El estilo de Cristina
Cristina Fernández es como una mujer que hojea las páginas de una revista de modas para encontrar el modelo de vestido que le conviene, sin acertar jamás con la modista que deberá confeccionarlo
Su afán principal está concentrado en tratar de encontrar un “estilo” de comportamiento que modele la imagen “imperial” que se ha formado de sí misma.
Por eso es acusada de vivir en una burbuja. Porque a pesar de estar perfectamente enterada de cuanto ocurre –aún para su propia
desgracia-, no acepta que nada desvirtúe la “estética” que elige en cada ocasión para esbozar sus pensamientos retóricos y termina
“despersonalizándose” (aunque no lo advierta) para vagar por las nubes en las que mora una de sus pasiones indómitas: convertirse en la adorada imagen de un ícono sagrado.
La verdadera razón de que ciertos estilos sean tan importantes para algunas personas como ella, es que su “modelo de exhibición” resulta una estrategia crucial en la guerra privada que sostienen contra la presión que sufren frente al exceso de opciones que deben resolver y la inseguridad que esto les genera.
Lo trágico de todo esto es que sus pensamientos siguen los mismos vaivenes con los que decora su estética exterior. Y llega al punto en que cuando algo la fastidia porque debe salirse del “patrón” que ha fijado para sus apariciones “rutilantes”, desata como un torbellino todas las pasiones desordenadas que bullen en su espíritu.
Su inteligencia está subordinada a la inseguridad y la ignorancia sobre la mayoría de los temas que debe afrontar por sus funciones y por lo mismo siempre resulta sobreabundante en sus conceptos, como ocurre con quienes invitamos a tomar un café y se aparecen vestidos como para un casamiento.
Después de un rato de haber esbozado las dos o tres modestas ideas para las que convoca a su público adicto, comienzan las
adjetivaciones innecesarias. Y cuando esto no le parece suficiente para canalizar sus divagaciones, aumenta el diapasón, se enardece y vapulea a sus oyentes.
Hoy paga por sus excesos el gremialista Caló, ayer el abuelo “amarrete” que le quería regalar cien dólares a su nieto sin poder
adquirirlos y mañana, vaya a saber quién.
En lo que parece ser el final de su carrera política, luce como una estrella de cine pasada de época que apela al maquillaje para seguir siendo aceptada por lo que quizá fue alguna vez. Un maquillaje excesivo, que arruina totalmente el “estilo” que se desvive por cultivar.
Pensar que estamos en manos de una mujer tan superficial y ausente de la realidad en la que vive, causa escalofríos.