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lunes 23 de julio de 2007

El desencuentro de los vínculos

El vértigo y la velocidad de la vida actual nos llevan a entablar relaciones humanas fugaces e inestables, que se rigen por el egoísmo y el individualismo.

Hoy en día, las relaciones humanas se rigen a través del “zapping”, por medio del cual uno puede ir cambiando en el vínculo con los demás fugazmente, sin detenerse, eludiendo las diferencias que hacen al encuentro de dos personas únicas.

En este marco, el exitismo bajo cualquier precio, el individualismo a costa del otro y el consumismo a ultranza emergen como patrones centrales.

La vorágine de estímulos a la que estamos sometidos, mayormente los jóvenes, no nos permite detenernos a pensar, a elegir, a discernir aquello que nos conviene, que nos enriquece, que nos da felicidad. Vivimos en una sociedad líquida cuya base es un río que nos arrastra en su corriente y nos va llevando sin preguntarnos si queremos ir en esa dirección.

Dentro de este contexto, las relaciones personales y la sexualidad se suceden sin compromiso real entre las personas. Lejos de un encuentro amoroso, la sexualidad (genital) se circunscribe a un uso recíproco, del uno al otro, para saciar deseos egoístas. El otro es considerado objeto de mi deseo, objeto descartable rápidamente.

Es fundamental en esta instancia saber parar, detenernos a reflexionar, retomar los valores humanos, pilares de la sociedad, y anclarnos fuertemente en la familia, para que el río no nos lleve.

La sexualidad comprende un conjunto de aspectos que abarcan a toda la persona humana, no es reductible sólo a la genitalidad. Nacemos sexuados, constitutivamente mujer y varón, y vamos desarrollando nuestra sexualidad a través de la afectividad, es decir, de la capacidad de amar y la aptitud para relacionarnos con las demás.

Es en el seno de una familia donde aprendemos a poner en práctica nuestra afectividad, donde aprendemos a amar. A través del amor que se tuvieron nuestros padres y que nos trasmitieron y, por consiguiente, a través del amor que hoy en nuestro rol de padres vivimos entre nosotros y trasmitimos a nuestros hijos.

La educación sexual, por lo tanto, es una educación principalmente en el amor. Ahora bien, el amor no puede considerarse como algo efímero y desechable, sino como una virtud que requiere de tiempo, ese tiempo que la sociedad de hoy no quiere darnos. Un tiempo fundamental y necesario por el cual se va conociendo, aprendiendo y construyendo a partir del respeto, del esfuerzo, de la comunicación, del compromiso con el otro, del enriquecimiento en la diferencia y, muchas veces, a través del dolor. La Madre Teresa decía: “El amor duele: sin dolor no hay amor”.

Para amar, muchas veces debemos abandonar nuestras propias opiniones o intereses, escuchar verdaderamente al otro, promover una relación de confianza mutua. ¿Dónde si no es en la familia vamos a poder educarnos en estas cuestiones? Un hijo que crece en una familia que intenta vivir en el amor saldrá al mundo con la suficiente capacidad afectiva que le permita sentirse acompañado, confiado en sus capacidades, atento y con la posibilidad de discernir ante situaciones de riesgo.

Una educación en el amor le permitirá ir madurando en la relación con los demás, con el sexo opuesto, y establecer vínculos verdaderos de persona a persona que le permitirán crecer libremente y sentirse feliz. En este sentido, estará desarrollando su sexualidad de la mano de la afectividad, es decir, las experiencias de amor cotidianas en la familia le proporcionarán las armas efectivas para vivir su sexualidad fuera de ella y entablar relaciones sólidas basadas en el amor, un amor que ya experimentó con felicidad y por eso quiere repetir. © www.economiaparatodos.com.ar

El licenciado Arturo Clariá es miembro del equipo de profesionales de la Fundación Proyecto Padres.

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