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lunes 26 de febrero de 2007

El Gobierno y la Ley de Say

La actual política económica pone el acento en el consumo pero se despreocupa de las condiciones necesarias que permiten producir. Por eso, la demanda crece más rápido que la oferta y, en consecuencia, los precios suben y la inflación aumenta.

Si mal no recuerdo, no hace tanto tiempo la ministra Felisa Miceli dijo que prefería un poco de inflación a la paz de los cementerios. Imagino que en este momento, en que el secretario de Comercio Interior Guillermo Moreno tiene que pelearse hasta con el precio de la lechuga y el Gobierno está en abierto conflicto con el INDEC, Miceli debe preferir un poco la paz de los cementerios a tanto desborde en el tema inflacionario.

Claro, Miceli comparte la filosofía económica del Gobierno, que supone que la emisión monetaria es un buen estimulante de la actividad económica y cree que una vez lanzados a la droga de la emisión podrán controlarla. En rigor, desde el Gobierno creen haber inventado la pólvora en materia de política económica y suponen que lograron un nuevo paradigma de crecimiento cuando, en rigor, no hacen otra cosa que seguir los pasos de John M. Keynes, quien había sido refutado por Jean Baptiste Say muchos años antes de que el economista inglés escribiera su famosa Teoría General.

Ya en 1803, Say (1767-1832) escribió un libro titulado Tratado de Economía Política, en el cual sostenía, en forma resumida, que la oferta crea su propia demanda. Dice Say: “Una persona que dedique su esfuerzo a invertir en objetos de valor que tienen determinada utilidad no puede pretender que otros individuos aprecien y paguen por ese valor, a menos que dispongan de los medios para comprarlo. Ahora bien, ¿en qué consisten estos medios? Son los valores de otros productos que también son fruto de la industria, el capital y la tierra. Esto nos lleva a una conclusión que, a simple vista, puede parecer paradójica: es la producción la que genera la demanda de productos”.

Lo que nos explica Say es que para que alguien pueda demandar bienes y servicios, previamente tuvo que producir y vender bienes y servicios. Es decir, primero ofrezco los bienes que produzco y con la venta de esos bienes compro otros. Por lo tanto, como sostiene Say: “No debe decirse que la falta de ventas se debe a que la moneda es escasa, sino a que los productos lo son”. Éste es el problema que tiene el Gobierno: cree que la moneda es escasa y que la cantidad de bienes y servicios en la economía está dada. Cree que ya existen esos productos y lo que se necesita es más moneda para poder comprarlos. Por eso, pone el acento en el consumo. Por supuesto que toda economía tiene como último fin producir para luego consumir, lo que pasa es que, al igual que Keynes, nuestros gobernantes se olvidan del paso previo que es la producción. Piensan que los bienes surgen de la nada o que, dada la capacidad instalada, producir es una cuestión menor. Esa es la razón por la cual aumentan constantemente el gasto público: para “estimular” la demanda, ya que suponen que la oferta ya existe.

Say veía al dinero como un vehículo, es decir, el medio de intercambio por el cual los productores realizaban sus transacciones. Consideraba que cuando un productor vendía sus bienes, no lo hacía para obtener dinero como fin último, sino para poder comprar otros bienes, siendo el dinero el vehículo que le permitía realizar la transacción. En definitiva, para Say, el dinero se obtiene de lo que uno produce y vende, y ese dinero sirve para comprar otros bienes y servicios que se necesitan. El dinero no es riqueza en sí mismo, sino que es el instrumento que permite comprar las riquezas luego de haberlo conseguido mediante la producción.

Todos los intentos de Keynes por rebatir la ley de Say fracasaron porque iban contra la lógica más elemental. Keynes quería poner el carro delante del caballo, es decir, estimular el consumo antes de la producción y para eso intentó refutar la ley de Say. Si no lo conseguía, toda la estructura de la Teoría General se hacía trizas. Y Keynes no lo pudo conseguir. No pudo lograr el milagro de multiplicar los panes y los peces.

Volviendo al caso argentino, el Gobierno también pone el carro delante del caballo. Quiere estimular el consumo antes que la producción y para ello expande el gasto público y la cantidad de moneda en circulación. El resultado es que, por un lado, la demanda crece más rápido que la oferta y los precios suben y, por otro lado, la cantidad de dinero en circulación sostiene y acelera el proceso inflacionario.

Es fácil advertir, entonces, que el modelo de incentivar la demanda en detrimento de la inversión y la producción es insostenible en el largo plazo. En consecuencia, cuando la inflación tenga un desborde mayor al actual, la economía tendrá que desacelerarse para no correr el riesgo de perder totalmente el control de la inflación. Podrán dinamitar el INDEC, pero el problema inflacionario igual va a ser más agudo de lo que es actualmente y, en ese momento, la fiesta de consumo habrá terminado.

El ejemplo más claro que puede darse respecto al incentivo del consumo en detrimento de la inversión es el del sector energético. Al mantener artificialmente bajas las tarifas de la energía en las casas de familia, el Gobierno estimula el consumo de gas y energía eléctrica. El famoso PURE (Programa de Uso Racional de la Energía) hace que, con tarifas artificialmente bajas, lo racional sea consumir mucho gas y mucha energía eléctrica porque su precio es muy bajo. Por ejemplo, en invierno, si la calefacción está muy fuerte, en vez de bajarla, la gente abre la ventana. El termostato es la ventana dada la artificialidad de la tarifa.

Al mismo tiempo, las tarifas congeladas desestimulan la inversión en el sector y generan el doble problema de más consumo y menor oferta. Es el típico caso de estimular artificialmente el consumo en detrimento del aumento de la oferta. Lo mismo pasa con la carne, los bienes que tienen los precios congelados, el combustible o el transporte público, entre otros. En todos esos casos tenemos precios artificialmente baratos para estimular el consumo y una baja tasa de inversión.

Como sostenía Ludwig von Mises en un artículo de 1950 en la revista The Freeman: “Keynes no fue un innovador ni un precursor de nuevos métodos para conducir los asuntos económicos. Su contribución consistió más bien en brindar una justificación aparente para las políticas que eran populares entre quienes estaban en el gobierno…”.

De la misma forma, podemos decir que este gobierno no es original con su política económica ni ha inventado la pólvora. Solo está siguiendo el mismo curso que siguieron otros gobiernos que terminaron en estrepitosos fracasos. © www.economiaparatodos.com.ar

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