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jueves 14 de febrero de 2008

El crecimiento argentino parece medirse por la calidad de los cementerios

Es hora de comenzar a discernir entre verdadero progreso y una bonanza pasajera, entre desarrollo real y estadísticas manipuladas, entre lo que es un país en serio y uno que, por más que se vista de seda, sigue siendo una monería.

Solamente en la Argentina se producen ciertas situaciones. En cualquier otro escenario, esos mismos hechos, resultan directamente impensados. Es cierto que no hay paraísos terrenales, que cada geografía sufre sus percances, pero hay que asumir que Latinoamérica, cada día, parece una masa menos amorfa y más homogénea, aun cuando algunos países todavía se mantengan inmunes a ciertas “epidemias”. Sin lugar a dudas, el absurdo y la contradicción son las características más arraigadas en este confín del planeta, y la Argentina intenta destacarse con bastante eficiencia.

En el transcurso de un día, los argentinos somos capaces de pasar del asombro y desconcierto que genera la noticia del RR.PP. detenido en la orilla de enfrente a raíz de un choque que provocó dos muertes, a una indiferencia total cuando en una esquina porteña una mujer y su hijo de tres años mueren atropellados por un automovilista que decidió hacer de la calle una pista. En la Argentina, ese hombre permanece libre y hasta es protegido para que ningún vecino “desequilibrado” intente hacerle daño. De alguna manera podría decirse que cuidamos a los victimarios y olvidamos las víctimas. No faltará quien aduzca que la señora y su vástago cruzaron demasiado despacio o no se detuvieron en medio de la calle para que el auto pasara sin molestarse. Argumentos bien argentinos para justificar lo injustificable.

No es ese un simple dato, ni una anécdota, ni acaba la gran contradicción argentina con la crítica a esa especie de garantismo jurídico que, en rigor, no es sino un eufemismo para justificar que la justicia no importa un ápice cuando la economía se mantiene medianamente estable. Lo económico es, en definitiva, el único componente tenido en cuenta para medir y explicar el crecimiento y la calidad de vida. Pero ése es otro engaño: con más actividad económica, con la soja bienaventurada y millones de chinos deseándola, con los commodities –por ahora– impávidos ante la crisis internacional en ciernes, el Dakar en Argentina o el tren bala de la imaginación de Cristina no nos cambia nada. Posiblemente le cambie el panorama al kirchnerismo que hace de todo aquello un arma comunicacional capaz de vender un país oficial diferente sustancialmente al país paralelo, ése que se vive todos los días sin cámaras ni publicidad. En él, la calidad de vida no proviene del precio de la soja o de la evolución de la Bolsa porque toda ganancia financiera no garantiza que pueda disfrutarse esencialmente la vida.

En la proclama de índices macroeconómicos no se tiene en cuenta el temor a ser victima de la delincuencia, a morir en una carretera, ni se menciona el crecimiento de habitantes en cementerios, paradero irremediable ante el olvido de otras variables ajenas a los números y ausente en los discursos oficiales. Hay problemas intrínsecos que exceden la política y la economía, limitadas ambas a la figura de Néstor Kirchner, y que explican que siempre estemos soñando una Argentina distinta. En el sopor del sueño, no se atina a tomar conciencia de la inacción que nos caracteriza ante situaciones incomprensibles y absurdas que se nos venden como episodios cotidianos y naturales más que como anacronías.

Veamos, por ejemplo, que mientras quienes asesinaron a los policías en la localidad de Ezeiza antes de la elección presidencial, causando tanta indignación en la dirigencia, siguen sin identidad y sin paradero, sueltos como sucede también con el violador de Lucila Yaconiz o aquellos que trepan como el hombre araña para entrar por balcones y ventanas o mismo quienes matan a un automovilista en plena autopista Panamericana… Pero, por tratar de robar un Mantecol en un local de la cadena de hipermercados Coto, un joven va a juicio oral y público después de que la Cámara del Crimen confirmara su procesamiento por el delito de “hurto simple en grado de tentativa”. El delito está, pero si no se puede con todo, al menos habría que evaluar qué es lo urgente y qué lo importante, establecer prioridades.

Para el Gobierno es urgente e importante detener a militares octogenarios que hace casi 40 años se supone que participaron en la Masacre de Trelew… A propósito, ¿cuántos argentinos saben de qué se trató, cómo, cuándo o por qué sucedió? Sin mucho razonamiento científico cabe deducir que para nuestros gobernantes esa gente en la calle es más peligrosa que los que hoy matan, violan y siguen llenando cementerios con total impunidad. A simple vista, se observa que no son sólo los precios que suben y bajan, por obra y gracia de un secretario de Comercio que aprieta y extorsiona, aquello que define cuán bien nos va y qué clase de progreso estamos teniendo. Nada aporta a las víctimas de la delincuencia y la desidia que el PBI haya crecido un 8,7%. Hoy, la calidad de vida parece pasar por la categoría del cementerio donde vamos a parar…

No vendría mal que algún cronista preguntara, sin ir más lejos, a la familia del hombre asesinado esta semana frente a su hijo de 16 años si vive con más calidad porque le “congelaron” la cuota del colegio (aunque luego venga la “cuota reparación”, el nuevo invento) o haya “convenios con el Gobierno” por los precios…

Hay debates que no se están dando en la sociedad y hay fórmulas y datos de crecimiento que distan de evidenciar y medir si crecemos en verdad. Nos quedamos debatiendo la capacidad de Kirchner para cooptar o esmerilar adversarios efímeros, las internas en el Ejecutivo, la influencia de Chávez y Evo Morales, o el vestuario de la dama que ocupa, decorativamente, el sillón de Rivadavia como si eso fuese lo importante. Si los vaivenes de la crisis financiera internacional no afectan el dólar o si Martín Lousteau es más o menos ministro que otro funcionario del área son los temas que impone la agenda política junto a un folletín que no merece siquiera dos renglones por su escasa credibilidad: la reorganización del Partido Justicialista para “democratizar” sus filas.

En la medida en que los argentinos no empecemos a debatir las diferencias entre lo que es justo y lo que no, entre aquello que nos da calidad de vida y aquello que sólo da furtivo confort, y sigamos inmersos en la temática que impone el Gobierno a través de los medios, la Argentina seguirá siendo inexplicable no sólo para el mundo, sino también para nosotros mismos, que no sabemos ya si la calidad está en la vida o en los entierros. © www.economiaparatodos.com.ar

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