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jueves 29 de junio de 2006

El izquierdista Humala enfrenta el “desbande” de su propia tropa

Después de resultar perdedor en las elecciones presidenciales peruanas frente a Alan García, Ollanta Humala ensayó sin suerte erradas estrategias políticas que lo alejan cada vez más de una posible posición de liderazgo.

El ex militar golpista Ollanta Humala, perdedor en las elecciones nacionales de Perú, enfrenta un momento político difícil. Por ello está apresuradamente corrigiendo errores groseros, cambiando de discurso y adaptando a la realidad su estrategia.

Mientras tanto, su heterogénea coalición de fuerzas políticas -“atada con piolines”- está haciendo implosión y algunos de sus legisladores electos -desleales y hasta potenciales “tránsfugas”, a la manera de nuestro ínclito Borocotó- están abandonando el barco del perdedor, en busca de soles que calienten más que el ahora gélido espacio de Humala en el país de los incas.

Veamos qué es lo que le sucedió -luego de la derrota electoral- a Ollanta Humala.

Primero, Humala anunció (ensoberbecido) que organizaría una ola de “resistencia popular” para hacer fracasar la gestión de su vencedor, Alan García. La resistencia anunciada se desplegaría ruidosamente en las calles de las ciudades de todo el país, de manera cuidadosamente organizada con el dinero de Hugo Chávez, para atronar el ambiente e intimidar a la sociedad toda, sembrando el caos y haciendo imposible gobernar. Y a eso le llamaba “nacionalismo”.

Una actitud similar a la del también ruidoso don Evo, en las calles de La Paz, antes de ganar la presidencia boliviana.

Humala desconocía así el triunfo de la mayoría. Y ponía al descubierto el espíritu totalitario e intolerante que define, constitutivamente, el pensar de las izquierdas radicales latinoamericanas. Todo lo contrario del diálogo, que está en la esencia de la democracia.

Segundo: para llevar adelante la “resistencia popular” convocó, de pronto, a la izquierda radical de Perú, es decir, a los maoístas y troskistas, a quienes había mantenido alejados durante su campaña electoral, por temor al “efecto espanto” que ellos generan en la mayoría sensata de la gente, por sus posiciones “anti-todo”.

Por ello, Humala sufrió el rechazo de los nacionalistas de su coalición electoral que, por tales, no se sienten cómodos en ningún rol que, en esencia, los acerque a la “internacional socialista”.

Hasta su supuesto vicepresidente, Carlos Torres Caro, denunció que Humala se había finalmente “quitado la careta”, traicionando a sus huestes y abrazando sus verdaderas convicciones, las ubicadas en la extrema izquierda radical, aquella que admira a Hugo y a Fidel. Con él, varios titulares de los “curules” (bancas) legislativos consumaron una humillante deserción de las filas de Humala y ahora están conformando una bancada separada, compuesta por todos los disidentes que (frente a la radicalización ideológica de sus propuestas) abandonan a Ollanta Humala. Con alto costo para el líder de la UPP y para su proyecto.

Tercero: Humala, en la línea de la mala educación que caracteriza a Chávez y a sus seguidores e imitadores, anunció que no felicitaría a García, ni reconocería su triunfo electoral. Pasó a ocupar, entonces, la vereda en la que los “bolivarianos” se sienten más cómodos, aquella que está enfrente a la de la democracia.

Así Humala se enroló en la línea de la aceptación de la ingerencia política en terceros países, lo que siempre ha generado un fuerte rechazo en nuestra región.

Después de todo eso, olfateando el fracaso y enfrentado con una fuerte caída de popularidad, Humala cambió de rumbo. Cual camaleón. Y pregona que cooperará “constructivamente” con Alan García. Desde la oposición, por supuesto. En este nuevo enfoque, más contemporizador, Humala critica a Chávez (a quien ahora acusa de “haberlo perjudicado” y de “fomentar el armamentismo en la región”) y niega haber convocado a las izquierdas radicales de movimientos como Patria Roja o el Movimiento Nacional de Izquierda a conformar un clásico Frente Amplio de Izquierda, en oposición a Alan García.

Como si eso fuera poco, Humala (como otros) está acusando a la prensa de ser la gran culpable de su derrota electoral. Suena conocido, ¿no es cierto?

Es ya demasiado tarde para convencer de que hay un cambio sincero en Humala. Porque la gente sabe “con quién anda y quién es” Humala. Habiendo perdido credibilidad, su imagen se ha desinflado, mientras las agujas del viejo reloj de la política peruana siguen normalmente su curso.

El futuro de Humala es hoy distinto del que se proyectaba hasta no hace mucho. Luce como uno de los tantos “oportunistas” de la política. Como una suerte de “Chirolita” de don Hugo Chávez. Su imagen tiene poco que ver con el perfil de un líder, ciertamente. Aparece quizás como lo que es: un lacayo de Chávez. Humala, es cierto, no se viste con chaquetas con elaborados adornos, a la manera de barman de hotel de tres estrellas, como don Evo. Pero repite hasta el cansancio las mismas frases hechas de los demás y reitera las propuestas populistas con las que Evo, un antisistema, enciende al Alto paceño.

Por lo que cabe presumir que, en algún momento, Humala retomará (cuando le convenga) las posiciones radicales que lo alimentan. Esto sería el típico “doble juego” de los dirigentes de la izquierda radical que -con humo, caretas y toda suerte de antifaces- procuran distraernos para instalar, paso a paso, el “paraíso socialista” en el que creen.

Pese a todo, Perú proyecta una imagen de esperanza y de oportunidad desde que el presunto tsunami arrasador de la izquierda radical ha cambiado de curso y parece estar desintegrándose. Gracias al corajudo pueblo peruano.

Perú parece haberse reencontrado con un hombre carismático, de dimensiones políticas superlativas (ahora más maduro), capaz de proponer a los suyos cómo “seguir el modelo de Chile”, sin ruborizarse y, además, enfrentar con tranquilidad al discurso envenenado de Hugo Chávez, contestando desde el plano siempre elevado de aquel que cree en la democracia.

En paralelo, el nada estridente Alejandro Toledo cierra su mandato con una gigantesca sorpresa: un alto índice de aprobación de su gestión, del 53,6%. En junio de 2005, esa cifra estaba en el 11,5%; y en junio de 2004, en apenas el 8,34%.

Su buen -y experimentado- primer ministro, Pedro Pablo Kuczynski, lo acompaña con una cuota de aprobación también alta. En su caso, del 44,3%.

Todo esto sugiere que Alan García podría ahora inclinarse a seguir (como en Chile) no sólo el rumbo económico general de su predecesor, sino a convocar a alguno de quienes fueran colaboradores cercanos de Kuczynski para integrar su propio equipo. De concretarse, esto proyectaría continuidad al Perú y generaría credibilidad. Y no es un imposible.

En otro rincón de nuestra región, el candidato presidencial nicaragüense Eduardo Montealegre está denunciando, a voz en cuello, la intervención directa de Venezuela en la campaña electoral de su país a favor de Daniel Ortega, el eterno candidato del sandinismo.

Hugo Chávez Frías no cambia y “se hace el sota”. Una vez más aparece como un obstinado detractor de la democracia. ¿Hasta cuándo? © www.economiaparatodos.com.ar




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