1. La mega devaluación de 2002 perjudicó severamente a los trabajadores y a los jubilados argentinos pero, por extraño que pudiera parecer a ojos desprevenidos, benefició a los sindicatos que encontraron en las consecuencias de la devaluación una vía para recuperar el perdido protagonismo. Si a esto se suma el sólido acuerdo que la actual dirección de la CGT selló con el gobierno del presidente Kirchner, es relativamente sencillo leer buena parte de los acontecimientos que se producen en el mundo de las relaciones laborales.
Sin embargo, una mirada más profunda permite sostener que el sindicalismo argentino atraviesa una crisis larvada. Una crisis cuyo desarrollo aparece ralentizado tanto por el blindaje que al modelo de “sindicato único” proporcionan la legislación vigente y el control sobre las obras sociales, como por el pacto tácito existente entre la CGT y el sector del empresariado integrado en la coalición gobernante. Vale decir, por la ausencia de libertad sindical y por el oportunismo de ese sector de la patronal.
La manifestación más nítida de esta crisis del viejo modelo es el abandono, por parte de los sindicatos argentinos, del “principio de solidaridad” y su reemplazo por comportamientos de estrecho corporativismo, como lo ponen de relieve los llamados conflictos en “encuadramiento sindical” (donde los aparatos se disputan, ante los estrados públicos, el control de las cuotas de los trabajadores), pero sobre todo la cerrada negativa de la CGT a entrar, de buena fe y con la decisión de alcanzar acuerdos, en un proceso de pacto social.
La decisión de los sindicatos argentinos de no asumir responsabilidades ciertas frente a la actual escalada inflacionaria, a sabiendas de que el aumento de los precios fabrica pobres, pinta de cuerpo entero a la actual conducción y a su doctrina reconstruida sobre los ejes del hiper nacionalismo, el estatismo y el énfasis en la alianza con el Estado peronizado.
Más allá de vanas declamaciones obreristas o anticapitalistas, la acción reivindicativa de los sindicatos tradicionales argentinos no contempla el objetivo de cerrar la brecha de ingreso y condiciones de trabajo que separa a los distintos segmentos en los que están divididos los trabajadores. En realidad, los innegables éxitos que en materia de salarios han alcanzado algunos sindicatos (sobre todo aquellos que actúan en las áreas que motorizan el ciclo de crecimiento económico), no hacen sino profundizar aquella brecha.
2. Pero la crisis es un fenómeno que también afecta a los sindicatos de los países más avanzados, como lo comprueba -entre otros casos resonantes-, la reciente escisión sufrida por la AFL/CIO de los Estados Unidos, que se tradujo en la escisión de importantes sindicatos que representan alrededor del 30% de los afiliados a la central norteamericana. Esta crisis es fruto del enfrentamiento entre dos formas de encarar la acción sindical de modo de hacerla eficaz frente a los nuevos desafíos emergentes de la globalización.
Más que analizar a fondo la dinámica de conflictos y cambios que vive el sindicalismo norteamericano, el propósito de estas líneas es poner de relieve algunos puntos de contacto y algunas diferencias entre esta crisis y la que atraviesa el sindicalismo argentino.
Para comenzar, señalo una primera coincidencia: el protagonismo de los respectivos sindicatos de camioneros en los debates en donde se decide el futuro del movimiento obrero. Repárese, en este sentido, en que la escisión de la AFL/CIO fue protagonizada por el Sindicato de Camioneros (IBT), por el Sindicato de Empleados de Servicios (SEIU) y por el Sindicato de Alimentación y Comercio (UFCW).
Una mayor aproximación a la fractura de la AFL/CIO muestra que la misma obedece a los distintos enfoques que se proponen para recomponer el alicaído poder sindical:
a) En uno de los lados de este complejo tablero aparecen los ya citados sindicatos “renovadores” (camioneros, alimentación y comercio, y empleados de servicios, en su mayoría representantes de los trabajadores al abrigo de la competencia internacional) que, en términos muy expresivos proponen “mas sindicalismo y menos política”.
b) En el lado opuesto, se ubica la actual dirección de la central norteamericana, que apuesta por redoblar los vínculos con el ala izquierda del Partido Demócrata como la vía más eficaz para amortiguar los efectos que la globalización acarrea sobre el empleo y las condiciones de trabajo de los sectores que otrora lideraron el crecimiento industrial y los avances del sindicalismo americano (automóvil, química, acero, aerolíneas).
Tras lo dicho, es fácil advertir que las preferencias del secretario general de la AFL/CIO, P. Sweeney, tienen, en este aspecto, ciertas similitudes con la estrategia del señor Hugo Moyano empeñado en atar la suerte del movimiento obrero a la del proyecto del presidente Néstor Kirchner.
Cuando la comparación se hace no ya sobre las confederaciones (CGT – AFL/CIO), sino entre ambos sindicatos de camioneros, se advierte una nítida diferencia entre lo que vienen proponiendo y haciendo ambos secretarios generales. Mientras que los camioneros norteamericanos se han colocado en la vanguardia del movimiento “renovador” que propone tomar una cierta distancia del poder político y apuestan por una mayor autonomía, los camioneros argentinos lideran el segmento “tradicionalista” empeñado en reforzar el núcleo del modelo sindical peronista. Una diferencia ciertamente influida por el hecho de que en los EE.UU. gobierne el señor George W. Bush (la derecha republicana) y en la Argentina lo haga el señor Néstor Kichner (la izquierda peronista).
Con ser significativa, esta diferencia no alcanza para explicar los caminos divergentes que siguen los movimientos sindicales en ambos espacios nacionales.
En los EE.UU., quienes buscan el paraguas protector del poder político son los sindicatos que actúan en sectores abiertos a la competencia internacional y, de una u otra forma, dañados por la dinámica de la globalización.
En la Argentina, a su vez, el frente hegemónico que controla la CGT está integrado por dos fuerzas sindicales convergentes: En primer lugar, por aquellas que, estando amenazadas por la competencia internacional, defienden las medidas proteccionistas (devaluación, dólar alto). En segundo término, por aquellos sindicatos que se desempeñan en sectores “no transables” y, en consecuencia, no ven peligrar su nivel de empleo por amenazas de re-localización o de competencia exterior. Ambos aceptan bajos salarios a cambio de más empleo (con independencia de su calidad) y de mayor poder de los aparatos sindicales.
Siguiendo con el caso de la Argentina, hay que decir que la ausencia de una estrategia de ámbito confederal capaz de obligar a los sindicatos confederados a disciplinar sus acciones reivindicativas dentro de un marco solidario con capacidad de encuadrar la evolución de todos los salarios (o sea, la ausencia de un pacto social), facilita la unidad sustantiva de la CGT, en tanto deja libertad a todos los sindicatos para definir sus demandas salariales en función de su capacidad autónoma de presión (una suerte de darwinismo sindical).
Cabría finalizar este limitado resumen de analogías y diferencias, señalando que mientras los camioneros norteamericanos (situados en un segmento de actividad cerrado a la competencia global, de limitada automatización y con empleos difícilmente exportables) avanzan hacia nuevas cotas de autonomía de la acción sindical respecto de la política, los camioneros argentinos recorren el camino inverso, bien es verdad que en escenarios y con horizontes también divergentes.
3. Hay, que duda cabe, quienes celebran el debilitamiento del sindicalismo como un avance hacia mayores cotas de libertad económica (ver, por ejemplo, editorial del The Wall Street Journal de julio de 2005). Otros, entre los que me cuento, piensan que la crisis debe transformarse en una oportunidad para renovar la organización de los trabajadores en beneficio de la democracia, la economía de mercado, la igualdad y el proceso de integración mundial. Los caminos que conducen a este cambio positivo no son nuevos: libertad sindical, cosmopolitismo obrero, democracia interna, solidaridad y armonización de las demandas de equidad social con la lógica de una economía de mercado en proceso de globalización. © www.economiaparatodos.com.ar
Armando Caro Figueroa es presidente de la Fundación Novum Millenium y director de Human Capital Consulting. Además, fue ministro de Trabajo y Seguridad Social durante la presidencia de Carlos Menem y, durante la gestión de Fernando de la Rúa, vicejefe del Gabinete de Ministros y director de la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP). |