda se va a apreciar, en ese momento las tasas de interés van a ser significativamente más altas y se va a generar un problema de déficit cuasifiscal y de liquidez que está contenida por la colocación de estos títulos a corto plazo, pero que ante un impulso inflacionario puede aparecer para financiar la inflación desbocada.
– Mi visión es que Kirchner trató de ocultar bajo un tipo de cambio nominalmente alto las ineficiencias de la economía fiscal. Si uno tiene un sistema laboral ineficiente, un gasto público ineficiente y un sistema tributario caótico, lo esconde bajo un tipo de cambio alto y sigue a flote por un tiempo. Pero esto de alguna forma u otra termina estallando.
– Cuando hay estabilidad los economistas empezamos a decir “se necesita flexibilidad laboral para que se pueda adaptar el manejo del empleo y de los salarios a las distintas circunstancias”. Pero estos han introducido la más cruel y la más ineficiente de las flexibilidades laborales, que es la del salario real por vía de la inflación y de la devaluación. Que es lo mismo que con el gasto público. Entonces, no es que esta gente no produzca ajustes fiscales, los produce e incluso más brutales y más injustos de lo que el sistema hubiera necesitado, pero en lugar de hacerlo por medio de una discusión transparente en el Congreso diciendo “vamos a bajar este gasto” y explicar por qué lo van a hacer y cómo lo van a hacer, no, echan mano a la devaluación y a la inflación -que las pueden esconder- o echan la culpa a gobiernos anteriores.
– Es evidente que a usted le quedó el estigma del corralito. ¿Cómo va a hacer para cambiar esa imagen?
– Es que yo no pretendo cambiar mi imagen. Yo tengo la imagen de una persona que intenta resolver los problemas, lucha para ello y tiene convicciones muy firmes. La gente se acuerda del corralito, pero cuando pase el tiempo y vean que se reintroduce la inflación en la economía y que el nivel de vida de la mayor parte de la población va a estar por debajo del de la década del 90, la gente se va a dar cuenta de que yo fui sincero cada vez que tuve que enfrentar alguna crisis. Que tuve que aplicar medidas duras, pero siempre con transparencia. Iba al Congreso y lograba que aprobaran las medidas explicándoles el porqué y luchaba para tratar de resolver los problemas. Después, lo otros, los que me sucedieron, resolvieron también los problemas, pero con un costo social enorme, y cargando las culpas y las responsabilidades políticas sobre mis espaldas. Yo creo que en un futuro la gente se va a dar cuenta de que es mejor y le conviene más que haya políticos sinceros, que les digan la verdad y que tengan el coraje de enfrentar situaciones difíciles con transparencia, en lugar de entregarle el poder a políticos que lo único que saben haces es echarle la culpa a los anteriores.
– En 1975 tuvimos el “Rodrigazo”. En 1985, el Plan Austral. En 1989, hiperinflación. En 1995 importamos el “Efecto Tequila”. En 2001, todo lo que acabamos de repasar. Crisis tras crisis. Sin embargo, la gente no aprende. En la Argentina pareciera haber una insistencia increíble en repetir los errores.
– Bueno, también es que hemos estado afectados por shocks externos muy grandes, como el “Efecto Tequila” que, de todas formas pudimos pasar. Y en 2001 las condiciones internacionales nos eran muy, pero muy adversas: los precios de nuestros productos de exportación estaban por el suelo, el dólar que guiaba el valor de nuestra moneda estaba demasiado apreciado, etcétera. Después, cuando las circunstancias internacionales cambiaron, las cosas se facilitaron para la Argentina. Yo creo que esa inestabilidad externa que nos influye tanto, también contribuye a la confusión esa de la que hablábamos, pero la única forma de remover la confusión es hablando, debatiendo y explicando. Y bueno, algún día la gente combinará su propia experiencia con lo que ha venido escuchando y llegará a las conclusiones correctas. © www.economiaparatodos.com.ar |