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jueves 22 de diciembre de 2005

Dos de cal y una de arena

El año se despide con buenas noticias para la educación argentina y algunas situaciones que se vuelven preocupantes, como la cada vez mayor justificación de los padres respecto a sus hijos cuando se llevan materias y no aprueban los exámenes de diciembre.

En esta última semana, han sucedido dos cosas buenas para mejorar la educación, y una no tan buena.

Por un lado, el Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires ha decidido implementar en algunas escuelas cursos especiales, a partir del 7 de enero, para aquellos alumnos que deben examinarse en marzo en alguna materia. Normalmente, un alumno que durante todo el transcurso del año escolar no ha podido adquirir los procedimientos o contenidos requeridos en cada materia suele necesitar apoyo para hacerlo. Algunos critican diciendo que pocos estudiantes concurrirán, ya que no se trata de sus profesores directos, por lo que puede que la manera de encarar la materia difiera de la de éstos, pero los fundamentos de la matemática, la lengua o los contenidos de la biología o las ciencias sociales suelen ser muy similares. Es la primera vez que se hace este tipo de iniciativa y parece, al menos antes de su implementación, ser adecuada. Quizá en un futuro, dado que cada vez es mayor el número de alumnos que deben rendir materias en marzo, habría que pensar en la obligatoriedad de estos cursos, como una suerte de “aliciente” para que los jóvenes estudien durante el año en vez de dejar esta actividad para los períodos de exámenes de diciembre y marzo.

La segunda cuestión es que algunas jurisdicciones ya han avisado el principio y terminación del período de clases 2006, y se estima un número mayor a los 180 días de clases. Esperemos que esto no sea una expresión de deseo como en 2005, cuando prácticamente ninguna de las jurisdicciones cumplió con este mínimo de clases, gracias a paros, jornadas de perfeccionamiento o suspensiones diversas. Indudablemente, la calidad de la educación poco tiene que ver con la cantidad, pero garantizar un mínimo de 180 días de clases parece un elemento necesario para ponernos a hablar de otras cosas.

Lo que no parece bueno para la educación es que, si uno hace una recorrida por las escuelas, verá que en la semana que está transcurriendo las vemos atestadas de padres o madres viendo cómo les va sus hijos en los exámenes y que, en caso de que ellos sean reprobados, muchas veces abordan a los docentes para pedir explicaciones. Que los docentes podemos equivocarnos y de hecho nos equivocamos es una realidad inherente al ser humano. Pero también aceptemos que la probabilidad de que se equivoquen es baja. Las argumentaciones de los padres son del tipo: “sabía todo, pero se puso nervioso”, “se esforzó muchísimo: no durmió en toda la noche preparando esta materia” o “tiene 8 materias y ya le fue mal en tres, así que ya no pude concentrarse”. A veces, he recomendado a docentes y directivos devolver la responsabilidad a los padres y decir algo como “bueno, si usted quiere, le pongo 10 en todo. Es más, ya que estamos le doy el título”, para que comprendan que lo importante no es aprobar, sino aprender. Si un alumno se pone nervioso en una situación de examen deberá aprender a controlar sus nervios, pues en la vida va a tener “situaciones de examen” continuamente, con un costo de fallar mucho mayor que repetir un año. Si resulta que para estudiar un examen debe no dormir en toda la noche, quizá eso lo ayude a aprender que debe estudiar cuando corresponde y no dejar las cosas para último momento. Y si no puede estudiar porque se da por vencido, será un buen momento para aprender a batallar en situaciones complicadas. También he escuchado razonamientos del tipo “para qué necesita aprobar matemáticas si va a seguir Derecho”, pero obvio el comentario al respecto.

Tratemos de hacer que los chicos que se han llevado materias a examen utilicen esa situación para aprender y no los sobreprotejamos. Es más, lo que deberíamos proponernos es no pisar la escuela en épocas de exámenes. © www.economiaparatodos.com.ar



Federico Johansen es docente, director general del Colegio Los Robles (Pilar) y profesor de Política Educativa en la Escuela de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la UCA (Universidad Católica Argentina).




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